El parto podría definirse como el momento cumbre de una gestación, como el momento al que se llega tras nueve meses de espera y el instante en que el bebé que se ha formado y ha existido como parte de una mujer debe salir para empezar una vida por sí mismo.
Tanto significado y tanto tiempo de espera acumulado hacen que el parto sea visto como un momento potencialmente peligroso que ha provocado que los profesionales tengan una necesidad, probablemente exagerada, de controlar todos los procesos del parto.
Esto, que podría parecer algo beneficioso (“qué bien me tratan, me están haciendo un montón de pruebas para ver que todo está bien”) es un arma de doble filo, ya que cuanto más se interviene y se controla, menos poder se le otorga a la madre y, cuanto menos protagonista se siente la madre, más riesgos hay de que algo vaya mal.
Sobre este tema publicó hace unos días una entrada uno de los blogs que más sigo, el de “El parto es nuestro”, en el que Jesús Sanz, comadrón de Tenerife, que lleva 16 años atendiendo partos en casa, explica cómo ha evolucionado su atención desde que empezó hasta estos días, confesando que cuanto más quería controlar y abarcar, peor era su asistencia.
La mujer a punto de parir es una persona sana
El cuerpo de la mujer es tan sabio y lleva tantos miles de años de evolución que cuesta creer que podamos ver normal que sea capaz de gestar en su interior a una criatura creciendo prácticamente de la nada y desconfiemos sobremanera de su capacidad para dar a luz a dicho bebé.
Es cierto que los riesgos existen y que un parto aparentemente simple puede complicarse, sin embargo también es cierto que cuanto más quieren disminuirse los riesgos, si esto se hace a partir de intervenciones y control, las probabilidades de fracaso tienden a aumentar.
Recuerdo una frase que un paciente le dijo al cirujano cuando entró al quirófano para ser operado a vida o muerte justo antes de ser anestesiado: “Doctor, no me opere como si ya estuviera muerto, opéreme como si estuviera vivo, porque quiero seguir viviendo”.
Los profesionales que atienden a las parturientas deberían hacer lo mismo, pensar en ellas como en mujeres sanas, capaces de parir por sí mismas, sin que nadie les eche una mano.
Con esto no quiero decir que haya que abandonarlas, ni mucho menos, sino estar atentos y vigilantes por si algo fallara y fuera necesaria su intervención, pero desde la sombra, invisibles, mudos, actuando casi como espías que no quisieran ser descubiertos.
Cómo lo cuenta Jesús
A continuación os dejo un resumen de la entrada de Jesús Sanz que considero muy interesante porque siempre es enriquecedor ver qué piensan y cómo ven el parto los profesionales que los atienden:
Durante más de 16 años he acompañado y asistido partos en casa, y a lo largo de estos años he experimentado muchos cambios, y me he dado cuenta de que no siempre he realizado un buen trabajo como comadrón, que se me han escapado muchos signos que me hablaban de que algo iba mal y, al contrario, de que todo estaba bien cuando yo estaba preocupado y molestando en exceso a la mujer. […] En apariencia, parecía que mi asistencia era impecable, iba con todo el equipo necesario, tenía todos los conocimientos necesarios y me acompañaba la persona adecuada. Entonces, ¿de qué se quejaban (las mujeres)? Hasta que di con la respuesta: mi falta de escucha. No escuchaba las necesidades de la mujer, no escuchaba el parto, qué mensajes me enviaba cada parto para comprender que todo estaba bien o estaba mal. Las mujeres realmente se quejaban de que las molestaba. Cuando uno se da cuenta de esto, cambia mucho su asistencia, es todo un desaprendizaje del parto molestado, de todo lo que uno hace, que debería dejar de hacer porque realmente no sirve para nada, sólo para molestar. […] Cuando cambiamos nuestro punto de vista todo es posible. Podemos cambiar la forma en que asistimos, podemos “no hacer”, podemos aprender a estar presentes en los partos sin molestar, interviniendo cuando realmente es necesario, podemos crear los ambientes necesarios para que la asistencia en hospitales, maternidades, clínicas, casas de partos… sean los más parecidos a los de casa. Aprenderemos a saber cuándo sobramos, cuándo la presencia de otras personas puede dificultar o poner en peligro el proceso del parto, aprenderemos a escuchar las necesidades del parto, su calor, su penumbra, su intimidad, su silencio, su amor.
Si os interesa, podéis leerla completa en "El Parto es Nuestro".
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