Hace ya tiempo que no oigo por boca de psicólogos, pediatras, pedagogos y otros profesionales la teoría que dice que para criar a un hijo, con treinta minutos al día es suficiente, si el tiempo que pasamos con él es de calidad. No de boca de ellos, pero sí lo sigo oyendo de boca de personas de a pie, padres y madres, convencidos (quizás auto-convencidos) de que lo normal o lógico es eso, pasar media hora con nuestro hijo, muy intensa a nivel de relación, esperando que con eso hayamos hecho todo el trabajo.
Esos treinta minutos, o el tiempo que sea, es lo que se conoce como "tiempo de calidad", que al parecer es mejor que "la cantidad de tiempo", con que se refieren a pasar horas y horas con el niño estando por otras cosas, como comprar, cocinar, limpiar, recoger, etc. Ahora bien, ¿de verdad la "cantidad de tiempo" es peor que el "tiempo de calidad"? Dicho de otro modo: ¿no será mejor estar muchas horas aunque no estemos al cien por cien con nuestro hijo, que pasar media hora muy intensa con él?
Ni sí, ni no, ni todo lo contrario
La respuesta es un depende. Y es un depende porque ante todo quiero huir de los dos extremos, porque hay matices en unos y otros que pueden no hacer del todo mala ninguna de las situaciones, o hacerla mala, malísima.
Para empezar, decir que con 30 minutos tenemos a un hijo criado es absurdo, tanto, que yo lo elevo a insulto a la inteligencia. Sé que lo han dicho muchos "expertos", que probablemente seguirán pensando que es así. Sé que muchos padres se lo han creído y se acuestan cada noche tranquilos sabiendo que han pasado media hora con sus hijos. Yo no me lo creí, como muchos otros padres, porque media hora al día es muy poco tiempo para hacer cualquier cosa. Imaginad una relación de pareja en que solo os podáis ver 30 minutos diarios. Imaginad estudiar una carrera con 30 minutos diarios. Imaginad iniciar un nuevo proyecto, el más importante de vuestras vidas, con 30 minutos diarios. Imaginad que tenéis un trabajo al que vais 30 minutos diarios.
No, no se puede pretender educar a un niño con treinta minutos al día, que es una de las cosas más difíciles que hay, porque los niños no solo aprenden de lo que escuchan, sino que aprenden también, y sobre todo, por lo que ven. Sentarnos con ellos 30 minutos y contarles cuentos, o jugar, o hacer puzzles, o escuchar lo que nos tienen que decir o explicarles lo que les tenemos que contar es nada comparado con lo que los niños en realidad necesitan, que es empaparse de nuestras vidas.
¿Pero, por qué treinta minutos?
Ahora bien, huyendo un poco de la absurda teoría de los treinta minutos, si me dijerais que hablamos de una hora un día, dos horas otro, cinco horas otro día, diez los fines de semana, media hora otro día, etc., pues ya no digo nada. Si todo ese tiempo es más o menos intenso, estando con ellos y por ellos, alternando con algo de "cantidad de tiempo" cuando hay más horas, seguro que podríamos criar a un niño perfectamente.
Pero claro, ya nos estaríamos yendo un poco de la teoría de los 30 minutos, que los "expertos" imagino que idearon para convencerse a sí mismos de que lo que hicieron con sus hijos estuvo bien, viéndoles pequeños ratitos cada día y cediendo su educación y sus vidas a terceras personas y que no dejan de repetir para que los padres de ahora, que tienen la necesidad de trabajar los dos para vivir, no se quejen demasiado por no poder pasar más tiempo con sus hijos.
La cantidad de tiempo
En contraposición al "tiempo de calidad" se sitúa la "cantidad de tiempo", tener al niño en casa sin ir a la guardería y que el niño haga en gran parte nuestra vida: ir a comprar, estar con él mientras hacemos la comida, recogemos la casa, si hablamos por teléfono, si estamos viendo la tele, si... todo esto se considera tiempo de "no calidad", porque no estamos específicamente por ellos.
Sin embargo, los niños tienen que compartir también este tiempo con nosotros porque es mentira que sea tiempo de no calidad. Mentira porque mientras hacemos, ellos miran. Vamos a comprar y observan qué hacemos, cómo lo hacemos, las palabras que decimos, cómo saludamos y nos responden, cómo damos las gracias y nos las dan a nosotros, cómo pagamos y nos dan el cambio. Están en casa y nos ven poner la ropa dentro de la lavadora, recogerla, doblarla. Nos ven hacer la comida, manejar los cacharros, ponerlo todo en platos, decir "¡A comer!", fregar los platos o meterlos en el lavaplatos. Nos ven...
Y todo eso para ellos es aprendizaje. Si no ya me diréis (o que me digan los de "con 30 minutos es suficiente"), cómo puede ser que mi hijo de 2 años (y la mayoría de niños de dos años) oiga nuestro "¡A comer!" y vaya a sus hermanos a decirles lo mismo, cómo puede ser que hable por teléfono con todo el mundo y con nadie, cómo puede ser que diga gracias sin que le hayamos dicho eso de "¿Qué se dice? Grraaaaciiiaaaasss", cómo puede ser que se quite el pañal y lo tire a la basura, sin que le hayamos explicado que se tira ahí, cómo puede ser que meta la ropa en el cubo de la ropa sin que le hayamos leído el cuento "La tortuguita que no sabía que la ropa va al cubo de la ropa" y tantas otras cosas que hace simplemente porque nos ve hacerlas.
Es más, incluso cuando no le estamos ofreciendo nada que hacer, eso es tiempo de calidad, porque en esos momentos en que un niño no sabe qué hacer su mente se pone en marcha para empezar a imaginar o decidir qué hacer a continuación. En un mundo en el que se pasan el día haciendo lo que les decimos que tienen que hacer, todo con un horario, que los niños tengan tiempo para el juego libre es un lujo que deberíamos valorar más.
Pero, ¿y si la madre o el padre pasa olímpicamente del niño?
Claro, podemos irnos al extremo: la madre o el padre que están con sus hijos todo el día pero que se los llevan a todas partes porque no hay más remedio, pasando olímpicamente de los niños, sin dirigirles apenas la palabra. Estamos todos de acuerdo en que no es lo ideal, ¿verdad? Pero como digo, huyo de este extremo porque parto de la base de que los padres tienen interés por educar a sus hijos.
¿Cuál es, entonces, el ideal?
Yo lo tengo clarísimo, la "cantidad de tiempo" con parte de "tiempo de calidad". Es decir, pasar con el niño cuanto más rato mejor, sin necesidad de estar constantemente haciendo actividades para él. Un rato sí, claro, que a los niños les encanta jugar con nosotros (y a nosotros con ellos), contando cuentos, haciendo puzzles y jugando a lo que le guste, pero el resto, el resto debe ser la vida cotidiana, el día a día, hablar con él, explicarle dónde vamos, contarle lo que vamos a hacer, y así ir pasando los minutos y las horas con él. No veo mejor manera de enseñarle a vivir, ni de que aprenda a vivir.
Y son buenos incluso los momentos en que nuestros hijos están en una habitación, haciendo lo que sea, y nosotros en otra habitación, haciendo lo que sea. Mucha gente dice "qué absurdo, el niño está solo", pero es mentira. Es mentira porque aunque en ese momento están solos, saben que están acompañados, y que no te necesite ahora mismo no quiere decir que dentro de media hora no quiera estar contigo. Además, a mí me gusta más estar solo, pero acompañado, que estar solo, en una casa vacía. Parece lo mismo, pero no lo es. Y para los niños tampoco.
Fotos | Thinkstock En Bebés y más | ¿Tiempo de calidad o cantidad de tiempo?, El tiempo que no dedicamos a nuestros hijos, Con cariño el tiempo se relativiza, por Javier Urra