En ocasiones, algunos padres han asistido a los espasmos del sollozo o apnea emotiva. Dependiendo del niño, llora con una fuerza tan grande, que incluso en algún momento dejan de respirar. Estos espasmos afectan a un 5% de la población infantil con edades comprendidas entre los 6 meses y los 3 años.
Cuando se asiste a un episodio de esta índole, un padre puede llegar a asustarse, ya que el niño presenta los labios amoratados y los ojos se quedan en blanco junto a los movimientos convulsivos. Aunque solamente duran un minuto como mucho, se puede pasar realmente mal viendo a tu hijo en esta situación.
Si llegara incluso a perder la conciencia por haber dejado de respirar, hay que poner al niño tumbado en la cama o el suelo, esto facilitará que la sangre llegue más deprisa al cerebro y recupere el sentido más rápidamente. A partir del primer año de edad, estos espasmos pueden incluso ser una estrategia del niño para poder salirse con la suya, por tanto, mantener una postura educativa a pesar de esta crisis, es lo más adecuado para que así el niño vea que este tipo de estrategia no surtirá efecto.
Cuando el niño sufre alguna vez un espasmo del sollozo, no hay que alarmarse, pues no reviste ningún tipo de gravedad, no deja secuelas ni denota ningún tipo de enfermedad, por eso, los padres no deben nunca ponerse nerviosos y actuar de una manera efectiva. Tras un episodio de espasmos del sollozo, y tras haber recuperado la conciencia, mojarle con una toalla la frente y las muñecas le ayuda a recuperar totalmente el sentido o también se pueden dar palmadas fuertes en el aire para que fije su atención en ellas.
Nunca debes perder los nervios y zarandear al niño, ya que resulta peligroso para su cerebro, y zarandearlo por la situación vivida no hará más que ponerle muy nervioso y podría llegar incluso a perder otra vez la conciencia.
Se debe intentar prevenir las rabietas que el niño pueda tener, ya que estas van ligadas a los posibles espasmos del sollozo. Los posibles candidatos a los espasmos del sollozo, suelen ser niños caprichosos o consentidos que a través de sus lloros y rabietas, dominan de alguna manera a sus padres, niños que son muy nerviosos o impacientes, e incluso los que no duermen adecuadamente y además pocas horas.
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