De un tiempo a esta parte, y sobretodo gracias a los llamados alimentos funcionales, como el Actimel y compañía, las palabras probiótico y prebiótico han llegado a nuestro vocabulario para quedarse.
Son muchos los médicos que los recomiendan cuando los niños parece que no levantan cabeza y son muchas las madres que los dan a los niños ahora que llega el frío, para tratar de evitar que se pongan enfermos.
Vamos a explicar qué es un probiótico y qué es un prebiótico, que no es lo mismo, y explicaremos también cuándo puede ser interesante ofrecérselo a los niños y cuándo no tiene demasiado sentido hacerlo.
Qué es un probiótico
Para empezar definiremos qué es un probiótico, que de los dos es el que más interesa y que es el que todos tenemos en mente cuando decimos probiótico y prebiótico. Un alimento probiótico es, según la OMS, un alimento que contiene microorganismos vivos que, suministrados en cantidad adecuada, confieren un efecto beneficioso sobre la salud del húesped.
Dicho de otro modo, si lo que queremos es que en nuestro sistema digestivo haya bacterias buenas, lo que tenemos que hacer es tomar probióticos, que son la bacteria buena en sí.
Los probióticos tienen que estar vivos al ser ingeridos y las dosis tienen que ser apropiadas para obtener los efectos deseados, ya sea en forma de alimento, ya sea como preparado farmacéutico.
Con esto quiero decir que no todos los alimentos que dicen “con probióticos” serán beneficiosos, probablemente porque no contendrán el mínimo de microorganismos necesarios para hacer ningún efecto.
Qué es un prebiótico
Los prebióticos, nombre que muchos utilizan cuando hablan de los probióticos, no son en realidad microorganismos vivos, por lo que no son lo mismo.
Un prebiótico es un ingrediente concreto de un alimento que no se digiere y que cuando entra en nuestro organismo estimula el crecimiento y/o la actividad de algunas bacterias que ya están establecidas en nuestro colon, mejorando nuestra salud.
Los más conocidos son: oligofructosa, inulina, galacto-oligosacáridos, lactulosa y oligosacáridos de la leche materna. Todos ellos, excepto el último, claro, se utilizan habitualmente como ingredientes de alimentos como galletas, cereales, chocolate o productos lácteos.
Los beneficios que pueden aportar son diversos. La fermentación de la oligofructosa en el colon, por ejemplo, aumenta el número de bifidobacterias, mejora la absorción del calcio, acorta la duración del tránsito gastrointestinal y reduce los niveles de lípidos en sangre. Al aumentar el número de bifidobacterias se producen compuestos que inhiben a patógenos potenciales, disminuyendo por lo tanto el riesgo de infección y determinados factores inflamatorios.
¿Podemos aclararlo un poco más?
Por poner un ejemplo que ayude a clarificar un poco más qué es cada cosa, los probióticos vendrían a ser soldados que entran en nuestro cuerpo dispuestos a buscar un sitio en el que montar su campamento y prepararse para combatir contra las bacterias enemigas.
Siguiendo con esta analogía, los prebióticos vendrían a ser la infraestructura para los soldados: su comida, su tienda de campaña, el armamento, etc., que hace que los soldados estén más activos (puede ayudar a los que han entrado, si es que hemos tomado probióticos, o ayudar a los que ya estaban ahí, que es nuestra flora intestinal).
Cuándo puede ser recomendable tomar probióticos y prebióticos
El sistema digestivo de nuestro cuerpo tiene una magnífica (o no tanto) flora, que cumple su función perfectamente si está en buenas condiciones. Sin embargo, si un niño toma antibiótico, además de “cargarse” las bacterias malas, un antibiótico (la misma palabra ya lo dice “anti-vida”) se lleva también por delante parte de la flora intestinal, haciendo a los niños vulnerables a otras infecciones, provocando diarreas, etc.
En una situación así es cuando se recomienda que los niños tomen probióticos y prebióticos, pues los probióticos pueden ayudar a recomponer la flora y a posicionarse allí donde los efectos del antibiótico han hecho mella.
Si además toma alimentos con prebióticos (o suplementos de prebióticos), los soldados (probióticos) no tendrán que andar buscando cobijo, alimento y tiempo para montar su campamento, pues ya estará todo dentro (los prebióticos), por eso ahora hay preparados de farmacia que incluyen probióticos y prebióticos, llamados simbióticos.
Otra situación en la que puede ser interesante tomar probióticos o prebióticos sería en aquellas temporadas que los niños parecen no levantar cabeza. Salen de una infección y se meten en otra, probablemente porque a sus cuerpecitos no les ha dado tiempo a tener defensas suficientes y sus compañeros les van contagiando (mientras ellos van contagiando también a sus compañeros).
Si en cambio un niño está sano, digamos en septiembre, antes de que llegue el invierno, y se le quiere dar algo para prevenir, la eficacia es dudosa, porque si la flora del niño está bien, difícilmente podrá entrar ningún probiótico a colonizar nada (sería algo así como “pero dónde vais, almas de cántaro, si aquí ya no cabemos”). Quizás los prebióticos podrían ayudar a las bacterias buenas ya presentes a actuar y estar en perfectas condiciones, pero no mucho más.
Así que lo dicho, si los niños están malitos, adelante. Si están con antibiótico, puede irles bien. Si están sanos, seguid tocando madera.
Vía | Público Foto | Timsamoff en Flickr En Bebés y más | El Lactobacillus reuteri podría ser una buena solución para los cólicos, Probióticos para prevenir los eccemas en los bebés, Probióticos para tratar a bebés estreñidos