En un instante la vida puede cambiar de manera drástica y dejar de ser la vida que hasta entonces conocíamos para pasar a convertirse en una auténtica pesadilla.
Desde hace días, una imagen me persigue como un maldito fotograma grabado a fuego en mi retina: la imagen de mi hijo asfixiándose con un trozo de comida. Por fortuna "todo quedó en un susto", como suele decir la gente, pero estoy segura de que ese susto me perseguirá toda la vida.
Hoy me he decidido a compartir con vosotros como fue aquella desagradable experiencia, porque he pensado que si con ello puedo ayudar a una sola familia a tomar conciencia de la importancia de saber primeros auxilios, recordar lo vivido tendrá al menos sentido.
Cómo sucedieron los hechos
Era una noche como cualquier otra, en la que nos encontrábamos cenando en familia y compartiendo cómo había sido nuestra jornada. Tanto para mi marido y para mí, como para nuestros hijos, ese momento siempre es nuestro preferido del día, pues nos permite reunirnos alrededor de la mesa, desconectar de móviles y preocupaciones, y compartir un rato juntos.
Ese día mi hijo mayor tenía muchas cosas divertidas que contarnos, pues en el cole le habían sucedido una serie de anécdotas que estaba deseando explicar. Y así fue como entre anécdota y anécdota, carcajada y carcajada, ocurrió el atragantamiento.
Durante escasísimos segundos que posteriormente él describió como "eternos", mi hijo sintió que se asfixiaba en la más absoluta ignorancia. Con las risas, un trozo del filete que estaba comiendo se le fue directo a la vía aérea, obstaculizando la entrada del aire. Pero como era incapaz de toser ni emitir ningún sonido, inicialmente ninguno habíamos advertido lo que le estaba ocurriendo, pues los comentarios y carcajadas entre el resto todavía se sucedían.
Así que cuando mi marido levantó la vista del plato y vio a mi hijo llevándose las manos al cuello en un desesperado gesto de auxilio, comprendió lo que estaba ocurriendo y soltó un grito al tiempo que se levantaba de la mesa de un salto y agarraba a mi hijo por debajo de las axilas para ponerle ne pie.
Y de pronto, los segundos se hacen eternos
Mi marido actuó con gran rapidez y sangre fría, y siendo evidente que el trozo de alimento le había obstaculizado completamente la vía aérea, se colocó detrás de él, flexionó su tronco hacia delante y le dio varios golpes secos con el talón de la mano en mitad de las escápulas.
Pero esta maniobra no logró desobstruir sus vías aéreas, por lo que a continuación le practicó la maniobra de Heimlich. En la primera y segunda compresión no hubo suerte, pero al tercer golpe el trozo de carne salió disparado como un proyectil y por fin mi hijo comenzó a toser.
Y mientras yo observaba la escena con el teléfono en mano y marcando el 112, mis ojos se llenaban de lágrimas al ver el rostro desencajado de mi niño, sus labios completamente morados y su mirada de absoluto terror. Y confieso que en aquellos eternos segundos pensé en lo peor...
Cuando todo pasa y tomas conciencia de lo ocurrido
Como he comentado, el trozo más grande de carne salió disparado tras practicarle la maniobra de Heimilich, y en ese momento mi hijo pudo hacer por fin una inspiración profunda y comenzó a toser. Mi marido y yo le animamos a seguir haciéndolo con fuerza, y así fue como comenzó a expulsar varios trozos más pequeños que también se habían quedado alojados en la garganta.
Cuando dejó de toser apenas le salía la voz, y se abrazó a nosotros con los ojos llenos de lágrimas y muy asustado por lo que acababa de vivir. Tardó varios minutos en recuperar su timbre de voz (parecía salirle con gran dificultad, como cuando tenemos faringitis y nos cuesta trabajo hablar), pero cuando lo hizo nos explicó cómo lo había vivido y las sensaciones que había experimentado.
Y tras asegurarme de que efectivamente se encontraba bien y todo había pasado, me derrumbé. Las piernas habían dejado de sujetarme y me dejé caer sobre la silla como un saco inerte. Sentía el corazón latir con fuerza en todas las partes de mi cuerpo, pero sobre todo en la cabeza, como si de una olla a presión se tratara.
En mi mente se repetía una y otra vez la imagen de mi hijo con los labios morados y la boca abierta, tratando de respirar sin éxito. Aquella noche apenas pude dormir y durante los días posteriores tuve un extraño sentimiento de desasosiego que se me pasaba al reunirme con mis hijos a la salida del colegio. Y es que cuando les visualizaba en el comedor escolar o en el recreo tomándose su almuerzo, me invadía un miedo irracional a que pudiera ocurrirles lo mismo lejos de mi presencia.
La importancia de saber primeros auxilios
Cuando nos convertimos en padres por primera vez, mi marido y yo tomamos conciencia de la importancia de saber primeros auxilios. Es curioso como a pesar de que es algo que todos deberíamos aprender lo antes posible, en la mayoría de los casos no es hasta que tenemos hijos cuando nos hacemos conscientes de esta necesidad.
Es cierto que a priori nunca vas a saber si llegado el momento de actuar sabrás hacerlo correctamente, pero al menos la teoría la conoces, y sabes que ante un atragantamiento, ciertas prácticas extendidas como golpear en la espalda, ofrecer líquidos o meter los dedos en la boca para tratar de alcanzar a ciegas el trozo que se ha quedado atascado, solo pueden empeorar la situación.
Ante un atragantamiento cada segundo cuenta, y aunque el pánico puede convertirse en nuestro peor enemigo, es fundamental actuar con la mayor rapidez posible y precisión, recordando los pasos más importantes:
Si puede toser, animar al niño a hacerlo de forma enérgica para que expulse el trozo de comida u objeto que está obstruyendo su vía aérea. No le golpearemos ni moveremos, sólo le animaros a toser con fuerza.
Si el trozo le impide tomar aire para toser, la tos es débil o sus labios/piel comienzan a ponerse morados, debemos practicar las maniobras de desobstrucción de la vía aérea, siempre que el niño esté consciente.
En este vídeo, un enfermero del Colegio Oficial de Enfermería de Madrid nos explica cómo hacerlo teniendo en cuenta la edad del niño, pues la forma de actuar será diferente con lactantes menores de un año, que con niños mayores de esa edad o adultos.
Es vital avisar de inmediato a los servicios de emergencia, pues además de enviarnos la ayuda pueden darnos instrucciones más precisas para socorrer al niño.
Por otro lado, y aunque en muchas ocasiones es difícil prevenir este tipo de accidentes, hay ciertas cosas que podemos hacer para minimizar los riesgos de sufrir un atragantamiento:
Cuando hablamos de niños pequeños, hemos de ofrecer los alimentos en trozos que reduzcan el riesgo de asfixia. Si tenemos un bebé y hemos optado por la técnica del BLW para alimentarle, es fundamental estar correctamente informado y asesorado antes de ponerla en práctica, sabiendo qué alimentos y formas de presentación deben evitarse.
Los niños deben comer siempre en vigilancia de un adulto, incluso si solo están tomando líquidos, pues también podrían atragantarse.
Hay que comer tranquilos, sin prisas y masticando bien. Jamás deben saltar o correr mientras comen (y tampoco reír a carcajadas como nosotros estábamos haciendo en ese momento. Una lección que se nos ha quedado grabada a fuego).
Ciertos alimentos aumentan el riesgo de atragantamiento en niños por lo que deben evitarse en menores de cierta edad (tal es el caso de los frutos secos, por ejemplo), o cortarse de tal forma que minimice los riesgos (como por ejemplo, las salchichas, uvas, aceitunas o cualquier alimento pequeño y con forma redonda).
Mantener fuera del alcance de los niños objetos pequeños que puedan llevarse a la boca y atragantarse con ellos, comprobar que el compartimento de las pilas de sus juguetes está debidamente cerrado (¡mucho ojo con las pilas de botón!), y no darles globos para que los inflen, pues podrían aspirarlos de manera accidental.
Espero que jamás viváis una situación similar, pero si tenéis la desgracia de presenciar un atragantamiento es importante estar bien informados para saber cómo actuar, pues de nuestra rápida y correcta actuación puede depender la vida de la otra persona.