En Estados Unidos, cada vez hay más vallas publicitarias con mensajes que alertan del peligro de las vacunas por mucho que la ciencia lo diga alto y claro: las vacunas son extremadamente seguras.
Los investigadores que estudian las creencias de los antivacunas han encontrado muchas y diferentes razones, no simplemente religiosas o políticas, por las que algunos padres se niegan a vacunar a sus hijos.
Como especialista en bioética que investiga el impacto de los valores sociales en la medicina, considero que dichas decisiones son simplemente indefendibles. A continuación enumero tres buenas razones.
1. Falta de contribución al bien común
Ejemplos como las carreteras, el agua potable o la educación universal son bienes públicos que nos benefician a todos. La salud pública (la salud de la población en general como resultado de las legislaciones y de las prácticas sociales) también forma parte de esta categoría.
Son muchos los expertos en ética que consideran injusto aprovecharse de dichos bienes sin hacer nuestra parte por contribuir al sistema.
Años de investigación que incluyen cientos de miles de casos nos demuestran que las vacunas son seguras y efectivas. Una de las razones por las que son tan efectivas (hasta el punto de que se ha conseguido erradicar algunas enfermedades) es por lo que los científicos llaman "inmunidad colectiva".
Lo que significa es que una vez que un porcentaje determinado de la población es inmune a una enfermedad gracias a los programas de salud pública, se produce una protección general para toda la población. Incluso si una parte de la población enfermara, la enfermedad no podría propagarse de forma incontrolada.
De hecho, es lo que ha ocurrido en California, donde el sarampión ha vuelto debido a la decisión de muchos padres de no vacunar a sus hijos.
Dichos padres no solamente incumplieron su deber de contribuir al bien común, sino que lo empeoraron de forma activa, perjudicando a otras personas y suponiendo un coste para la economía de millones de dólares.
2. Impacto de las decisiones de salud en los más vulnerables
Los virus no afectan a todo el mundo de la misma manera. Muchas veces son las personas mayores, los niños y las personas con un sistema inmunitario debilitado las que corren más riesgo de verse afectadas.
En mi familia, mi hermano Jason muchas veces tenía que ir de urgencia al hospital porque solía contraer infecciones con facilidad. Por eso cada vez que había visita en casa teníamos que preguntarle a nuestros invitados si habían tenido alguna infección.
Muchas veces la gente no nos decía la verdad: algunos decían que era simplemente una "alergia" y otros directamente se ofendían con la pregunta. Mi hermano acababa contagiándose con ciertos gérmenes y más de una vez su vida corrió peligro por culpa de la falta de empatía con su estado de salud.
Los expertos en ética llevan tiempo abogando por la protección especial de los más vulnerables y tenemos que ser conscientes del impacto que tienen nuestras decisiones en cuanto a la salud sobre el resto, particularmente sobre las personas más vulnerables.
3. La salud es un bien común
Filósofos políticos como John Dewey han defendido que las instituciones públicas democráticas se ven obligadas a confiar en las pruebas y en los hechos científicos. La gente puede tener sus propias creencias personales, pero existen verdades que son innegables, como el hecho de que la Tierra sea redonda y orbite alrededor del sol.
Los comportamientos anticientíficos son peligrosos porque perjudican nuestra capacidad de tomar decisiones en común como sociedad, ya sea en el ámbito de la educación, de las infraestructuras o de la salud. Por ejemplo, si muchas personas consideraran que el consenso científico sobre el cambio climático es simplemente "una opinión", afectaría a nuestra capacidad de reaccionar ante todos los cambios que ya se están produciendo. De manera similar, tratar la ciencia detrás de las vacunas como "una opinión" nos afecta a todos de forma negativa.
En la base de cada uno de estos estudios encontramos una verdad simple pero poderosa: la salud es un bien común. Las obligaciones éticas relacionadas con la salud no se limitan a lo que hacemos en nuestras casas. Quien piense así está muy equivocado a nivel empírico y su postura es indefendible a nivel ético.
Autor: Joel Michael Reynolds. Profesor Asistente de Filosofía, Universidad de Massachusetts Lowell
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí
Traducido por Silvestre Urbón