Compartir la mesa es el mejor plan que podemos hacer cada día en familia. Aunque cueste conciliar los horarios es importante que tengamos un tiempo al acabar la jornada para conversar de lo que cada uno ha hecho durante el día.
Comer juntos no es únicamente saciar el hambre en torno a una mesa, sino que detrás de sentarse a la mesa en familia hay un significado mucho más trascendente, el de la comunicación, preocuparse por el otro, escuchar a los demás y expresar nuestros sentimientos para que nuestros hijos también aprendan a expresarlos.
Por empezar, es fundamental que el televisor este apagado, así todos pueden centrarse en ese momento único sin distracciones.
No es el momento de dar sermones, ni de dar la lata a nuestros hijos con los modales en la mesa, sino de pasarlo bien en familia y de ser positivos.
Por más pequeños que sean nuestros hijos es importante que compartan la mesa. A mi pequeña le colocamos la trona en la cabecera y le encanta sentirse parte del clan. Es una forma de inculcar el buen hábito para toda la vida.
La hora de la comida no tiene por qué ser un momento solemne, podemos convertirlo en un encuentro entretenido en torno a la comida, lo cual además ayuda a los niños a establecer una relación positiva con la comida y a comprender que comer es divertido.
Muchas veces no tomamos conciencia de que un acto tan rutinario como sentarse a la mesa pueda ayudar a construir la personalidad de nuestros hijos.
¿Recordáis eso de que la felicidad en la vida es el recuerdo de buenos momentos? Bueno, compartir la mesa en familia puede convertirse en uno de ellos y perdurar en la memoria de nuestros pequeños como un momento feliz. Depende de nosotros.
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