La nueva rutina del hogar ante la llegada de un bebé, o cómo vivir del "ensayo y error" durante sus primeros días de vida
El temor empieza a aparecer cuando el médico te da el alta en el hospital. Lo recuerdo como si fuese ayer: solo acerté a responder con un "¿ya?", porque después de tres días en el hospital, rodeada de médicos, enfermeras y en donde me sentía segura, se acercaba la hora de la verdad: verme con mi marido, sin familia en la que apoyarnos, con la cicatriz de una cesárea y una bebé prematura en casa. ¿Estábamos preparados? ¡No!, ¡nunca nadie lo está!
Qué poco se habla de ese momento en el que atraviesas la puerta y empieza la vida real: atrás quedaban los antojos y el ver a mi marido corriendo para complacerme, mis maravillosas siestas de embarazada (en la noche no podía dormir, pero en la tarde... ¡esas sí que eran siestas!), y la tranquilidad de saber que cuando mi bebé estaba dentro tenía todo lo que necesitaba tan solo con alimentarme bien. Ahora la historia cambiaba y Google se convirtió en nuestro sensei mientras tecleábamos "¿Cómo se baña un bebé?", ¿cómo curar un ombligo", "dolor en los pezones lactancia". Al segundo día ya buscaba "cuándo duerme toda la noche un bebé".
Bienvenidos a casa, y a la realidad
Nunca en mi vida me había sentido tan insegura. Claro, antes mi única responsabilidad era yo misma, pero ahora tenía otra vida a mi cargo. La vida de mi hija, que dependía totalmente de mi marido y de mi.
En las clases de preparación al parto te hablan de todo menos de esto. El baño de realidad te cae de un plumazo y sin avisar (porque nadie te avisa). Hasta ese momento piensas que aquello de no tener tiempo para ducharte en todo el día o es un mito urbano, o es el resultado de organizarte rematadamente mal. Te ves con el moño y el chándal frente al espejo a las seis de la tarde y reconoces que tú, la que hasta hace unos meses eras capaz de cumplir una jornada de trabajo maratoniana, no tiene tiempo para meterse cinco minutos a la ducha.
La sensación de sentirme desubicada, de no reconocerme (ni reconocer a mi marido, porque ellos también sienten de una forma brusca todos estos cambios, especialmente cuando se implican de verdad en la crianza), fue la tónica de esos primeros días. Las noches eran durísimas debido al reflujo de mi bebé y en la mañana no sabía ni quién era yo.
Es la época del "ensayo y error". Los bebés no llegan con un manual bajo el brazo, y por mucho que madres, suegras, amigas o el vecino se empeñe en enseñarte a ser mamá, es tu bebé y tu propio instinto quien realmente lo logra. Al principio todo cuesta porque es un territorio completamente nuevo, pero con el paso de los días te vas a dando cuenta que hay una faceta de ti que no conocías: la de madre, que viene acompañada con un sentido común y una fortaleza que no habías experimentado hasta ese momento.
Y vas aprendiendo, te vas reconociendo, y empiezas a descifrar a tu bebé con solo mirarle
Poco a poco empiezas a ver un atisbo de lo que medianamente se puede parecer a una rutina. Te das cuenta de que es posible dormir en modo alerta, que puedes estar despierta a pesar de no dormir ni tomar café, y que increíblemente, empiezas a desarrollar el súper poder de hacer más de dos cosas a la vez.
Ya bañas al bebé con propiedad y sin miedo a que se te resbale de las manos... ya le vas cogiendo el truco a la lactancia (porque cuesta, ¡y vaya que cuesta!), y a pesar del cansancio de esos primeros días, empiezas a hablar con tu bebé. Por que podemos hablar con miradas y muchas veces las conversaciones serán largas, aunque a ojos de otras personas se trate solo de un monólogo.
Cuando echas la vista atrás casi puede comparar esos primeros días con el paso de un tsunami por tu casa, pero te das cuenta que solo necesitabas escucharte a ti y a tu bebé para hacerlo bien. Tal y como sucedió,
En Bebés y Más | Cuando el bebé no te deja hacer nada y sientes que ya no tienes el control ni de tu propia rutina
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