Echad un ojo a la viñeta, del gran Forges, y decidme que no lo habéis pensado nunca. Yo me he reído mirándola, me he reído con el "Tontolhaba", pero lo he hecho porque soy padre hace siete años y ya ando un poco curtido. Vamos, que lo del trauma lo tengo ya bastante superado, pero tengo que confesar que con Jon, mi primer hijo, y en los primeros años, lo pensaba a menudo... ¿y no le crearemos un trauma?
Obviamente las situaciones no eran las de mi hijo dándonos martillazos, pero sí cedí con él en cosas que ahora no dejo hacer a los más pequeños. ¿Sabéis eso de que los hermanos pequeños tienen el camino más fácil porque los mayores ya han allanado el camino? Pues mira, en mi caso y en mi casa ha sido diferente... el que más fácil lo tuvo fue Jon, porque siempre andábamos con pies de plomo y llevándolo entre algodones, por eso del miedo a crearle algún trauma.
El paso del autoritarismo a su contrario
Es lógico, o me parece lógico, porque como padre no tenía referente en que fijarme. Yo sólo había visto ser padre y madre a mi padre y a mi madre, y claro, a mí eso del autoritarismo, los castigos, los cachetes, el "porque mando yo", "porque yo lo digo", "por tu bien" y "cuando seas padre lo entenderás" no me gustaba, vamos, que rechacé los métodos de mis padres y entonces me quedé sin una guía. Decidí que la guía iba a ser mi hijo, y aunque eso es muy beneficioso para los niños, porque eres capaz de cubrir todas sus necesidades, una vez crecen puedes acabar mezclando necesidades reales con caprichos, o con llamadas de atención, y entenderlo todo mal.
Vamos, que puedes caer en el contrario del autoritarismo, que podría ser la permisividad absoluta, que es posiblemente más peligrosa que el autoritarismo. Es dejar atrás el modelo de control exhaustivo que oprime los deseos de los niños para modelarlos y que sean individuos serviciales y obedientes para coger otro en el que el niño tenga el control y los serviciales y obedientes pasen a ser sus padres.
El uno es perjudicial por limitante y el otro es perjudicial por poco limitante, por ser demasiado liberal, a riesgo de que el niño acabe por pensar que todo gira a su alrededor, de verdad y para siempre, y que crea que, ciertamente, todos debemos servirle.
Pronto vi que necesitaba un padre
Miriam era menos permisiva que yo, sabía capear los temporales, y yo iba un poco rezagado, siempre pensando en eso del "no quiero que mi hijo sea el hijo que yo fui, no quiero crearle un trauma". No es que lo que hiciera Jon fuera terrible, casi nunca lo fue, pero esas pocas veces no me sentía del todo bien. Dejaba hacer cosas a mi hijo que me generaban conflicto, porque yo preferiría que no las hiciera.
Así me di cuenta de que él, y los niños que crecen en ambientes muy permisivos, parece que están pidiendo, con sus acciones, que reacciones: "Como nunca me dices No, yo sigo y sigo, a ver hasta dónde puedo llegar", "esto de ser libre está muy bien, hasta me gusta controlaros pero, ¿no crees que deberías actuar como un padre?". Que no es que los niños sepan cómo debe actuar un padre, pero sí saben que necesitan una guía, porque el mundo es muy grande para ellos, y necesitan un modelo en el que fijarse para aprender y desarrollarse, un espejo al que mirar. Si en vez de hacer de modelo estamos a su servicio, ya no les estamos enseñando nada, porque sólo hacemos lo que ordenan y mandan, y no les servimos como referencia.
Me di cuenta de esto y empecé a controlar más las situaciones. No es que dijera "No" muchas veces más, es que dejé de ser un sirviente para pasar a ser un padre, un modelo, un guía. Olvidé la pregunta de los traumas: ¿Y no le crearé un trauma? Pasé de ella, porque esa no podía ser la premisa sobre la que basar la educación de un niño.
No sé si le crearé un trauma o no, pensé, no está en mi mano. Lo que sí está en mi mano es hacer lo correcto, hacer lo que está bien, mostrarle cómo lo hago yo, explicarle las cosas tal y como son, o tal y como yo las veo, no mentirle, ser honesto, humilde, buena persona, respetuoso, tenerle en cuenta, pero sin forzar, porque habrá momentos en que me apetecerá mucho jugar con él, pero habrá momentos en que realmente no podré o no me apetecerá (han sido muy pocos), y así se lo explicaré.
Le daré lo que pueda darle, pero no le daré lo que no pueda ser. No le negaré besos, ni abrazos, ni el diálogo que necesite, pero no le diré a todo que sí, porque no todo puede ser sí. En definitiva, le respetaré, como hasta ahora, pero ahora le enseñaré a respetarme también, y eso lo haré siendo coherente conmigo mismo y no haciendo cosas que me hacen sentir incómodo, por complacerle.
Es difícil explicarlo, así sin ejemplos, pero creo que entre lo explicado y todo lo que he escrito durante tantas entradas en el blog, se entiende por dónde voy. Así resumiendo, ya no soy sólo su amigo (hay quien dice que un padre no puede ser el amigo de su hijo, que tiene que ser sólo su padre), ahora soy su amigo y también su padre, ese que dice no cuando hay que decirlo, porque lo importante no es decir nunca que no, o decirlo mucho para que aprendan lo que está bien o lo que está mal. Lo importante es saber cuándo debes decirlo.
Por eso ahora, con sus hermanos, Aran y Guim, ya no pienso en traumas ni cosas futuras. No lo hago porque, siendo coherente, las cosas no hay que hacerlas para que tus hijos sean o no sean de un modo u otro. Las cosas se hacen de un determinado modo porque crees que se deben hacer así.
Yo no decidí no pegarles ni castigarles ni humillarles para evitarles un trauma. Decidí no hacerlo por respeto, porque eso no se hace. Si por no decirles las cosas como son, hasta dónde pueden llegar y dónde empiezan a molestar a los demás, mis hijos van a tener un trauma, pues lo siento por ellos, el trauma no se lo quita nadie, pero yo viviré tranquilo por haber hecho las cosas como creo que se tienen que hacer, respetándoles y tratándoles como a mí me gustaría que me trataran y como a mí me gustaría que me hubieran tratado cuando fui un hijo pequeño. Los niños necesitan padres, no sirvientes (ni tontolhabas).
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