Una de las cosas más interesantes de tener un hijo cuando, como yo, ya tienes otros y cuando, como yo, trabajas con bebés y niños y hablas mucho de bebés y niños, es ver cómo funcionan los protocolos hospitalarios en el día a día en cuanto a atención y trato de los bebés se refiere.
Cada hospital es un mundo y lo que hacen unos seguramente no lo harán otros, pero hay una cosa que me dejó bastante perplejo, cuando al día siguiente de nacer Guim, Miriam me dijo “ya le he bañado y lo he hecho yo”. Yo pensé que estaba siendo redundante porque “claro que lo has bañado tú, ¿quién si no?”. Y me dijo que a la hija de la compañera de habitación se la habían llevado las enfermeras para bañarla. A la oferta de la enfermera de bañar a Guim ella respondió: “no, tranquila, si es el tercero, ahora ya lo baño yo…”, que viene a ser la manera educada de decir “a mi hijo ya lo baño yo, que para eso soy su madre, ¿no?”.
Y no lo digo a malas, ni porque las enfermeras vayan a hacer nada malo ni nada bueno al bebé mientras se lo llevan, es simplemente que me quedé de piedra porque no pude entender la utilidad de que alguien se lleve a tu bebé para bañarlo.
Al parecer es algo que se hace en algunos hospitales: se lo llevan para bañarlo, se lo llevan para pesarlo, se lo llevan para que lo visite la pediatra, se lo llevan para… y los padres se quedan en la habitación esperando, como quien presta un objeto para un rato.
Me gustaría que me dijerais si en los hospitales donde habéis dado a luz las enfermeras bañaban a vuestros hijos, si sólo lo hacían el primer día delante vuestro para que aprendierais o si simplemente os decían que “ahora es un buen momento para bañarlo, ¿necesitas ayuda?”.
Me gustaría que lo comentárais porque llevarse al niño a hacerle cosas es la primera piedra para minar la confianza de los padres en su papel de padres: “me lo llevo para bañarlo porque no creo que seáis capaces de hacerlo bien”, puede llegar a pensar de manera inconsciente una madre o un padre. Luego pasan los días, te ves en casa con tu bebé, tienes que bañarlo y aparecen mil dudas porque no sabes si lo vas a ahogar, si lo vas a tener demasiado tiempo en remojo, si llora porque el agua quema o está fría o si le has hecho daño al meterlo en la bañera. Y en ese momento piensas: “si estuviera aquí aquella enfermera tan maja que me lo bañaba…”.
Y así muchos padres (me pongo en plan apocalíptico) siguen con su relación con los hijos pensando que siempre alguien sabrá hacer las cosas mejor que tú y que siempre alguien tendrá que actuar para que tu hijo esté bien. Si está sucio, que me lo bañe la enfermera, si está malo, que me lo cure el pediatra, si come mal, que le enseñen en la guardería, si se porta mal, que le eduquen en el cole, si tiene miedos, que le visite una psicóloga, si… y así, el papel de padre y madre se reduce a darle un techo a tu hijo y a estar en “las buenas”, porque nunca coges verdaderamente las riendas de la paternidad si desapareces en “las malas”.
No, ya lo baño yo, que para eso soy su madre. Soy su madre y sé hacerlo. Y si no sé hacerlo, explícame cómo hacerlo mejor, pero déjame a mí hacerlo. Si te lo llevas con la pediatra, yo voy. Si le vas a hacer la prueba del talón, yo voy. Si le vas a pesar y medir, yo voy. Yo voy, porque desde el día en que lo parí, soy y seré su madre, para lo bueno y lo no tan bueno (y si yo no puedo ir, va papá, que él también le va a bañar unas cuantas veces en su vida).
Foto | Theodens en Flickr
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