Tenía yo 26 años cuando mi mujer se quedó embarazada y tenía entonces la sensación de que, más o menos, sabía de qué iba eso del parto y que, más o menos, sabría cómo actuar tanto en el parto como después como padre.
Sin embargo ahora confieso con pena y arrepentimiento que no tenía ni idea de dilataciones, de oxitocinas, provocaciones, episiotomías, respiraciones, lactancias, pañales (que se lo digan a Jon y al Picasso que hicimos entre los dos con el meconio), chupetes, cuarentenas, expulsivos, cesáreas,…
Vamos, que fui acompañando a mi mujer en la más profunda ignorancia (y eso que había estudiado la maternidad en la carrera seis años antes) sin demasiadas expectativas acerca de cómo sería el parto y sin demasiada capacidad para tomar elecciones responsables. “De pringaillo”, que se dice habitualmente, o sea, poco preparado para ser padre.
Fue nacer Jon y empezar a interesarme por el mundo de los bebés, el embarazo, el parto y todo lo relacionado con la infancia y la maternidad y todo ello ayudó a que acudiéramos, para nuestro segundo parto, con las ideas más claras, con más seguridad y con algo más de experiencia en general.
¿Por qué después y no antes?
Podrías haberte empezado a “reciclar” antes de que naciera, pensaréis algunas. Y sí, es verdad, pero los hombres somos así de simples. Las mujeres conocen a su bebé en el momento en que ven el test de embarazo positivo y empiezan a vivir cambios físicos y emocionales desde ese instante.
Los hombres, en cambio, sólo vemos una raya en un test que nos dice que seremos padres, una barriga que crece semana tras semana y nuestra mente sólo alcanza a imaginarnos con un niño de 3 o 4 años, jugando al fútbol, a la consola y haciéndole perrerías a mamá, como si la etapa de bebé no fuera mucho con nosotros.
El embarazo va evolucionando y tienes que empezar a comprar ropa y cacharros para tu futuro hijo, pero entonces sientes que no eres capaz de elegir y, de hecho, ni siquiera quieres hacerlo.
-¿El del osito con la cometa o el del osito con el globo?
-¿Qué?
-¡Cariño! ¿Quieres hacerme caso? ¿Es que no te importa nada tu hijo? ¿Pasas de todo? ¡Te estoy preguntando que si cogemos el pijama con el osito con la cometa o el del osito con el globo!
-Ay, cariño, que no paso. El del globo me gusta más.
-¿El del globo? ¿No te gusta más el de la cometa?
-Ah, pues sí, coge el de la cometa. Si a mí me da igual.
-¿Cómo que te da igual? Mira, necesito que me ayudes a elegir, ¡que es para tu hijo!
-Bueno, pues coge el del globo.
-¿Pero no me has dicho que el de la cometa al final? Mira, cogemos el del globo que el otro parece que tiene un cuello más alto y lo mismo le roza.
Hasta que no le vea la cara…
¿Y qué sabemos los papás de cuellos de pijamas, de camisetas de batistas, de pijamas de una pieza, de dos piezas, de ositos con cometas, de chales o mantitas, de gorritos de lana o de cremas hidratantes para el contorno del lóbulo de la oreja del bebé?
Pues nada. Nada, porque cuando éramos pequeños sólo nos regalaban balones y G.I. Joe’s y jugar a mamás y bebés eran cosas de niñas.
Así que mucho me temo que, como digo, hasta que un hombre no ve a su hijo y lo coge en brazos, no empieza a sentir la necesidad de aprender a ser padre (y a veces ni entonces).
Quizás me equivoque, así que os paso el testigo a vosotras mamás (y a vosotros, papás): ¿Estamos preparados los hombres para ser padres?
Imagen | Faro (con el consentimiento expreso del autor)
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