La gingivoestomatitis herpética es una enfermedad que no conocía hasta hace un par de semanas, pero la experiencia práctica me ha hecho empaparme de ella. Se trata de una infección producida por un virus de la familia del herpes que, en los niños pequeños, se desarrolla especialmente en la cavidad y en las mucosas bucales.
Comienza con fiebre alta, de hasta cuarenta grados y el niño se queja de dolor en la garganta, pero no presenta ningún síntoma catarral. Si nos fijamos bien se pueden apreciar pronto las lesiones en la lengua, encias y paladar, en forma de vesículas con cabeza blanca e inflamación generalizada. Las pupas en la boca y la inflamación de las encías puede ir aumentando en los días siguientes. Los casos más graves llegan a presentar sangrado en las encías y úlceras importantes en la boca.
El contagio se produce por contacto con alguna persona o utensilio que se hubiera usado, y es muy complicado prevenirlo, ya que la fase de contagio del herpes no tiene que tener signos identificables. Lo suelen padecer niños menores de cinco años, pero también puede presentarse con más edad.
Lo niños se quejan de dolor de cabeza, y presentan irritabilidad y anorexia. El aliento puede ser muy fuerte (halitosis). La lengua aparece cubierta de una película blancoamarillenta.
La medicación habitual son los analgésicos y antipiréticos, aunque en algunos casos el médico puede decidir utilizar medicación antiviral, aunque esto es poco frecuente. Algunas pomadas o preparados especiales pueden ser recetados para la boca, pero se suele evitar la lidocaína, ya que el niño, al perder sensibilidad en la boca puede morderse en las lesiones. Paciencia y mimos son casi lo poco que podemos hacer para aliviarlos.
No comerán apenas, cualquier comida no triturada o salada aumenta el escozor. Pueden ingerir líquidos o algunos alimentos como gelatinas o caldos templaditos, y otros frescos y dulces como natillas o yogures poco ácidos. Los cítricos, especialmente, no son adecuados. Los bebés llegan a presentar problema para mamár o tomar el biberón, y en esos casos, hay que comunicarlo al médico para que valore otras medidas de sostén, aunque no suelen llegar a ser precisas.
El dolor en la boca es muy intenso y, aunque la fiebre alta desaparece en unos días, el malestar continuará bastantes más, hasta dos semanas.
Hay que evitar el contagio, por lo que los bebés más pequeños y las personas inmunodeprimidas no tienen que estar en contacto con el enfermo, que no puede volver tampoco al colegio hasta que la fiebre desaparezca y las úlceras bucales se cierren.
Afortunadamente se trata de un problema que raramente causa complicaciones, aunque, según me explicó, en los primeros días de fiebre alta y falta de apetito, hay que estar muy atentos a la desidratación o signos de afectación por hipertermia.
Luego, una vez pasa la fase febril, sobre todo hay que tener mucha paciencia. El niño llorará de dolor, y no querrá alimentarse por el escozor tan intenso que le produce cualquier alimento en la boca. Los mimos y la dulzura es casi el mejor tratamiento, no desesperarnos y ayudarle a tomar pequeñas cantidades de líquidos o alimentos suaves que le permitan mantener un estado general bueno, pero nunca forzando.
Como os decía, nunca había escuchado hablar de la gingivoestomatitis herpética hasta que hace unos días el médico de mi hijo nos explicó que era lo que estaba sufriendo, y cuando digo sufriendo, lo digo en serio, es una enfermedad que les hace pasarlo verdaderamente mal.
En el caso de mi hijo ya es mayorcito, así que puede entender el proceso y sus síntomas, lo que le ayuda a sobrellevarlos. Para los más pequeños seguro que es doblemente duro. Para sus papás, me imagino que también.