Se les llama mimados, consentidos, excesivamente dependientes o enmadrados y se dice de ellos que siempre serán así, que siempre necesitarán a su madre para todo y que una madre que permite eso es demasiado blanda, demasiado permisiva y que yerra en su filosofía de educación.
Son los niños pequeños que viven pegaditos a sus madres, que apenas se separan de ella cuando hay algún evento con más gente de la habitual, que apenas juegan con otros niños y que parecen necesitar a mamá a todas horas y para todo. ¿Qué hacer? ¿Es bueno que sean así? ¿Es malo? ¿Hay que poner remedio para evitar que sean siempre así?
¿De qué edad hablamos?
Lo primero es definir un poco la edad de los niños sobre los que estamos hablando, porque no es lo mismo hablar de un niño de 2 a 4 años que de uno de 6 a 8 años, que ya debería, por edad, tener una cierta autonomía en general y ser capaz de resolver o sobrellevar conflictos sin la presencia de su madre o padre.
El problema es que la mayoría de veces se habla de niños pequeños, de entre uno y cuatro años, más o menos, precisamente porque es la edad en que los niños más necesitan a sus madres y es esa justamente la edad en que es más normal que lo hagan.
El problema de comparar
Para llegar a tildar o etiquetar a un niño de enmadrado hay que compararlo con otros niños de la misma edad que, o bien porque tienen otro carácter, o bien porque les han enseñado a no necesitar a mamá (se suele conseguir no haciéndoles demasiado caso, para que vean que aunque pidan ayuda no van a conseguir demasiado), son más capaces de estar solos.
El hombre, la especie humana, es una especie social por naturaleza. Tenemos en el mundo espacio suficiente para vivir separados y solos y sin embargo nos juntamos por familias, por vecindarios, por barrios y por ciudades (ya digo, y luego sales de la ciudad y no ves un alma), y a pesar de ello tenemos la inexplicable necesidad de enseñar a los niños a estar solos, como si el objetivo de todo niño fuera ser capaz de ser un adulto capaz de vivir solo en una montaña.
Bien, quizás no es tanto, quizás sea sólo la necesidad de que aprendan a hacer las cosas solos y quizás seamos tan cortitos como para pensar que si un niño de dos años necesita a su madre cuando crezca seguirá siendo así, como si ya fuera tarde para enseñarles o como si ya fuera tarde para que ellos mismos aprendieran.
Quizás si fuéramos más capaces de entender que no todas las personas son iguales, y que lo mejor es que no todas las personas seamos iguales, porque sino difícilmente avanzaremos como sociedad y difícilmente podremos aprender nada de los demás, los niños más espabilados podrían seguir jugando sin sus madres tranquilamente y los niños que necesitan más afecto y que aún no se sienten seguros podrían tener su propio ritmo de aprendizaje y podrían hacer su propio camino en la consecución de una personalidad propia separada de la madre y el padre, sin que nadie les dijera lo enmadrados o mimados que están, lo negativo que es eso y lo mal que lo hacen sus padres permitiéndoselo. Ojo, no es algo que se diga a malas (normalmente), ya sabéis, alguien cercano te lo deja caer como consejo... o te lo reprocha cuando el niño hace algo mal: "claro, como lo tienes tan consentido y mimado, ahora mira lo que te pasa".
Para ser independiente es necesario ser antes dependiente
Y al final, como casi siempre, todo se basa en una cuestión de respeto por los niños y de respeto por sus ritmos y su crecimiento y desarrollo. Para que alguien sea capaz de hacer algo solo, antes tiene que aprender a hacerlo. Hay muchas cosas que uno las puede aprender solo y lograr la independencia en ese asunto de manera individual, sin embargo hay muchas otras que se aprenden de la observación, de los demás, de estar con alguien que te enseña, de ver cómo lo hace para luego imitar e interiorizar.
Es muy difícil que un niño adquiera habilidades sociales y verbales si nadie le habla y si no ve a sus padres hablar con otras personas. Es muy difícil que un niño sepa cómo comportarse si nunca ve a sus padres ejerciendo de modelos. Por eso es importante que un niño pase tiempo con su padre y con su madre para que desde el contacto con ellos conozca a las personas, vea como interaccionan, cuál es la comunicación verbal, cuál la no verbal, cuánto se tarda en confiar en alguien y cuáles son las razones por las que se desconfía de algunas personas.
Poco a poco, a medida que va viendo a los demás hablar y relacionarse ellos aprenden a hacerlo también y ensayan con sus muñecos, con otros niños y con otros adultos. Así empiezan a coger confianza con los demás y consigo mismos, así empiezan a ser personas más sociables y así empiezan poco a poco a separarse de sus madres para ir siendo más autónomos.
Recuerdo en más de un cumpleaños con mis hijos tener que estar jugando yo con ellos por no querer estar con otros niños. Recuerdo ver a la gente sorprendida por verlos tan "modositos", tan pegaditos a mí o a mamá, y nosotros tan tranquilos sin instarles a irse "por ahí a jugar". El tiempo ha pasado y ahora lo raro es precisamente eso, que estén con nosotros. No son por eso mejores ni peores niños, ni lo eran tampoco cuando eran pequeños. Simplemente necesitaron más tiempo que otros niños para coger confianza y ser independientes porque no todos los niños son iguales. Por eso los niños que viven pegaditos a sus madres son niños tan normales como el resto y por eso no merecen que nadie les diga despectivamente que tienen un problema llamado mamitis, que están enmadrados o que están sobreprotegidos.
Foto | Chris_Parfitt en Flickr En Bebés y más | Quiero un niño independiente, Qué es la sobreprotección (y qué no lo es), El primer día que Jon se quedó con sus abuelos