El baño del bebé es uno de los primeros placeres que podemos experimentar los papás y las mamás con nuestro hijo. Es un momento de comunicación corporal y de máxima atención en un periodo en el que lo habitual es que estén somnolientos o totalmente dormidos.
Ya es emocionante, en estos primeros días, la preparación de todo lo que vas a necesitar. Lograr un ambiente agradable en cuanto a luz y temperatura, buscar una bañera o una adaptación para el baño que sea cómoda tanto para ti como para el bebé, disponer la toalla cerca para que no pase frío al salir...
Quizá sea la primera acción en la que asumimos nuestra responsabilidad como padres, ya que cuando bañamos al niño al día siguiente de llegar del hospital, todavía nos parece mentira que no le vayamos a hacer daño o a molestarle. Todavía tiene la pinza del ombligo e incluso secar los pliegues de la piel nos parece una labor de relojero.
En esta situación comenzamos a asumir nuestro papel activo y a sentirnos orgullosos de ser capaces de atenderle. Crece nuestra confianza y nos prepara para ir adquiriendo nuevos objetivos.
En cuanto al bebé, ha pasado en una semana de estar en un entorno superprotegido a nivel sensorial (luz, ruido, temperatura, sonidos familiares, flotación) a otro entorno completamente diferente y muchísimo más intenso. Con esta premisa, debemos plantear el baño como un tiempo lento y suave en el que podemos disfrutar de cada gesto con ternura y en el que casi lo de menos es la limpieza y lo prioritario la vivencia.
Habremos conseguido hacer de esta actividad higiénica una experiencia sensorial rica y una relación emocional íntima y positiva.
Imagen | Flickr (Daquella Manera) En Bebés y más | Miedo al baño