Hace unos meses, una actitud de mi hija mayor, que no llegaba a los tres años, empezó a preocuparme. Cuando algo le molestaba, cuando no estaba conforme con alguna decisión, en ocasiones se acercaba a mí o a su padre y nos pegaba, en ocasiones diciendo “mala, mala, malo, malo”.
Yo no entendía por qué ella actuaba así, dándonos esos manotazos en momentos de rabia, si ella no ha visto ese comportamiento en nosotros ni en nuestro entorno y tampoco decimos que es “mala”. Evidentemente, eran unos manotazos más fruto de la impotencia que otra cosa.
He leído otros testimonios de mamás similares, preocupadas por unas “excesivas” demostraciones de rabia de sus pequeños con actitudes que nosotros evitamos en todo momento. O al menos casi siempre, como explico más abajo.
Ahora, después de mucho hablarlo con ella, y con algunos “ejemplos” en el colegio que me temo que sí le han enseñado cómo pegar, hace un tiempo que no repite ese comportamiento (o cuando va a hacerlo, ella misma se detiene).
Le hemos explicado que si los papás nunca le han pegado a ella, ella no debería hacerlo, que nunca deseamos hacer daño a las personas que queremos y que entendemos sus enfados pero que jamás se pueden demostrar pegando ni diciendo palabras feas.
Toda esta introducción es para llegar a un punto en que, hace pocos días, se me encendió una lucecita que me hizo preguntarme ¿no le habremos enseñado nosotros a pegar, sin darnos cuenta?
Estaba con mi hija pequeña sentada en brazos, comiendo, y se dio un leve golpe en la mano con el canto de la mesa. Entonces actué como tantas otras veces hemos hecho con ellas, cuando se dan un golpe, cuando se hacen daño: con los besitos a la zona dolorida y dando unos golpecitos al causante del dolor y diciendo “mala, mesa mala”.
¿No habéis dicho alguna vez eso de “Mala, puerta mala, pupa mala, suelo malo” o algo similar, dándole unos golpecitos? Una actitud que se le muestra en ocasiones a los niños para “solidarizarnos” con su dolor por la caída o el golpe y mostrando también una especie de “venganza” con el objeto que causó el dolor.
Yo no sé si ésa será la causa de que mi hija se enfrentara a nosotros así en dichos términos (ellos son la causa de mi dolor, de mi malestar, pues me “vengo” como tantas veces he visto hacerlo), pero desde luego ese momento me dio que pensar todo lo que aquí os cuento.
Por supuesto, ahora intento no repetir esa actuación, y ante cualquier caída nos centramos en el “cura cura” de las pequeñas más que en la “reprimenda” a lo que la ha causado. Por si acaso, no me gustaría estar enseñándoles que pegar es lo normal, sin darme cuenta.
Foto | mdanys en Flickr-CC
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