Más de 30 historias maravillosas que puedes vivir en un hospital al ir a parir y que pueden hacer la diferencia
Hace dos días publicamos una entrada de esas que uno jamás querría publicar, pero que acaba sintiendo necesaria para dar un toque de atención tanto al mundo de los profesionales sanitarios como al de las mujeres que van a parir y acaban también justificando la violencia obstétrica a la que fueron sometidas porque sus bebés están bien: "no puedo hablar mal de ellos porque mi bebé está vivo, y eso es lo importante".
La crítica tenía la intención de darlo a conocer, de mostrar voces de madres que lo han sufrido, de abrir los ojos de la sociedad, de mujeres y de hombres, para que supieran lo que un profesional, con el abuso de su autoridad, puede llegar a decir y hacer.
Pero a veces no basta con meter el dedo en la llaga y hay que ir más allá, mostrando no solo lo que está mal, sino también lo que está bien. Por eso hoy os dejamos con **más de 30 historias maravillosas que puedes vivir en un hospital al ir a parir y que pueden hacer la diferencia.
¿Por qué explicar la parte positiva? ¿No debería ser siempre así?
Precisamente por eso. Porque debería ser siempre así, pero no lo es. Precisamente porque es eso lo que debe prevalecer: el respeto, el cariño, el acompañamiento, la humildad, la empatía y la profesionalidad de personas que solo deberían ser protagonistas de un parto si algo se complica. Profesionales que deben estar ahí para ayudar a la mujer a tomar decisiones, a seguir adelante, a intentar sacar la fuerza interior que todas tienen, a darles coraje para dar un paso más, a controlar sus miedos, sus bloqueos, su angustia cuando llegan al hospital asustadísimas pensando en todo lo que podría ir mal.
Se sabe que las mujeres que sienten confianza en sus capacidades y que reciben un apoyo cercano, válido y útil pueden tener un parto normal con muy pocas intervenciones. Y se sabe que una mujer que pierde la confianza porque alguien le dice que no va a saber, o que no va a poder, tendrá un parto mucho más difícil y requerirá muy probablemente de instrumentos, maniobras y ayudas para dar a luz a su bebé. Y muchas veces no podrá, llegando a hacérsele una cesárea.
Entonces los profesionales se convierten en el problema y al final en la solución: el problema, si consiguen que la madre crea que no puede, y la solución, cuando al final consiguen que dé a luz a su hijo. "¿Ves como no podías parirlo? Ya te he dicho que era muy grande / las mujeres de ahora no sabéis parir / no lo estabas haciendo bien / estabas perdiendo la fuerza por la boca / si no me hacías caso no lo lograrías". Y ellas acaban por dar las gracias pese a no haber sido capaces de parir: "Tienes razón, gracias por ayudarme tanto y por darte cuenta de mis limitaciones".
Pero las limitaciones no siempre son tales. Las tasas de cesárea deberían ser de una por cada diez partos, pero para que esto suceda las mujeres necesitan profesionales expertos, amables y pacientes. Cuando no es así, la tasa aumenta hasta los porcentajes que tenemos actualmente en los países teóricamente avanzados: con más de un 20 por ciento de cesáreas en España, más de un 30 por ciento en Argentina o más de un 40 o un 50 por ciento en países como República Dominicana, Brasil, etc.
Más de 30 historias y frases maravillosas que los profesionales sanitarios pueden decir en un hospital
Os dejo a continuación con más de 30 frases maravillosas, o historias, todas explicadas por mujeres, que los profesionales sanitarios pueden decir o hacer en los hospitales para que ellas se sientan partícipes, respetadas, válidas y protagonistas de sus partos. Son historias que han explicado en mi página de Facebook porque pedí que me contaran sus experiencias buenas, aquellas que aún ahora agradecen cuando piensan en ese día que fueron a dar a luz.
Y todas ellas son con independencia de cómo acabara el parto: a veces fueron partos normales o naturales, a veces fueron partos vaginales con epidural, a veces fueron partos inducidos y a veces fueron cesárea. Porque en todas las posibilidades los profesionales deberían comportarse igual:
No fue una frase. Fue la actitud. Respetar todo lo que pedimos. Permitir que mi hija mayor accediera al paritorio nada más nacer su hermano. Dejar que durmiera con nosotros en el hospital. Acompañarnos e informarnos en cada momento para que pudiéramos decidir. No me cansaré de dar la gracias.
(Mensaje de un hombre) Tras pedir -y serme denegado- entrar en el quirófano, un ángel (una ángel, realmente) vestida de enfermera vino a buscarme y a decirme que sí, que podía pasar.
Pues esto sonará raro, pero mi recuerdo positivo viene con una "palmadita" en la cara por parte de una enfermera, cuando yo entré en un "no puedo hacer esto" y ella, con una mirada de confianza plena, me sacó de ese pensamiento diciéndome que SÍ podía, ¡que ya lo estaba haciendo! ¡¡Me lo creí!! Me agarró de la mano y en un último empujón ¡mi pequeño estaba aquí! Recuerdo su alegría, sus besos y ¡su apoyo!
He de decir que esta enfermera continuo cuidándonos después ¡con un mimo increíble!
Cada vez que me acuerdo de ella me emociono.
En mi caso no hubo frases de apoyo que pueda escribir y podáis recordar. En mi caso lo mejor de todo fue la actitud/aptitud de mi ginecólogo y la matrona. Siempre me hicieron sentir que parir era un momento único en nuestras vidas y ellos se iban a encargar de que así fuese (pese a las dificultades de último momento). Mi deseo era parir de la manera que me apeteciese, vertical, tumbada, en el agua, etc... pero por dificultades (rompí aguas a las 29 semanas, estuve en cama hasta las 33 y durante ese mes me prepararon el quirófano unas tres veces porque a mi peque se le bajaban las pulsaciones, también durante el trabajo de parto) eso no pudo ser, pero se encargaron de hacérmelo lo mas natural y especial posible poniéndome música, bajándome las luces, dándome seguridad y confianza, poniéndome un espejo que me permitiera ver la cabeza de mi hijo en el momento de nacer y sobre todo, por permitirme disfrutar de tener a mi hijo en el pecho durante un tiempo corto (echó a la gente de neonatos para darnos intimidad al papá y a mí y peleó con ellos para que me dejaran disfrutar de esos segundos o minutos de apego, de piel con piel).
En resumen, respetaron mis tiempos, deseos y sobre todo, me respetaron a mí.
Mi segundo parto fue un parto de nalgas. Desde la semana 30 estaba de nalgas y yo les decía a mis gines que no quería cesárea, que prefería parto de nalgas. En cada visita me decían que había tiempo de que se girara, que tranquila. En ningún momento me hablaron de cesárea. Cuando vimos que estaba de 39s y aún de nalgas, el gine más mayor me dijo que cuando él se encontraba con partos de nalgas le encantaba, pensaba que eran niños especiales. Al llegar de parto, estaban todos muy emocionados por poder acompañarnos en un parto de nalgas: comadrona, los dos gines, auxiliares... Me pidieron permiso para estar allí una comadrona y una anestesista (aparte de la mía) porque no todos los días se ven partos de nalgas. Y recuerdo la anestesista que dijo: "Lo estáis haciendo tan bien Octavi y tu... Que bonito tu parto de verdad, que bonito". Y en cuanto nació, noté la emoción en todos los que estábamos allí. Yo venía de un primer parto muuuuy largo y duro (aunque respetado) y fue un regalazo de parto.
Has parido tú. Si no es por ti y toda esa fuerza que tienes, tu niña no nace.
Mi primer parto inducido por rotura de bolsa pero sin contracciones. Dilataba de maravilla y en dos horas estaba de 5 cm y con la epidural puesta. La matrona encantadora me decía que iba genial, que dos horas más y El Niño estaba fuera y el anestesista me explicó paso por paso lo que iba a hacer mientras me pinchaba. Al poco rato, entra la ginecóloga y un montón de enfermeras porque las constantes del niño se venían abajo y nos fuimos a una cesárea de urgencia pero tanto la matrona, que decía que era una pena porque hubiera tenido un parto estupendo, como el anestesista y todos los que estaban allí me tranquilizaron, me decían que todo iba a salir bien y estuvieron conmigo y mi hijo. Sobre todo el anestesista que se sentó a mi lado y me iba contando qué pasaba y de ahí no se separó en toda la operación. Cinco minutos desde que entramos y El Niño ya estaba fuera y fenomenal.
El segundo fue cesárea programada por placenta previa y otras complicaciones, y aunque el quirófano estaba lleno de gente, el anestesista de nuevo a mi lado y una enfermera contándome qué pasaba y dando la bienvenida a mi hijo. Lo limpiaron y enseguida lo cogió para ponerlo a mi lado.
Las dos veces, los días que pasamos en el hospital todos fueron encantadores y atendiéndonos de maravilla. Cada vez que se tenían que llevar al bebé para algo preguntaban si alguien quería acompañarlo. Si volviera a tener otro, tengo claro que elegiría mismo hospital y equipo.
Al hacerme la versión cefálica recuerdo mucha gente pues mi peque fue un poco cabezota... Había una matrona jovencita en prácticas y otra más mayor cuyos ánimos y palabras me hicieron aguantar hasta el final. Al terminar, el ginecólogo vino a darme la enhorabuena por ser tan buena paciente y ser tan valiente. Lo que más me gustó fue que se acercó a mi tripa y dijo: "Aimar, pon un poco de tu parte que tu madre esta siendo muy fuerte. Una madraza y campeona antes de que nazcas". Y al siguiente intento lo pudieron colocar!
Primer parto: me voy a sentar aquí contigo y explicarte bien los riesgos de la epidural para que tomes una decisión informada, yo te apoyo con lo que decidas.
Segundo parto: sólo me miró y me dijo "muchacha, ¡tú puedes!" Pero lo dijo de tal modo y con tanto cariño que me vine arriba. Ese parto fue un manual de cómo tendrían que ser los partos hospitalarios.
Mi ginecólogo no paraba de decir: "Venga campeona, bájame a ese niño... ¡con dos ovarios, sé que puedes!".
Y así fue... después de 37 horas de contracciones, bolsa rota y cansancio máximo. Todo el equipo respetó el tiempo de parto y me apoyaron muchísimo.
En mi primer parto me tocó la matrona ideal. Ella había oído que había presentado plan de parto para tener parto natural y se quedó pese a haber acabado su turno para acompañarme. Y eso fue lo que hizo, acompañarme. Ni un solo tacto mientras dilataba, bajó las luces de la sala para que estuviera más tranquila y me animaba en cada momento junto con mi marido. Estaban allí para ayudarme en mi trabajo de parto. En el momento que había dilatado completa me dijo: "Si no estuviera el ginecólogo de guardia podrías parir aquí más tranquila, pero te tengo que llevar a quirófano".
En el quirófano ya se sentó enfrente de mí y sin tocarme me iba ayudando a aprovechar cada contracción, me explicaba cómo tenía que empujar y cuando salió la cabeza simplemente le dio la vuelta al niño, prácticamente sin tocarlo, y me dijo que en la siguiente contracción empujara y lo sacara yo misma. Fue una experiencia increíble, siempre le estaremos agradecidos. Por llamarme la atención sobre todo el 'miedo" de la matrona a que nos pillara el ginecólogo conmigo dilatando a cuatro patas, cerró la puerta y todo por si pasaba por allí... pero vamos, ella de diez.
En el parto de mi segundo hijo, la última media hora brutal de contracciones con oxitocina y pedí la epidural tirada en el suelo.
La matrona me dijo que iba a explorarme que si podía subir al potro, pero vino otra contracción y se arrodilló en el suelo para hacerme el tacto y me animó: "¡Estás casi en completa! ¿Estás segura de que quieres la epidural? ¡Yo creo que puedes conseguirlo!"
Fue el subidón que necesitaba en ese momento para el expulsivo sin epidural.
Cuando me subían a planta después de dar a luz sin epidural y con el peque encima de mí empezando a mamar, una enfermera dijo que se tenían que llevar al niño para darle calor, la comadrona respondió al instante: "El niño está con su madre, no necesita más calor que ese". Esa misma comadrona me dijo tras hacerme un tacto: "Si te hace ilusión seguir sin epidural, ¡adelante!". Nunca le daré suficientes veces las gracias.
Tranquila, que tú puedes. Tú tienes la fuerza. Tu bebé va a ser recibido por una madre estupenda.
La comadrona que estuvo conmigo cuando estuve ingresada por amenaza de parto en la semana 28 (y que cuando yo estuve llorando desconsolada por todo lo que me había dicho la médico -posible retraso mental, ceguera, sordera de mi bebé-), se esperó conmigo hasta el expulsivo (ya en la semana 39) aunque había acabado su turno. Cuando Mario nació me dijo: "Bien hecho, mami".
En mi caso, hubo unas palabras de mi ginecólogo que aún resuenan en mi mente: "Bibiana, ¡tú puedes! ¡Yo estoy aquí para apoyarte!"
Nada más llegar: "¿Cómo quieres que sea tu parto?"
Ya estás de 6 , esto va fenomenal.
Lo estás haciendo genial.
Confía en ti y en tu bebé, lo estáis haciendo muy bien.
Al final del parto: "Gracias Maria por dejarme asistir a este parto maravilloso, ha sido un placer" (dándome las gracias a mí...).
Con cada contracción está más cerca de tu bebé. No luches contra ellas... Acompáñalas.
Muy bien, sigue así, eres una campeona.
A mí, pese a hacerme una cesárea de urgencia y encima en el cambio de turno, tengo que decir que todos los profesionales se implicaron. Estuvieron los dos turnos hasta que finalizó. Una anestesista muy amable estuvo a mi cabeza acariciándome, dándome mucho ánimo y explicándome todo lo que me estaban haciendo con una voz dulce y muy pausada.
Yo estaba asustadísima dada la celeridad con que ocurrió todo, porque me metieron en quirófano a los cinco minutos de llegar al hospital. Entré con aguas sucias, dilatada de 5 y en cuanto me monitorizaron se dieron cuenta del sufrimiento fetal.
Me animaron mucho y tuve palabras de aliento. No fue el parto deseado, pero dentro de la situación que tuve que vivir agradezco la forma en la que me trataron, y después de lo leído, me siento una privilegiada porque estuvieron presentes los profesionales de los dos turnos. Tenía para mí dos anestesistas, dos ginecólogos, dos pediatras, una matrona y alguna enfermera más. Igual que nombramos los hospitales para lo malo también me gustaría decir que esto me ocurrió en el hospital de Manises.
En mi primer parto yo tenía 17 años, el expulsivo se complicó y tuvo que intervenir la ginecóloga y la anestesista.
El matrón, muy lejos de irse a atender a las demás mujeres, como sabía que yo estaba asustada y al ser parto instrumental ya no dejaban pasar a ningún familiar, me cogió la mano, me la apretó y me dijo: "Tranquila, yo no te voy a dejar sola...".
No os imagináis lo grabadas que llevo sus palabras...15 años después lo recuerdo a la perfección.
(Este parto fue en casa) A punto del expulsivo, con una sensación de no poder más y de que era imposible que un bebé naciera de mí, empecé a gritar "No puedo más, me cagoooooo" y la grande comadrona Inma Marcos me dijo muy suave, susurrando, con calma y una sonrisa cálida "Sí Soraya, parir es como cagar un melón". Y medio riéndome, medio flipada por el comentario, salió la cabeza de Èric. El tono, la calma, la serenidad y el humor fueron decisivos. Ahí está. Cagar un melón era todo lo que necesitaba oír.
Yo con mi plan de nacimiento en mano, a punto de echarlo a la basura porque me habían programado la inducción, me fui a la hora y día convenidos con la moral por los pies. No iba a dárselo. Me dijo: ¿Me das tu plan de parto? ¡Seguro que la mayoría de cosas las podemos respetar! ¡Y así fue!
La matrona que atendió mi segundo parto era jovencita, unos 20 y pocos. No era madre, yo estaba al límite, sólo decía que ya no podía más y ella me animaba y me decía "Claro que puedes, las embarazadas además de un bebé dentro lleváis una Leona, sacáis fuerza, valor y coraje donde no lo hay, seguro que os lo proporciona la placenta". Esa frase me quedó clavada. Diez minutos más tarde Bruna estaba en mis brazos.
Pasaron varios turnos hasta que llegó mi matrona, la que me apoyó desde que comenzó su turno. Como broche final me escribió este mensaje en la cartilla de embarazo: "¡Enhorabuena campeona! Lo has hecho genial, disfrutad mucho de Larisa".
Mi niña nació en la semana 36 porque rompió la bolsa al colocarse. Primeriza y sólo había ido a una clase de preparación. Provocaron el parto y estuve súper atendida: pelota, ánimos, caricias... mi matrona del centro de salud, que es amiga de la familia, estuvo en todo el proceso conmigo. Tuve hasta una mantita eléctrica para el dolor de riñones que me la fueron a buscar en 5 minutos.
Me encantaba la frase que me decían cuando estaba que ya no podía más: "¡Una menos que ya llega la princesa!".
La residente había terminado turno y se quedó una hora y media más porque me dijo que mi parto no se lo quería perder.
Me pusieron un espejo para ver a mi pequeña coronar y nacer. En todo momento me daban ánimos y no se me olvidará jamás. Fue parto natural sin epidural y sin desgarros ni episiotomía.
Repetiría sin duda con ese magnífico equipo humano. Y mi matrona.... ¡la mejor del mundo! A mi hija le hablo aunque sea pequeña de ellos, porque sin su apoyo no habría sido tan bonito.
Qué curioso. He tenido que ahondar mucho en la memoria para recordar frases buenas, y seguro que me dijeron algunas durante el parto. Y con esto se deja clara la huella que puede dejar en ti el hablarte mal en un momento tan vulnerable, tanta, que puede empañar el trabajo de un buen profesional... "-Cómo se llama tu hijo? -Leo -Genial, pues saluda a Leo que ya lo tienes aquí, mami". "Mamá, no lo abrigues mucho que le sube la temperatura". Que los profesionales se dirigieran a mí como mami o mamá, denotaba cierta dulzura en ellos que me hacía sentir muy, muy arropada...
Yo no me puse la epidural. Cuando estaba de 8 cm me dijeron que el niño venía mirando hacia delante y que aunque así podía salir, que era más difícil. Me enseñaron unos movimientos de pelvis para ayudarle a girar. Así que de 8 a 10cm de dilatación estuve con música y bailando con mi pareja. Nos miraban por la ventana (nos dieron mucha privacidad). Cuando entraron la matrona y la residente de matrona nos dijeron que nuestro parto estaba siendo para grabarlo, por lo que me estaba ayudando él y por el ambiente que habían visto bailando.
También me sentí respetada, porque aunque yo pensaba que en la silla podría empujar bien la verdad era que no podía. Me ayudaron a pasar a la cama y me dijeron que si quería íbamos al paritorio. Yo preferí quedarme en la habitación, sin cambiar de sala.
Mi parto fue muuuuuuy largo, no tuve queja de ningún profesional, pero mi matrona fue un ángel que no me dejó sola ni un momento. Sus frases: "Lo estás haciendo genial, cariño"; "Eres una campeona"; "¡Pero qué bien empujas!"; "Ya no queda nada...". Y la más importante (cuando mi niña no salía después de muchas horas) "El ginecólogo está diciendo que hay que prepararse para cesárea, pero yo me he empeñado en que no, tú vas a dar a luz de manera natural, sé que puedes". Y haciendo lo que me dijo en nada mi niña estaba fuera. Jamás olvidaré a esa persona.
Por dónde empiezo... el anestesista, un amor de hombre, me explicó paso por paso el tema de la epidural. Las dos enfermeras que me asistieron me ayudaron a calmarme: para ponerme la epidural una de ellas me puso mi cabeza entre su pecho y me dijo: "Escucha mi corazón como tu bebe escucha el tuyo... cálmate y él estará calmado". Mi ginecólogo me explicó todo lo que hacía durante la cesárea... Al final, me abrazaron y me dijeron que había sido muy valiente, que lo había hecho genial y lo más importante, me dijeron que mi bebé estaba sano, fuerte y que era precioso... Eso es lo más maravilloso que me pudieron decir en mi parto! (Me emociono al recordarlo).
En mi segundo parto, vino el gine a hacerme un tacto y me dijo que probara a empujar. Lo hice, y me dijo: "Empujas fenomenal. Has nacido para esto" Me dio muchísima fuerza. Al pasar al paritorio, mi hijo nació en dos pujos.
En mi primer parto yo dudaba mucho si estaba haciendo bien la respiración y los pujos, la comadrona que me atendió sólo me dirigía tiernas miradas y decía "lo estás haciendo muy bien, sigue así, ya pronto tendrás a tu bebé entre tus brazos!".
De mi segundo parto tengo mucho que agradecer a Moira, comadrona del Hospital de Sant Joan de Déu, quien se preocupó porque estuviera tranquila y lo más cómoda posible mientras pasaban las largas horas de dilatación (tuve una sala con bañera, con luz tenue y me puso un cojín caliente de semillas para sobrellevar el dolor). Y no solo eso, me orientó y respetó mi deseo de no romper la bolsa (al verme tan agotada y al ver que la bebé no descendía me comentó la posibilidad de romper la bolsa, todo sería más rápido pero también mucho más doloroso. Me dijo que la bebé no tenía sufrimiento fetal y si yo quería todo sucedería de manera normal). La comadrona residente también fue muy amable, mientras me cogía de la mano me decía "piensa que cada contracción te acerca más a tu bebé, ya queda menos!". Son palabras de ánimo que agradeceré siempre.
En mi primera visita al hospital me atendió Clara (3/4 de la noche más o menos). Todavía estaba muy verde (de 3 cm) y nos aconsejó que si queríamos un parto natural nos fuéramos para casa. Y nos fuimos. Volvimos al día siguiente a eso de las 12h más o menos y nos atendió Carmen (era sábado así que vino de urgencias y estuve esperando un rato).
Tal cual llegó miró como estaba y me mandó directa al paritorio. Estuve un rato monitorizada mientras hablaba con mi marido y Carmen. Todo iba estupendo. De vez en cuando veía sus caras de asombro y al final me explicaron que era porque tenía contracciones como montañas rusas y yo estaba tal cuál (realmente ¡el umbral del dolor sube y sube!). Cuando terminó de monitorizarme me puse de pié con ellos y me preguntó si quería que cerrara más las ventanas. Estaba bien. Un poco sorprendida que ya no sintiera casi nada.
¿No estaba de diez? Me explicó que entre la dilatación y el expulsivo hay una pequeña tregua. En un momento nos reímos porque tanto ella como mi marido iban descalzos y de pronto llegó... Unas ganas de pujar incontenibles. La tuve un rato debajo porque yo estaba de pie. Y en un pujo reventé la bolsa, ¡así que la puse perdida! ¡Por lo menos era agua cristalina!
En algún momento pedí sentarme. Cuando empecé a pujar Carmen no hablaba si yo no preguntaba. Solamente cuando empezó el expulsivo vino una enfermera que en un momento me preguntó si tenía sed. Le dije que no, pero que tenía muchísimo calor, así que no paró de abanicarme hasta que salió Joana.
No me mandaron callar en ningún momento (no gritaba exactamente... lo recuerdo casi como rugidos, algo que salía de mis entrañas y no era el dolor lo que me hacía rugir. ¡Muy animal!).
Terminé de parir sentada y mi marido pudo cortar el cordón tal y como pedimos (¡corte tardío por supuesto!). Piel con piel muchísimas horas sin interrupciones. Las tres matronas vinieron a felicitarme cuando ya estábamos a la habitación. Me ayudaron con la lactancia: tenía pezones planos y empecé con grietas. Por cierto, sin desgarros ni puntos. Un diez para todo el personal. Respeto total y absoluto con mis decisiones. Por protocolo canalizan una vía venosa y respetaron que yo no quisiera... ¡No se puede pedir más! Mi marido y yo guardamos un recuerdo maravilloso.
Creo que no hace falta decir nada más. Como enfermero, como profesional sanitario, me he emocionado muchísimo leyendo estos relatos de mujeres que han decidido contarme sus experiencias.
Me los he imaginado, a mis compañeros profesionales, haciendo su trabajo con tanto corazón que no he podido evitarlo. Y me he imaginado a las mamás, agradecidas de encontrar la ayuda necesaria para seguir adelante, de manera tan vívida, que cuando leo lo contrario se me parte el alma. Y si se me parte a mí, ¿cómo puede llegar a vivirlo una mujer?
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