Una de las cosas más importantes y a la vez interesantes que pueden aprender unos padres recientes es que los niños, nuestros hijos, serán en un gran porcentaje el reflejo de las personas que somos nosotros.
"¿Quieres saber cómo es el padre? Conoce al hijo, pregúntale a él, porque los niños no mienten". Son nuestro espejo, para bien y para mal, así que si tienes un momento haz un poco de autoexamen, mira hacia adentro, busca tus flaquezas, tus puntos débiles, tus complejos, tus vicios y tus errores diarios y tenlo claro: si quieres que tu hijo no sea como tú, cambia tú.
Haz lo que digo, no lo que hago
Muchos padres tratan de educar a sus hijos con la palabra, con el “no” y con lecciones continuas explicando lo que está bien y lo que está mal. Es la base, es el comienzo, se puede hacer un poco mejor o un poco mejor, pero la palabra, aún siendo poderosa, es insuficiente si no se acompaña del hacer, del gesto, de la comunicación no verbal.
Se calcula que cuando alguien está dando un mensaje, la importancia de sus palabras a la hora de llegar a quien escucha es de un 45% (y parte de ese porcentaje se lo lleva la entonación con que lo decimos). El 55% restante se le atribuye al lenguaje corporal. Tratad de explicar a alguien que estáis muy bien, muy felices, y que con vuestro bebé dormís de maravilla con unos ojos abatidos y un gesto de cansancio extremo. Quizás no os digan nada, pero cuando hablen de vosotras dirán “me dijo que estaba bien, pero está hecha polvo”.
Con nuestros hijos pasa lo mismo. Podemos hablar con ellos y enseñarles muchas cosas con la palabra. El diálogo, de hecho, es básico a la hora de educarles. Sin embargo, no sirve de mucho si nuestros actos no acompañan a nuestras palabras.
El “haz lo que digo, no lo que hago” sirve unos años, cuando son pequeñitos. A la que se dan cuenta de que no haces lo que predicas pierdes autoridad sobre los mensajes que diste y no cumples, y lo que es peor, la pierdes también para mensajes futuros. Y no hay peor situación entre padres e hijos que aquella en la que el niño no confía en su padre o madre, aquella en que llega a reprochar a su padre que mienta, aquella en la que el niño acabe por darse cuenta de que tiene más sentido de la ética que aquel que en teoría debería ejercer de ejemplo.
Como quieras que sea tu hijo, sé tú
Así que si después de mirarte hacia adentro te das cuenta de que quieres que tu hijo sea diferente, que quieres que sea más valiente, que quieres que sea más capaz de decir las cosas, que quieres que se quiera más de lo que tu te quieres y que quieres que sea más feliz de lo que tú eres, cambia.
Cambia, sé mejor persona, empieza a comer de un modo más equilibrado para que tu hijo también lo haga, deja de fumar, no bebas alcohol, o limítalo, obsesiónate menos con las cosas nimias y dedica más tiempo a las cosas importantes, trata de tener (más) paciencia, de gritar menos, de jugar más con él, de sonreír más, de afrontar los problemas, de coger la vida por los cuernos y dejar de navegar a la deriva del barco que llevan los demás.
No te escondas, no escondas tus puntos débiles, no trates de enterrarlos, porque tu hijo los acabará descubriendo. Tarde o temprano verá que no eres quien decías ser, así que cambia. Trata de ser la persona que te gustaría ser y así, además de ser consecuente con tus palabras, serás más feliz. Y así, además de ver el sol cada mañana, verás que tu hijo lo ve también. Así será la persona que siempre quisiste ser, y mejor, tú también lo serás.
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