Aproximadamente una de cada cuatro mujeres detectan una ligera pérdida de sangre ocasionada por la anidación del óvulo fecundado en la pared del útero. Es lo que se conoce como sangrado de implantación.
La pérdida puede durar de uno o a tres días, suele ser más leve que el sangrado por menstruación y más oscuro. Se produce en las primeras semanas de gestación, momento en el que el útero está muy irrigado y sangra con facilidad.
Al adherirse el embrión en la pared del útero se rompen pequeñas venas y arterias que irrigan normalmente el endometrio, provocando un sangrado.
Esto ocurre entre los seis y los diez días después de la fecundación, período que concuerda con la fecha esperada para la menstruación, por lo que se suele confundir con su llegada.
En ocasiones es sólo una gota de sangre y en otras puede llegar a confundirse con una menstruación ligera. El sangrado de implantación no sigue una regla fija, puede darse en un solo embarazo o en todos.
De óvulo fecundado a embrión implantado
Cuando el espermatozoide penetra en el óvulo se produce la fecundación y la formación del cigoto (primera célula fecundada). En 72 horas el cigoto se convierte en mórula (segmentación del cigoto) y cuatro o cinco días después de la fecundación, la mórula se convierte en blastocito (o blástula).
El blastocito está compuesto por dos grupos de células, uno externo y otro interno. El grupo interno, se convertirá en el embrión, y el exterior, en la membrana que lo protegerá y nutrirá durante el embarazo. A partir de que el blastocito se implanta en el endometrio es cuando se comienza a hablar de un embrión.
Al llegar el blastocito al útero, normalmente seis o siete días después de la fecundación, éste empieza a producir unas prolongaciones que le permitirán adherirse a la mucosa uterina y “enterrarse” en el endometrio. Es lo que se conoce como implantación embrionaria (ver imagen).
La implantación es una fase fundamental del embarazo, pues permite al embrión en su etapa primaria recibir los nutrientes y el oxígeno de la madre a través de su sangre.
Catorce días después de la fecundación, el embrión está firmemente anidado en su nuevo hogar. Allí es donde crecerá y se desarrollará un nuevo ser.
Puede confundirse con la menstruación
Como hemos comentado, por el momento en que se produce, el sangrado de implantación puede confundirse con la llegada de la menstruación cuando en realidad es un signo del comienzo del embarazo.
Esto puede generar ansiedad ya que no se sabe si el sangrado es una señal de embarazo o de que ha venido el período. Para evitar la confusión es importante observar el manchado. No suele ser como una regla habitual, suele ser de color rojo oscuro o marrón, leve, y durar pocos días (normalmente uno o dos y nunca más de cinco).
En estos días debes prestar especial atención a tu cuerpo, ya que la observación de otros signos pueden ayudarte a definir si se trata o no de un embarazo. Observa si notas otros posibles primeros síntomas de embarazo como hipersensibilidad en los pechos, náuseas, aumento de la temperatura basal, malestar y cansancio.
La confirmación del embarazo
Para salir de dudas, lo más efectivo y rápido es hacerse un test de embarazo, sin embargo puede ser pronto para ello. Para que el resultado sea fiable, es importante saber cuándo hacerse la prueba.
Debe realizarse al menos con un día de retraso para asegurarnos que se detecta la hormona del embarazo (gonadotropina coriónica humana), aunque ciertos tests aseguran detectarla desde la primera semana después de la concepción.
Si sospechas que puedes estar embarazada y notas un sangrado abundante, dolor abdominal severo y cólicos debes acudir al médico, pues podría estar relacionado con algún problema.
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