Lo confieso. He sido grinch toda mi vida. Y cuando nació mi hijo pensaba que eso de las Navidades no lo celebraría, nada, o lo mínimo por no disgustar demasiado a la familia. Pero la ilusión de un niño es contagiosa y realmente la Navidad tiene magia si la vives con sus ojos. Así que si sois de los que solo de pensar que llegan estas fiestas os enfurruñáis, os voy voy a contar las cosas que disfruté muchísimo con mi hijo a pesar de ser una mamá grinch.
El Belén
Me encanta hacer dioramas. Y me encantan los belenes. Hemos hecho Poniente con playmobil ocupando todo el salón. Hemos representado con figuritas de Slcheich batallas medievales. Hemos creado Parque Jurásico con dinosaurios y toda clase de complementos. Pero, admitámoslo, la variedad de plantas, casas, luces, riachuelos, norias, tiendas, alimentos y figuras de la Judea del año cero son impresionantes. Me lo pasé genial comprando figuritas y haciendo belenes alternativos también.
Musgo artificial, caminitos de tierra, montañas de corcho, el castillo romano, la panaderia, la mujer de las ocas, los pescadores, los pastores calentándose en torno al fuego, la nieve imposible, las lucecitas de colores. Los animales, los juncos, las cestas de alimentos, son preciosos.
Cada año visitar la Plaza Mayor de Madrid con sus tenderetes, ampliar la colección, diseñar el espacio geográfico, poner los puentes, ver el agua saliendo de la fuente, ha sido algo muy divertido que ahora recuerdo con verdadero cariño. Me encanta el Belén y hasta me gusta desmontarlo un mes después.
Los Reyes Magos
Hay quien aborrece la mitología navideña relacionada con los regalos, y afirma que es una mentira que manipula a los niños. Hay quien, con postura respetuosa, decide en su casa no contar esta historia pero respeta la forma en que los demás deciden hacer llegar los regalos a los niños. Hay quien se horroriza por el consumismo navideño y llega a rechazar algo tan humano como el repartir regalos a las personas que quiere en una fecha especial o se ve abrumado por una obligación extendida a los adultos de su círculo. Y hay quien se emociona con la fantasía de una llegada mágica de regalos que entusiasma a los niños y se deja llevar por ello.
Yo pasé de una cosa a otra hasta que fue, mi hijo, el que me contagió la alegría de abrir paquetes, la espera nerviosa, el ritual del pan y el agua para los camellos. Y el sabía, además, que todos los niños son buenos.
Y es que, de niña, la llegada de los Reyes Magos era la noche más especial del año y el descubrimiento posterior de la humanidad de esta magia no me pareció engañosa, sino metafórica. Mi hijo lo vivió así. Le encanta irse a la cama nervioso y despertar al amanecer para bajar al salón y descubrir tantos paquetes con sus mayores deseos.
La propia evolución emocional y racional del niño fue lo que le hizo descubrir las incoherencias prácticas de la historia: el rey negro pintado, los reyes falsos de los centros comerciales, la ubicuidad de los desfiles, la imposibilidad temporal de visitar todas las casas del mundo. Y cuando preguntó, por fin, le pareción tan hermoso que sus padres y abuelos hubieran hecho la magia posible y le hubieran mimado así que nunca vi tanta magia en sus ojos, la magia del amor, como en ese momento.
Ahora es paje navideño. Esta noche está en casa de sus abuelos preparando el Belén más grande que he visto nunca y va a comprar los regalos de sus primitos con alegría esperando la mañana en la que los ojos de los niños se abrirán tanto y se llenarán de ilusión.
Las reuniones familiares
Me cansaban tanto esas largas reuniones familiares en las que compartes mesa y conversación con algunos personajes a los que preferias no ver y en las que la tensión se palpaba en el aire que estaba deseando dejar de ir, tener alguna excusa. Hasta que mi hijo me enseñó lo especial que era para él tenernos a todos reunidos, incluídos aquellos familiares a los que durante el año no veíamos. Ellos no se dan cuenta de nuestras resistencias si no las expresamos, les basta ese día sentir un calor especial, ser el centro de las atenciones, comer cosas muy ricas preparadas con amor, las velas y las uvas y todo lo que rodea esas noches de fiesta.
Las cosas en las que seguí siendo grinch
Pero, a pesar de haberme encandilado los árboles iluminados, los regalos, el poner el árbol cada año más recargado, montar el Belén y hasta pasar frío en la Cabalgata de Reyes hay cosas que seguí encontrando insoportables y que me hacían mantener mi espíritu de mamá grinch.
Las tiendas a tope de gente con una músiquita infernal que parecen villancicos pero que ni puedes identificar con tanto ruido de fondo y con el calor que hace. No es que quisiera ir, pero al final, siempre me tocaba acompañar a alguien que estaba muy perdido y pedía consejo para sus compras. Lo odiaba.
Las funciones escolares navideñas, que tanto emocionan a los padres me parecían una tortura escenográfica sin mucho sentido. No me odiéis por eso, por favor. La preparación teatral supongo que no puedes exigirla, pero el que programen las actuaciones de doce clases de Infantil que rozan el desastre de verdad que no entendía que aportaban o que ilusión podía hacer. Sobre todo por los disfraces, que ni ganas de gastarme el dinero ni de contratar a una costurera tenía.
Me acuerdo lo largas que se me hacían, soporíferas, absurdas. No veía lo emotivo de sacar a los niños a berrear un villancico en inglés sudando y empujándose, ni lo educativo ni lo artístico. Lo siento, pero las encontraba horrendas y las sigo aborreciendo. Si quieres montar una función infantil haz una al año y hazlo bien. Pero respeto a quien le gusten, claro, aunque debería haber más posibilidad de elección sobre si quieres que tu hijo pase horas preparando eso o no.
Los petardos, los pitidos y los borrachos de los que no te libras si no vives en una cueva en lo alto de una montaña. No lo entiendo. No son graciosos, no son respetuosos y son un pésimo ejemplo de lo que es divertirse o celebrar. Y especialmente cuando eres madre no ves justificación alguna a esos comportamientos que asustan o pueden perjudicar a tus hijos. Aunque sea Navidad.
Y para terminar, como buena mamá grinch odio a Papá Noel. Y por ahí no pasé.
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