Cuando educamos a nuestros hijos se suele valorar mucho que el niño obedezca. Pero la obediencia, lejos de ser un valor, creo que es todo lo contrario, una reacción sumamente peligrosa para el niño y para su futuro. Y para ilustrarlo os voy a hablar del experimento de Milgram, igual que hemos usado otros famosos experimentos psicológicos para invitaros a la reflexión.
Por supuesto, hay un aspecto lógico y saludable en la obediencia: la confianza de nuestros hijos en nosotros para alertarlos en situaciones de peligro. Pero esta obediencia inmediata no debe sustentarse en la idea de que los adultos tenemos siempre razón y deben seguir nuestras indicaciones (o las de otro adulto con autoridad) sin cuestionamiento, sino que debe nacer de, como os decía, la confianza de que, si mandamos algo, es por su seguridad. Como valor que inculcar, la obediencia, es peligrosa.
La obediencia es peligrosa para los niños
La obediencia, como valor, es realmente peligrosa para los niños. Primero, por los métodos con lo que se logra. Para conseguir que un niño sea obediente se usa el castigo (del tipo que sea) o la amenaza (física o emocional) o el chantaje (“si no haces lo que te digo es que no me quieres o que eres malo”). Se busca conseguir una obediencia ciega.
Más bien deberíamos estar abiertos siempre al diálogo, la negociación, la rectificación y el derecho del niño a recibir explicaciones adecuadas a su edad. Solamente si el niño confía en que actuamos justamente podemos esperar que confíe totalmente en situaciones de riesgo.
Por el contrario, exigir al niño que obedezca sin rechistar al adulto con autoridad y que lo haga sin explicaciones o derecho a negarse, es enormemente peligroso incluso para su propia seguridad. La aceptación de normas injustas, de órdenes de cualquiera al que la sociedad de autoridad, la opresión y la sumisión son consecuencias de inculcar la obediencia.
Incluso el silencio de muchos niños ante los abusos tiene, como una de sus causas, esa exigencia de obediencia al adulto y de aceptación incuestionable de la autoridad.
La obediencia es peligrosa para la sociedad libre
Pero, más allá de las consecuencias inmediatas para el niño, la obediencia como valor es, como os decía, peligrosa para la sociedad libre. Las personas obedientes están encauzadas hacia un objetivo: deben asumir que la autoridad tiene derecho a marcarles sus acciones y no deben cuestionarla ni levantarse contra ella si es injusta. Nada se me ocurre, además de la “pedagogía negra”, más peligroso para educar personas libres, con criterio propio y capaces de revelarse ante la injusticia.
El miedo cala hasta los huesos, más incluso, la negativa a obedecer una norma o una orden injusta es la primera barrera que hay que superar para lograr hacerlo. Si queremos educar a nuestros hijos para que luchen por la justicia no deberíamos poner la obediencia entre los valores prioritarios que les inculquemos ni que esperemos de ellos. La crianza y la educación de nuestros hijos influirá en su futuro como personas libres en la sociedad.
El experimento de Milgram
Para ilustrar lo que os digo voy a invitaros a conocer y a reflexionar sobre el famoso experimento de Milgram. Si no lo conocéis seguro que os quedáis, como hice yo, absolutamente boquiabiertos. Parece mentira, parece increíble, pero es cierto. La obediencia a la autoridad se queda tan gravada en nuestras mentes que somos capaces de cometer las mayores monstruosidades.
Un tema del que vamos a partir son los crímenes de guerra causados por la obediencia y el supuesto derecho que cualquier soldado debe tener a desobedecer una orden criminal. Pero, ¿es eso siempre posible?
Milgram demostró que no, que los seres humanos tenemos (o, en mi opinión, los educados con la pedagogía negra en la obediencia) tienden a obedecer a la autoridad por el simple hecho de serlo, delegando en ella su criterio, su autonomía, su juicio y su libertad. Si la autoridad manda algo la responsabilidad ya es de esa autoridad y no de nosotros mismos, siendo capaces de hacer cosas que ninguna persona decente haría. Vamos con Milgram.
Stanley Milgram era psicólogo en la Universidad de Yale e ideo este experiemento pensando en valorar precisamente crímenes cometidos durante el nazismo.
Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.
Los sujetos pensaban que el experimento analizaría otro parámetro, pero, en realidad, lo que buscaba era determinar hasta que punto eran capaces de obedecer a la autoridad contrariamente a su moralidad. Los participantes pensaban que estaban aplicando descargas eléctricas a un sujeto y aumentarían la intensidad a órdenes de la figura de autoridad. La mayoría aceptó seguir causando daño incluso cuando escuchaban gritos de agonía.
En los diferentes experimentos los resultados, con variaciones poco significativas, indicaron que las personas eran, mayoritariamente, capaces de causar daño conscientemente siempre que fuera la autoridad manifiesta quien se las ordenada.
Quizá lo más emocionante del experimento de Milgram es la carta de uno de los participantes, que comprendió el objeto del trabajo, y, ante lo vivido, decidió hacerse objetor de conciencia cuando fue llamado como soldado a la guerra de Vietnam. Pero la mayoría no reaccionaría de este modo. La autoridad era un valor demasiado firme en sus mentes para cuestionarla.
El experimento de Milgram es fundamental, en mi opinión, para comprender como el valor de la obediencia puede llegar a ser dañino. Sin duda, la obediencia puede ser muy peligrosa. ¿Vosotros queréis que vuestros hijos apliquen descargas eléctricas si se lo manda la autoridad?
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