Aparecen los primeros restaurantes libres de niños en Bilbao

Aparecen los primeros restaurantes libres de niños en Bilbao
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A menudo hemos publicado en Bebés y más noticias acerca de comercios, vuelos e incluso pueblos que se desmarcan del resto prohibiendo la entrada a los niños.

Siempre he sido crítico con estos lugares porque, como digo a menudo, también nosotros fuimos una vez niños y merecíamos, por supuesto, que se nos tuviera en cuenta en la sociedad.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte mi opinión al respecto ha empezado a cambiar y, aunque parezca mentira, empiezo a entender la aparición de lugares en la que se prohíbe la entrada a los niños (con matices, eso sí), como ha sucedido en Bilbao, donde al menos dos restaurantes no permiten su entrada.

Niños sí, personas incívicas no

El cartel de uno de los restaurantes de Bilbao, de nombre Style, dice lo siguiente:

Reservado el derecho de admisión a quien con su comportamiento incívico [...] cause molestias a otros usuarios, y también a los menores de edad, acudan solos o acompañados.

La primera parte del cartel es perfectamente lógica, porque nadie quiere a niños ni personas con un comportamiento incívico. En la segunda parte prohíbe la entrada de cualquier menor de edad, sea cual sea su edad o comportamiento.

Es cierto que están en su perfecto derecho de hacerlo, pero también es cierto que los niños no tienen por qué verse excluidos de un lugar al que se va a comer por el mero hecho de ser niños.

Parece que muchos adultos de hoy en día hemos olvidado que un día fuimos niños y, sinceramente, imaginad la cara que se le puede quedar a un niño de 5 ó 6 años, entrando en un restaurante a comer y teniéndose que ir con su familia porque los niños no pueden comer ahí (o sea, “por tu culpa, por ser pequeño, por existir, no podemos entrar”). De igual modo, imaginad la cara de una mujer que entra con su bebé a un restaurante y es invitada a salir, simplemente por ser madre de una criatura.

No me parece justo, porque entiendo que el problema no es el hecho de ser niño, sino la falta de educación o de civismo de la población, sean niños, padres o adultos.

Pagan justos por pecadores

Así que esto es como todo, al final pagan justos por pecadores, porque algunos restaurantes han decidido curarse en salud y prevenir antes que curar: “por si acaso, que no entre ningún niño”.

Decía al principio de la entrada que nosotros también fuimos niños y merecíamos nuestro reconocimiento social (que no es más que poder vivir sin tener que pedir permiso). Quizás la diferencia es que antaño los niños teníamos un comportamiento que muchos niños de ahora no tienen. O dicho de otra forma, muchos padres de ahora no son tan responsables como lo eran los nuestros.

Yo, para empezar, suelo ir a restaurantes (no suelo ir, pero si voy…) en los que sé que hay menú infantil, donde sé que mis hijos saldrán quizás con un globo y en los que hay una zona infantil donde pueden jugar con otros niños.

Si alguna vez he ido a restaurantes en los que no hay nada de eso he tratado de entretener a mis hijos, de hablarles, de contarles algo, jugar con ellos e incluso he salido afuera con ellos si consideraba que podían molestar.

Es lógico, los niños son niños y lo que para nosotros es una comida entretenida hablando con otros adultos de cosas que nos parecen interesantes o graciosas para los niños es una infumable charla entre mayores de 3 horas de duración y su intención es, simplemente, pasárselo bien también.

Sin embargo ellos no se cuentan historias, ni explican lo que les pasó el otro día. Ellos se divierten corriendo, jugando, escondiéndose, gritando, moviendo cosas de sitio y, en definitiva, molestando quizás a personas que lo último que querían al ir a comer es tener a unos niños corriendo alrededor de sus mesas.

Esta es, yo creo, la diferencia. A mí me molestaría mucho que me echaran de un restaurante por estar con mis hijos, porque sé que saben estar en público, sé que no molestarán y sé que si lo hacen yo me haré cargo de ellos para que no suceda.

Sin embargo, si algún día lo presenciara, entendería que se echara a una familia cuyos adultos ríen, charlan y se divierten ajenos a lo que sucede más allá de su mesa, donde otros mayores se sienten incomodados por los juegos de unos niños a los que nadie está atendiendo.

Pero claro, echar a alguien de un local es algo muy violento. Es aguar una fiesta que ya ha empezado y es castigar a alguien por no saber tener a los niños medianamente controlados y, lo que es peor, por ni siquiera intentarlo (ni importarte lo que estén haciendo). Así que antes de echar a nadie, lo más lógico es establecer una norma: aquí no entra ningún niño, así no tengo que echar a ningún padre irresponsable.

Vía | Público
Foto | Nedoho en Flickr
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