Cuando devenimos padres nuestra vida cambia radicalmente, tanto, que muchas de las cosas que hacíamos antes de ser padres quedan en el olvido o temporalmente aparcadas hasta que pueden retomarse cuando los niños crecen.
Una de ellas, y aunque suene algo mal, son los amigos y, sobretodo, los amigos sin hijos. Sucede algo parecido a cuando tienes 15 años y uno de tus amigos se “echa novia”. Por arte de magia desaparece. Ya no viene a jugar los partiditos de fútbol de los viernes, no quiere venir al cine a ver películas de acción porque ha quedado con su novia para ver una romántica (o para no verla, vete a saber) y no sale de fiesta contigo porque ya tiene otros planes.
Al final te acabas por acostumbrar a que los amigos vayan desapareciendo a medida que se echan novia, hasta que tú también te la echas y os juntáis todos de nuevo porque ahora ya eres del club de las parejas.
Pues bien, esto mismo sucede cuando uno de tus amigos tiene un hijo, desaparece. O bien, desapareces tú porque has sido padre. Ya no te interesa salir de fiesta (ni te quedan ganas probablemente), las once de la noche te empieza a parecer tarde y te das cuenta de que chutar una pelota es algo bastante ridículo y absurdo si tu hijo no está cerca para hacerlo contigo.
Así empiezas a dejar de ver a tus amigos de siempre y haces nuevos amigos que tienen como característica común el hecho de ser padres. Hablas con ellos de los temas de siempre (el fútbol sigue siendo fútbol aún siendo padre), pero añades comentarios acerca de la última película infantil que se ha estrenado, lo bien que te lo puedes pasar en el zoo, el estado en que se encuentran los columpios de los parques o el último libro de crianza que te has leído, temas que tus amigos sin hijos desconocen por completo.
Con el tiempo tus amigos sin hijos empiezan a tenerlos y, como con las novias (y como sucede con el del anuncio de los turrones), vuelven a casa (por Navidad). Poco a poco os vais reencontrando para recordar viejos tiempos y para compartir nuevos momentos, dentro de un horario más adecuado a la vida diurna.
Ahora bien, esto es lo que sucede porque solemos pensar que nuestros amigos sin hijos se aburrirán estando con nosotros viéndonos correr detrás de nuestros hijos, darles de comer, interrumpir la conversación porque hay que acompañar a uno al water a hacer caca, porque hay que buscar toallitas “que mira como lleva las manos” o porque hay que cambiar la camiseta “que se ha echado el agua encima”, entre otras doscientas cosas, y en alguna ocasión me he encontrado con algún amigo que me ha dicho que quiere vernos a todos, que no le importa quedar cuando aún es de día, que le parece bien comer en vez de cenar y que sabrá disfrutar del momento aún cuando tengamos pocos minutos para hablar.
¿Es posible entonces la conciliación entre amigos con hijos y amigos sin hijos? A saber. Lo mejor es probarlo, si no te vuelven a llamar, ya sabes, no fue buena idea. Si vuelven a hacerlo, les ha gustado tanto que quizás hasta estén pensando en convertirse en amigos con hijos.
Fotos | Flickr – normalityrelief, Claus Rebler