Es sorprendente la cantidad de mujeres que experimentan algún tipo de trastorno psicológico o incluso depresión después del parto y son muchas las que, con la distancia que da el tiempo, reconocen que estaban mal y se enfadan consigo mismas: "¿por qué no pedí ayuda?".
No hay una respuesta única para esta pregunta, pero seguramente tenga mucho peso la enorme carga de juicio que tenemos las mujeres y que se multiplica cuando te conviertes en madre. En una capa muy profunda de nuestro subconsciente está anclada la idea de que si no eres capaz de encargarte de tu hijo y hacer todos los sacrificios imaginables por él, no eres una buena madre. Así que te callas y aguantas y no pides ayuda.
Nadie te prepara para esto
Es verdad que hay tanta información accesible sobre el posparto que se puede pensar que cualquier madre sabe a lo que se enfrenta cuando nace un bebé. Sin embargo, lo cierto es que, por mucho que hayas leído, no es lo mismo que vivirlo en carne propia. Nadie te prepara para lo abrumador que puede ser que te coloquen a un recién nacido en brazos y te manden para casa.
Si esos primeros meses son tan duros, ¿por qué no pedimos ayuda? Es la pregunta que se hizo la escritora Jamila Rizvi tras preguntar a 32 mujeres influyentes australianas cómo vivieron sus primeras semanas como madres:
“Normalmente, no usamos la palabra sacrificio para describir el período neonatal, pero es exactamente eso. Una madre sacrifica su autonomía corporal durante no nueve, sino casi diez largos meses. Una madre, en las semanas y meses siguientes, antepone las necesidades del otro a las suyas, sacrificando su sentido de sí misma, su ambición y, con demasiada frecuencia, su felicidad. El amor abrumador que una madre siente por su hijo puede hacer que esos sacrificios valgan la pena, pero eso no los hace insignificantes. Un sacrificio sigue siendo un sacrificio sin importar los aspectos positivos. Y cuando nos sacrificamos debemos tener derecho a llorar; un privilegio del que se excluye expresamente a las nuevas madres”.
Ser madre, lo “natural”
Efectivamente, el embarazo, el parto y la crianza son biológicamente lo más natural del mundo, pero no la maternidad. La maternidad es algo que se aprende, y se aprende a batacazos. Haces la carrera, las prácticas y empiezas a trabajar el mismo día: el que nace tu primer hijo, y encima, ni siquiera estás fresca y lozana: llegas cansada de los nueve meses de embarazo, dolorida tras el parto y con un vaivén emocional que a veces ni te deja pensar con claridad.
Por lo tanto, la idea de que una mujer debe saber exactamente qué hacer cuando nace su hijo es poner mucha carga en el instinto, que existe, sí, pero puede estar escondido tras muchas capas de exceso de información, miedo y estrés, y hace falta que pase un tiempo y relajarse para que se muestre.
¿Por qué lo tuviste?
Esta es una de las peores cosas que se les puede decir a una madre y una verdadera puñalada trapera si estamos hablando de una recién parida. Como lo explica tan bien esta autora,
“Hemos llegado al punto perverso en el que ser una madre que admite que necesita ayuda es como decir que su hijo no merece el sacrificio. El sufrimiento se ha convertido en una insignia de honor que llevan las mujeres en servicio a su familia y que se muestra públicamente a través del 'Filtro de la Madre Abnegada' en Instagram. Pagar por el cuidado de los niños se encuentra con comentarios tipo: "Bueno, ¿por qué los tuviste?” y cuando tus hijos se comportan mal en público es un defecto personal de la madre”.
Más implicación del entorno
Este mensaje va dirigido a las mamás que lo están pasando mal: no eres mala madre porque la situación te supere. Nos pasa a muchas y terminará pasando. Date una vuelta sin tu bebé, que te preparen algo rico de comer, vete a la peluquería, llora si te apetece, habla con tu pareja, con tu amiga, con un psicólogo... pero no te encierres en tí misma pensando que eres incapaz de cuidar de tu hijo porque eso no es así.
Y este para la familia, amigos...: una mujer que acaba de dar a luz y su bebé están en una situación de vulnerabilidad y hay que protegerlos. Muchas veces ella no es capaz de decir lo que quiere o necesita, por eso hay que tener sensibilidad y adelantarse a sus necesidades: ver si necesita compañía (aunque sea en silencio) o prefiere estar a solas con su bebé, ofrecerse a encargarse del recién nacido para que ella descanse, hacer de filtro (y atender) a las visitas, hacerse cargo de comida, casa, cuidado de otros hijos (y eso incluye no estar preguntándole continuamente cómo se hacen las cosas o pedirle que se encargue de la organización aunque luego lo haga otro) y, sobre todo, SOBRE TODO no hacer comentarios como: esto es así, ¿qué te esperabas? o el maldito ¿y para qué has tenido hijos?. El posparto puede ser mucho más fácil si nos permitimos pedir ayuda.
Vía The Guardian
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