Nuestros compañeros de Pymes y Autónomos se han hecho eco esta semana de una noticia un tanto polémica, al mostrarnos una foto (la que podéis ver encabezando la entrada) en la que aparece un cartel colgado en un bar-restaurante de Santoña, rechazando a los clientes que tienen hijos (bueno, a algunos de ellos).
Al parecer el dueño de este comercio debe estar muy descontento con algunos clientes de su bar y más aún con sus hijos, de los que habla en este escrito como si de animales salvajes se tratara:
Rogamos a aquellos clientes que tienen a sus hijos asilvestrados y sin vacunar, los mantengan amarrados y con el bozal puesto mientras permanecen en este local.
Los niños no son bestias salvajes
Creo que es de muy mal gusto hablar de los niños de esa manera, más cuando eres propietario de un bar, trabajas de cara al público y se supone que pretendes conseguir clientes para que tu negocio prospere.
Podría decirse lo mismo sin perder las formas de ese modo, puesto que sugerir un bozal para un niño es algo demasiado denigrante como para tan siquiera imaginarlo.
Sin embargo…
Sin embargo, a pesar de que al propietario se le escapa la furia y la educación por la boca (o por las manos, ya que es un documento escrito), puedo llegar a entenderle, porque el cartel va dirigido a algunos padres y no a todos los padres.
Los niños tienen un aguante limitado y, cuando van a sitios cerrados y deben permanecer quietos mucho rato, tienden a ponerse nerviosos, a aburrirse y a buscar opciones que satisfagan sus necesidades de ocio.
Esto hace que se levanten, que empiecen a correr, a jugar, a mezclarse con otra gente, a moverse entre las mesas, etc. y no a todo el mundo tiene por qué parecerle divertido comer con niños a su alrededor, en ocasiones molestando.
En ese instante es cuando los padres deberían actuar y ofrecer alternativas a los niños para que jueguen a algo más tranquilo y evitar así que otras personas puedan verse perjudicadas.
El problema es que algunos padres no ejercen como tal en estas ocasiones y algunos adultos (y el dueño del bar), acaban por estar a disgusto ante lo que muchos padres calificarían, además, de “juego de niños” o “cosas de niños”.
No sé si es un ejemplo válido, pero cuando estoy en la consulta de enfermería, algunos niños empiezan a abrir y cerrar cajones, armarios, a tocar y coger cosas y muchas veces tengo que ser yo quien pida al niño, por favor, que deje las cosas tal y como están para ofrecerle seguidamente un papel y un boli para que pinte, porque sus padres ni frenan la conducta (como mucho dicen “deja eso”, sin observar si el niño lo deja, que suele ser que no), ni ofrecen una alternativa.
La libertad de uno acaba donde empieza la del otro
Sabéis que tengo la boca llena de la palabra “respeto” cuando hablo de los niños. Pues de igual modo que siempre pido que los niños sean respetados (y por ello me quejo de las formas utilizadas en dicho cartel), pido también respeto de los niños hacia los demás y, para que los niños aprendan a respetar, los padres deben servir de ejemplo, siendo también respetuosos.
Es cierto que los niños piden a gritos jugar y divertirse, y más si llevan mucho rato sentados, pero que ello provoque el malestar de otras personas y que los padres no hagan de mediadores en dicha situación me parece de recibo.
Yo no iría a este bar
Tras todo lo dicho, y teniendo en cuenta que no considero que mis hijos sean especialmente asilvestrados, no entraría igualmente en un restaurante así. Nunca sabe uno dónde está el listón entre lo que un niño puede hacer y no puede hacer a la vista del cartel colgado, así que no me arriesgaría a recibir miradas de reprobación por parte del dueño ni de sus clientes y, ya no solo por eso, es que viendo cómo habla de los niños, que no dejan de ser personas, pocas ganas quedan de conocer al autor del cartel.
Vía | Pymes y autónomos
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