¿Cuántas veces nos quejamos de que nuestros hijos no nos obedecen o de que las cosas que les decimos parecen entrarles por un oído y salirles por el otro? "Se me seca la boca de decirte siempre lo mismo", nos lamentamos con profunda frustración, rabia e impotencia.
Y como consecuencia de estos problemas de comunicación surgen los 'malos comportamientos' del niño, que se traducen en forma de gritos, rebeldía y desobediencia, así como cambios en nuestro carácter y sensación de no saber qué más podemos hacer para que nuestro hijo nos escuche. Esta desagradable situación lleva a muchos padres a creer que los castigos, los premios, los gritos o los chantajes son la única forma de conseguir lo que se pretende. Pero nada más lejos de la realidad.
Te explicamos cómo podemos romper este círculo vicioso y qué está en nuestras manos hacer para que la comunicación con nuestros hijos no solo resulte más positiva y amable, sino eficaz.
Sentimiento de pertenencia y contribución
Lo primero que debemos comprender es que los niños necesitan sentir que 'pertenecen' a su grupo familiar; es decir, que hay alguien cerca que se interesa por ellos y que va a garantizar su supervivencia. Este sentido de pertenencia se ve satisfecho cuando el bebé o niño es atendido en sus necesidades (hambre, higiene, consuelo, protección...). Pero además de pertenecer, el niño necesita sentirse útil e imprescindible y que sus aportaciones son escuchadas, válidas y tenidas en cuenta.
Realmente, estas necesidades no son extrañas ni especiales, pues cualquier ser humano con independencia de su edad necesita sentirse así. Y si no pensemos por un momento: ¿cómo nos gusta sentirnos en nuestro trabajo?:
- ¿Qué sentimos cuando los compañeros o los jefes valoran nuestro esfuerzo y reconocen lo que hacemos?
- ¿Nos sentimos útiles y motivados cuando nos piden nuestra ayuda u opinión?
- Por el contrario, ¿qué sentimos cuando en una reunión nos ignoran, cuando nuestro trabajo no es tenido en consideración o cuando parecemos ser invisibles a ojos de los demás?
Probablemente, preguntes a quien preguntes la respuesta será siempre la misma: a todos nos gusta que nos quieran, nos valoren y nos tengan en cuenta. Cuando esto ocurre nos sentimos especialmente motivados en seguir trabajando para poder ayudar y contribuir. Pues a los niños les ocurre exactamente lo mismo.
Según Dreikurs, los niños que a ojos del adulto actuan de "mala manera", no obedecen y se comportan de forma incorrecta, lo que realmente sienten es desmotivación al creer que no son válidos, que no pueden contribuir y que, por consiguiente, no nos importan.
Ahora bien: ¿cómo podemos cambiar ese comportamiento?
Pertenencia: conecta física y verbalmente con tu hijo
No es suficiente con atender las necesidades físicas del niño, también hemos de satisfacer sus necesidades emocionales a través de la conexión, de la que tantas veces hemos hablado.
Conectar con nuestro hijo resulta clave para establecer con el niño una comunicación positiva y activa. Esa conexión no solo consiste en demostrarle de manera puntual cuánto le queremos con palabras, besos y abrazos, sino que es un trabajo a largo plazo que tenemos que poner en práctica diariamente.
Pero para empezar a conectar con nuestros hijos hemos de hacerlo en primer lugar con nosotros mismos, pues solo desde la calma y la reflexión podremos conectar realmente con quienes nos rodean. Una vez hecho este ejercicio de introspección, la conexión con nuestro hijo debe apoyarse en gestos como:
- Hablar con un lenguaje positivo, claro, sencillo y adecuado a la edad del niño
- Apoyarnos en el lenguaje no verbal, pues gestos como una mano en el hombro, sujetarle las manos con delicadeza o un abrazo pueden llegar a decir mucho más que cualquier otra palabra
- Practica la escucha activa, ponte a su altura, mírale a los ojos cuando te hable y pon atención plena en lo que te está diciendo
- Valida sus sentimientos, no los minimices y ayúdale a gestionarlos
Hay una serie de enemigos que dañan profundamente la relación de conexión con nuestros hijos, y que debemos evitar a toda costa cuando nos comunicamos con ellos. En líneas generales podríamos decir que estos enemigos son:
- La violencia física y verbal, los castigos, los gritos, los chantajes, las imposiciones y órdenes, y las amenazas
- Las etiquetas, las comparaciones, recalcar continuamente los errores y abusar del no
- El empleo de un lenguaje confuso (el rintintín, la gesticulación que no acompaña a lo que estamos diciendo...), hiriente, indirecto o irónico puede acarrear efectos negativos y mermar la autoestima del niño
Contribución: involucra a tu hijo en su propia educación
Lograr mantener con nuestro hijo una comunicación positiva y en consecuencia, una relación amable, empática y respetuosa por ambas partes, hará que el niño se sienta especialmente querido y valorado y todo ello contribuya a mejorar su comportamiento.
Pero todavía hay muchas cosas que podemos hacer para satisfacer esa necesidad de contribución de la que hablábamos al principio, y que básicamente se traducen en fomentar la autonomía del niño, confiar en él y en sus capacidades y hacerle partícipe de su propia crianza.
¿Cómo podemos hacerlo? Ahí van algunos aspectos que debemos considerar:
Poniendo límites desde el respeto
Poner límites a los niños es fundamental y necesario para su felicidad, y el bienestar emocional suyo y de quienes les rodean. Pero en contra de lo que muchas personas todavía creen, los límites pueden (y deben) ponerse sin necesidad de recurrir al autoritarismo, con amabilidad y respeto.
Además, las normas deben ser puestas de manera justa y proporcionada, teniendo en cuenta el desarrollo madurativo del niño y como decíamos antes, la forma de comunicarnos con él.
Educar con amabilidad y respeto no es sinómimo de ser permisivos o dejar al niño hacer lo que quiera, sino de dotarle de todas las herramientas que necesita para que él mismo vaya aprendiendo a regular su comportamiento, a buscar soluciones a los problemas que surjan y, en definitiva, a transitar por el camino de la vida.
Teniendo en cuenta su opinión
Cuando el niño es tenido en cuenta y siente que pertenece es más fácil que acabe aceptando de manera positiva los límites.
Es necesario tener en cuenta la opinión del niño, sabiendo que lógicamente hay límites que no son negociables ni pueden recaer en su criterio, como los relativos a su seguridad y el respeto a los demás.
Por otro lado, conviene recordar que el niño que se limita a acatar órdenes del adulto, sin darle la oportunidad de opinar o aportar su visión, no estará desarrollando habilidades tan importante para la vida como la toma de decisiones, el pensamiento crítico o la resolución de conflictos. Tampoco le estaremos dando la oportunidad de fortalecer su autoestima y confianza en sí mismo.
Por ejemplo: así pues, cambiemos el "se hace así porque yo lo digo" por "¿qué ideas se te ocurren que podemos poner en práctica para que esto funcione?" En este sentido, las juntas o reuniones de familia son una excelente forma de tener en cuenta la opinión de todos los miembros de la familia y en base a ello establecer normas justas y respetuosas.
Pide al niño su cooperación
Pidiendo al niño su cooperación estaremos garantizando su sentido de pertenencia al grupo, al tiempo que le ayudamos en la adquisición de habilidades para la vida. Además, el niño que siente que 'aporta algo importante' a su comunidad crecerá con una autoestima fuerte y sana, y con gran confianza en sí mismo.
Por ejemplo: en lugar de ordenarle "recoge tus juguetes", cambiemos el mensaje por algo así como: "me vendría fenomenal tu colaboración en estos momentos para recoger los juguetes", o "¿se te ocurre algún sistema que nos permita ordenar tus juguetes de manera rápida y práctica?". En estos casos no estás diciendo al niño lo que tiene que hacer, sino poniendo el foco en lo importante que es su colaboración o animándole a pensar en ideas que contribuyan al buen funcionamiento del hogar.
No hagas las cosas por él
Al hilo de lo anterior, es importante no hacer por el niño nada que pueda hacer por sí mismo. Y es que a veces, los padres caemos en el error de sobreproteger a nuestros hijos, tomar las riendas de su vida y/o no darles la oportunidad de hacer las cosas, bien porque vamos con prisa y no podemos perder tiempo o porque tememos que lo vayan a hacer mal.
Cuando actuamos, pensamos o hablamos por nuestros hijos no solo estamos anulando sus capacidades y no preparándolos para la vida, sino que el niño interiorizará mensajes como "no soy válido", "papá y mamá siempre van a evitarme y/o resolverme los problemas", "todo lo hago mal y por eso otros tienen que hacer las cosas por mí"...
Recordemos esta idea: no podemos pretender que al llegar a la adolescencia nuestro hijo sea autónomo y capaz de tomar buenas decisiones, si desde pequeño no le hemos dotado de las herramientas para ello.
Aprender de los errores
Nuestro hijo se equivocará, por supuesto que lo hará. Todos nos equivocamos alguna vez cuando hacemos las cosas, pero en ese error está la oportunidad de aprender y seguir creciendo. Así pues, cuando el niño se equivoque, no vayamos rápidamente en su auxilio, no solucionemos nosotros ese error ni, por supuesto, le reprendamos, "machaquemos" o castiguemos por ello.
Enseñemos a nuestros hijos a reflexionar sobre sus errores, sin sermones, sin juicios y sin órdenes, a repararlos y a ver en ellos una oportunidad de hacer mejor las cosas en el futuro.
Escuchar sus opiniones y valorarlas, involucrarle en la toma de decisiones y en la búsqueda de soluciones, y fomentar su autonomía no solo preparará a nuestros hijos para la vida, sino que fortalecerá nuestro vínculo al tiempo que logramos más fácilmente su cooperación. ¡Todo son ventajas!
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