Con excepción de la potabilización del agua, las vacunas son la intervención sanitaria que más impacto ha tenido en la disminución de la mortalidad. Sin embargo, existen personas que deciden no vacunar a sus hijos; y ponen en riesgo, no sólo a sus propios hijos sino a todos los que les rodean.
¿Cómo funciona una vacuna?
Una vacuna es una sustancia que inyectamos a un ser vivo para que éste genere inmunidad (defensas) frente a un determinado organismo. Es como si ocasionásemos una enfermedad muy leve, para que el cuerpo cree defensas frente a ese agente (virus o bacteria) y pueda reconocerlo y protegerse si vuelve a tener contacto con él en el futuro.
La vacuna puede estar formada por una pequeña cantidad de virus vivo pero debilitado, o bacteria muerta, o parte de ella o de sus componentes. Además, llevan sustancias para proteger la vacuna y pueden llevar otros componentes que potencien su efecto (adyuvantes). Como cualquier medicamento, las vacunas pueden tener efectos secundarios, pero estos siempre serán menores que el beneficio de vacunarse.
¿Por qué es importante vacunarse?
Las vacunas funcionan. Desde su introducción, enfermedades como la polio, la difteria, el sarampión y la rubeola han disminuido un 95-100%.
Muchas de las enfermedades frente a las que nos vacunamos pueden tener complicaciones serias, dejar secuelas e incluso ocasionar la muerte. Tenemos que vacunar a nuestros hijos para protegerles a ellos, pero también para proteger a los demás, pues hay algunos grupos de personas que no pueden vacunarse: los bebés muy pequeños, personas inmunodeprimidas, personas recibiendo tratamientos especiales (como quimioterapia...). Si todos los de alrededor suyo nos vacunamos, ellos estarán más protegidos. Es lo que llamamos inmunidad de grupo.
¿Qué es la inmunidad de grupo o de rebaño?
Cuando un número suficiente de personas está protegida frente a una enfermedad, actúan como barrera frente a los individuos que no pueden o no han sido vacunados. Las personas que tienen defensas no van a enfermar ni van a transmitir la enfermedad e impiden así que ésta se propague y llegue a los que no tienen defensas. La inmunidad de grupo es como un "cortafuegos".
Esto es fantástico, pero además de necesitar que un número muy alto de personas esté protegido (varía en función de cada enfermedad), deben cumplirse algunas premisas: que el agente infeccioso tenga un único reservorio (es decir, que en nuestro caso sólo los humanos puedan contraer la enfermedad), que la infección sólo se produzca de persona a persona y que la vacunación (o el haber padecido la enfermedad) produzca unos anticuerpos (defensas) duraderas. Así que no en todos los casos podremos tener inmunidad de rebaño.
"Si la mayoría de niños de su entorno están vacunados, y hay inmunidad de grupo, yo no voy a vacunar a mi hijo"
Es cierto que la inmunidad de grupo disminuye las posibilidades de que alguien no protegido (no vacunado y que no haya pasado la enfermedad) enferme, pero no las elimina. Alguien no vacunado es susceptible de enfermar.
Y, aunque tenemos unas tasas altas de vacunación, siguen existiendo en nuestro medio pequeñas regiones donde estas enfermedades persisten (rechazo a las vacunas, pocos recursos...).
Además, al no vacunar a una persona no sólo la ponemos en riesgo a ella, como hemos dicho, sino a personas vulnerables de su entorno (embarazadas, inmunodeprimidos, bebés...). Por otro lado, hay enfermedades como el tétanos, cuya vacunación no produce inmunidad de grupo; el niño sólo estará protegido si se le vacuna.
¿Qué personas no pueden vacunarse?
Las contraindicaciones para la vacunación son pocas. Si tenemos una alergia grave conocida a una vacuna o a un componente de la misma, está contraindicada la vacunación.
En algunos casos, como en el embarazo o las personas inmunodeprimidas, no pueden administrarse algunas vacunas. En este último grupo estarían los niños con cáncer que reciben tratamientos de quimioterapia o los trasplantados. También son grupos de riesgo los bebés, que aún no han recibido todas sus vacunas y que además tienen un sistema inmune todavía inmaduro.
Si las tasas de algunas enfermedades han disminuido tanto tras la introducción de sus vacunas, ¿por qué tenemos que seguir vacunándonos?
El único supuesto en el que podemos dejar de vacunarnos es la erradicación: la reducción permanente a 0 de la enfermedad a nivel mundial. A día de hoy esto sólo se ha conseguido con la viruela.
Aunque otras enfermedades hayan disminuido mucho, no han desaparecido por completo. Si bajan las coberturas vacunales (por ejemplo países en crisis económicas o en guerra, por movimientos antivacunas o incluso por la actual pandemia), enfermedades que creíamos olvidadas pueden volver a resurgir, como sucede con el sarampión.
¿Son seguras las vacunas?
Sí, sí y sí. Una de las características de las vacunas es que no hagan daño. Deben ser seguras, y para ello superan estrictos estudios antes de su comercialización y siguen siendo vigiladas de cerca posteriormente. El beneficio de administrarlas supera con creces los posibles riesgos. No quiere decir que estén exentas de efectos adversos, pero estos suelen ser leves (dolor en el punto de inyección, fiebre..).
Excepcionalmente pueden aparecer reacciones alérgicas graves a alguno de sus componentes. Por ello se recomienda administrarlas en centros médicos y permanecer allí hasta 15-20 minutos tras su administración.
Desmentimos los principales bulos sobre las vacunas
Desde siempre ha habido gente contraria a las vacunas, pero quizás ahora, en la era de la tecnología, los tengamos más presentes. Bulos acerca de las vacunas hay muchos, desmentiremos aquí algunos de los más difundidos.
Las vacunas no causan autismo. En 1998 se publicó un estudio en una conocida revista médica que relacionaba la vacuna triple vírica con el autismo. Se han realizado numerosos estudios posteriormente y ninguno ha encontrado ninguna asociación. En 2010 el comité de la revista se retractaba tras comprobar la falsedad del estudio. Así que no, las vacunas no producen autismo.
Tiomesal y neurotoxicidad. Durante años se ha empleado el tiomesal (un compuesto que contiene mercurio) como preservante de las vacunas. Hace años se dijo que podría tener algún efecto adverso sobre el desarrollo cerebral por lo que se disminuyó su cantidad hasta que dejó de usarse. Actualmente ninguna de las vacunas de nuestro calendario vacunal contiene tiomesal. No obstante, no hay ninguna evidencia de que el tiomesal dificulte el desarrollo cerebral ni que guarde relación con el autismo o el retraso psicomotor.
El aluminio de las vacunas no es nocivo. Algunas vacunas contienen muy pequeñas cantidades de sales de aluminio. El aluminio actúa como adyuvante, estimulando al sistema inmune. Nunca se ha registrado ningún efecto adverso relacionado con el aluminio de las vacunas.
Para finalizar, os recomiendo que si tenéis alguna duda sobre las vacunas consultéis con vuestro pediatra. Muchas de las informaciones que aparecen en las redes son falsas. El Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría tiene en su web información fiable para padres e incluso es posible enviarles una pregunta.
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