Ronquidos, sonambulismo, piernas inquietas, diferentes preferencias de temperatura en el dormitorio... son muchos los motivos por los que se nos puede dificultar conciliar el sueño u obtener un buen descanso cuando dormimos acompañados.
Quizás por eso es que, aunque no es una práctica nueva, hemos visto a muchos expertos y científicos del sueño recomendar a las parejas el sleep divorce o divorcio del sueño/dormitorio: es decir, dormir en habitaciones separadas.
Sostienen que las personas obtienen beneficios al ponerlo en práctica: al estar separados no hay interrupciones del sueño, movimientos repentinos, tirones de mantas ni ronquidos que afecten el sueño de uno o de otro.
Entiendo sus argumentos y tienen un punto muy válido: al dormir más y mejor automáticamente vemos mejorados muchos otros aspectos de nuestra vida, desde nuestra salud física hasta el estado de ánimo. ¿Quién no se siente mejor y más optimista después de una noche de sueño reparador?
Pero a pesar de éstos y otros beneficios, dormir separada de mi pareja no es algo que pretenda probar ni hacer... probablemente nunca. Porque aunque comprendo las posibles ventajas, considero que tienen mayor peso muchas otras cosas, a mi parecer, más importantes.
Perderíamos nuestras conversaciones en la cama
Tengo muchos momentos especiales o bonitos con mi pareja a lo largo del día, pero si pienso en algo que hacemos prácticamente todos los días y me encanta, son nuestras conversaciones en la cama antes de dormir y al despertar.
Ambos son momentos en los que la intimidad de compartir la cama nos permite tener conversaciones relajadas, sinceras y, también, divertidas. Compartimos lo que nos agobia, nos ilusiona y nos emociona. Contamos cosas significativas que no siempre es posible compartir en medio de la rutina y las prisas del día. Y eso que considero que tenemos muy buena comunicación.
Pero sin duda el ambiente que aporta estar en la cama favorece un diálogo más íntimo y siempre ha sido de mis cosas favoritas de tener pareja. Si durmiéramos separados es algo que sin duda echaría muchísimo de menos.
Tendríamos menos contacto físico
La intimidad física que aporta el dormir juntos es otra de las razones por las que no probaría nunca dormir en habitaciones separadas. La cercanía física durante la noche, ya sea a través de besos, caricias o abrazos es muy reconfortante.
Además -aunque naturalmente esto puede suceder en cualquier habitación o en otro momento del día-, dormir juntos facilita y favorece la intimidad sexual, a diferencia de dormir por separado, donde algunos expertos señalan que surge la necesidad de tener que planificar o programar el sexo.
Nos necesitaríamos menos (y eso no me gusta)
Dormir juntos no solo es hacernos compañía en los momentos felices, íntimos y divertidos, sino también en situaciones no tan agradables, como cuando el insomnio se hace presente o estamos pasando por momentos de estrés o ansiedad.
Es muy solitario estar acostado por las noches y sentir una carga emocional o mental que no te permite dormir. En estos casos, como cuando él no logra conciliar el sueño o yo me siento inquieta por algo, nos apoyamos y escuchamos para aportar calma y tranquilidad cuando se necesita.
Me gusta dormir acompañada (y a él también)
Esta razón es una muy simple: no dormimos separados porque nos gusta dormir acompañados. Sí, con todo y ronquidos, y a pesar de que ambos tenemos años teletrabajando y pasamos prácticamente todo el día juntos. No, no somos codependientes, solo disfrutamos mucho de la compañía del otro y nos gusta ir a la cama juntos, como parte de nuestra rutina y para descansar después de un largo día.
Foto de portada | Toa Heftiba en Unsplash