Si existe la maternidad slow de la que ya hemos hablado, debe existir la infancia slow porque son 2 caras de la misma moneda.
La cultura de la prisa en la que está inmersa nuestra sociedad ha atrapado a nuestros hijos: miles de actividades, muchas horas de TV y ordenadores, estímulos constantes, exceso de horas de guardería y llevarles demasiado pequeños, …
Los procesos de maduración naturales de los niños no encajan con nuestras agendas. Queremos que se desteten pronto (¡a algunos hasta se les prohíbe mamar el calostro al que tienen derecho como mamíferos¡), que duerman solos desde bebés y que se duerman muy rápido, que dejen el pañal pronto, que anden y no gateen, que jueguen y se entretengan solos, etc…
En fin, las exigencias de algunos padres no tendrían límites. Pero “las manzanas no maduran a golpes” sino cuando les toca. Y esto es infancia slow: todo llega a su debido tiempo y nosotros como padres debemos estar ahí para acompañar y no acelerar ninguna etapa.
Me gustan y os presento aquí estas reflexiones de el guru anti-prisa Carl Honore sobre el que hemos hablado antes:
“Hemos pasado a nuestros hijos el culto a la velocidad, a estar haciendo algo en todo momento. Esto es un gran error. Los niños en general necesitan LENTITUD. “En el tiempo libre no estructurado, en la calma, e incluso en el aburrimiento, es cuando los niños aprenden a mirar dentro de ellos mismos, a preguntarse quiénes son, a inventar y ser más creativos, y también a ser más sociales.” “Esta cultura hiperactiva, apresurada e hiperestimulada también les ha alcanzado, por eso les cuesta concentrarse en una cosa al mismo tiempo y se aburren tan fácilmente. Por eso la infancia es cada vez más corta”
Por tanto: ¡dejemos a nuestros hijos que sean niños¡
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