Los niños pequeños estallan en rabietas cuando menos lo esperamos, y muchas veces incluso lo hacen en el lugar menos indicado o en el momento menos oportuno.
Cualquier padre o madre sabe lo que se siente cuando su peque tiene un berrinche en medio del parque, en la cola del supermercado, en un restaurante o en la sala de espera del médico.
Son momentos angustiosos, que nos sobrepasan y que no siempre sabemos cómo abordar. Momentos en los que sientes las miradas juiciosas de quienes te rodean, esperando impacientes a que calmes a tu peque para evitar que siga "molestando". Pero ahí radica precisamente nuestro error.
Y es que las emociones no entienden de de formalidades ni de lugares inoportunos. Los niños lloran y se desbordan cuando necesitan comunicarnos algo que no saben hacer con palabras. En este sentido, las rabietas son, por así decirlo, la punta de un iceberg que esconde mucho más de lo que vemos.
Los niños no tienen rabietas con la intención de molestar al adulto
A veces los padres caemos en el error de querer calmar a toda costa la rabieta de nuestro peque con el objetivo principal de que deje de gritar y molestar a quienes nos rodean. Es decir, nos puede más el "qué dirán" que lo que realmente está sucediendo en su pequeño cerebro.
El hecho de que una rabieta resulte incómoda o molesta para el adulto no es culpa del niño, sino del propio adulto que la presencia y que no es capaz de comprender que más allá de ese comportamiento hay una necesidad no visible (física o emocional) que necesita ser atendida.
Por otro lado, es absurdo pensar que el bebé o niño pequeño razona, siente o entiende el mundo de la misma forma que nosotros, pues su cerebro es aún inmaduro y muestra importantes diferencias con el cerebro adulto. Por ello, las rabietas son completamente normales y forman parte del desarrollo del niño.
¿Qué puede ocasionar una rabieta?
Como comentábamos al inicio, podríamos visualizar la rabieta, estallido emocional o berrinche del niño como si de un iceberg se tratara.
La punta, es decir lo que nosotros vemos, sería el comportamiento del niño en el momento en que estalla en una rabieta. Por ejemplo: patadas, gritos, llanto, autolesiones... Pero es fundamental no quedarse en la superficie y ahondar en lo que puede haber debajo de ese iceberg.
También puede haber situaciones que afecten a su estado emocional que son más difíciles de detectar. Ocurre por ejemplo cuando el niño se siente amenazado, incomodado o estresado y de pronto estalla sin que entendamos los motivos.
Entre las causas que podrían provocar rabietas en estos casos estarían, entre otras muchas, los celos normales provocados por la llegada de un hermanito; estar viviendo una situación familiar complicada (por ejemplo, un divorcio); comenzar el colegio o sufrir en la escuela alguna situación de estrés; estar jugando en el parque y que otro niño le quite su juguete o le obliguemos a compartir en contra de su voluntad...
Igualmente, las frustraciones propias de los primeros años de vida son otra de las causas más comunes de rabietas en niños, y también pueden estar provocadas por múltiples factores.
Cuando hablamos de niños con alta sensibilidad emocional, las causas que podrían ocasionar un estallido pueden resultar todavía más complejas a ojos del adulto. Y es que estos niños a menudo se sienten desbordados por estímulos visuales, sensoriales y auditivos que perciben, y que los mayores no siempre somos capaces de detectar y comprender.
Pero aunque hemos señalado algunas de las causas más frecuentes de rabietas en niños de corta edad, lo cierto es que no siempre es posible averiguarlo.
¿Qué hago si mi hijo tiene una rabieta?
Siempre que sea posible, es conveniente anticiparnos a la rabieta. Por ejemplo, si tenemos que ir a comprar y nuestro peque está cansado o tiene hambre, lo más lógico y deseable es que primero atendamos sus necesidades y después hagamos el recado.
Pero no siempre es posible evitar los estallido emocionales, por lo que una vez que la rabieta estalla debemos acompañar al niño y sostenerle emocionalmente. Esto le hará ver que nos importa lo que le ocurre y que estamos a su lado para ayudarle a superar ese mal momento.
En ningún momento debemos darle la espalda, ignorar su llanto o reprimir sus emociones, sino enseñarle a gestionarlas. Para ello hemos de ayudarle a expresarlas, a ponerles nombre y a modular poco a poco esa emoción en intensidad, duración e impacto.
Igualmente, debemos "bucear" y tratar de encontrar la causa que ha provocado ese estallido emocional.
Para entender al niño es fundamental ponernos a su altura, plantearle preguntas abiertas que nos ayuden a averiguar qué ha ocurrido y escucharle atentamente.
Siempre hemos de actuar desde la calma, el respeto y la empatía, dejándonos guiar por el amor incondicional que sentimos hacia nuestro hijo y evitando prácticas negativas e irrespetuosas que no solo no ayudarían a contener la situación, sino que la empeorarían.
A medida que los niños van creciendo, las rabietas o estallidos emocionales se van haciendo cada vez menos frecuentes e intensos, no solo porque han adquirido la capacidad de comunicarnos verbalmente lo que les ocurre, sino porque también contarán con herramientas emocionales para autorregularse.