Madrugar. Trabajar. Parar un rato para comer. Trabajar de nuevo fuera o dentro o quizás, fuera y dentro de casa. Cuidar a los niños. Hacer la compra. Organizar el día siguiente de la familia, las comidas, la ropa, las actividades, las citas médicas si las hubiera. Cenar. Dormir. Vuelta a empezar.
Que deberíamos tomarnos la vida con un poco más de tranquilidad lo sabemos aunque no conseguimos hacerlo ni siquiera aunque lo intentemos pero lo que es peor, al final esa falta de tranquilidad, ese estrés o ese exceso de autoexigencia ¿se lo llegamos a transmitir a nuestros propios hijos? ¿Nos exigimos demasiado en la crianza como para poner en riesgo nuestra felicidad? A veces pienso que podría ser que sí, que de forma inconsciente lo estuviéramos haciendo.
El "findelmundismo" en la crianza
Hace unos días, leyendo el número del mes de febrero de la revista “ELLE” en papel, no pude controlar la carcajada con la página que firma Manuel Jabois y no porque contara ningún chiste, sino porque describía con muchísima puntería mi propia realidad o yo la veía reflejada en la suya.
El “findelmundismo” es el concepto que acuña Manuel Jabois en esta página para definir situaciones que deberían pasar sin pena ni gloria pero que nos angustian la vida, él lo define como “reiniciar el planeta cada vez que olvidaba (su abuelo) comprar pan en el súper”. Cada uno tenemos nuestro “findelmundismo” aunque ahora andemos todos negando con la cabeza.
Esa taza de desayuno que se cae sobre el pantalón recién puesto…
Ese momento en el que nos ponemos a preparar unos espaguetis y no hay…
Esos momentos en los que el histerismo nos gana por la mano en los que como dice Jabois “desaparece el matiz”.
Él luego habla del amor y de la política, si podéis leerle hacedlo, yo me quedé pensando en la maternidad, en la crianza, en la importancia que le damos a los momentos que realmente no la tienen. Nos ganan las prisas disfrazadas de histerismo porque sí, yo también creo como Manuel Jabois que nuestro nivel de tolerancia ha bajado, así en general y en la educación, la convivencia, la crianza de nuestros hijos también.
La belleza imperfecta de la felicidad
Nos gana una autoexigencia que nos hemos impuesto… ¿o que nos hemos dejado imponer? De esto habla otro autor, en este caso no es periodista sino doctor en psicología, se llama Walter Riso, nació en Italia pero vive en Barcelona y en estos días está presentando su último libro “Maravillosamente Imperfecto, Escandalosamente Feliz”.
Lo puedes encontrar en Amazon si te animas a leerlo.
Ha escrito decenas de libros antes que este que se han traducido a decenas de idiomas, ha pasado más de treinta años trabajando como psicólogo clínico y se plantea a partir de su experiencia, la necesidad de eliminar el sufrimiento inútil que ha creado en la sociedad, en las personas, esta cultura del perfeccionismo obsesivo.
Aún no he leído el libro y no por falta de ganas pero sí he leído de lo que trata y creo que (de ahí mis ganas) tiene mucha razón y vuelvo a lo mismo, si lo aplicamos a la crianza de nuestros hijos, a nuestro día a día con ellos a nuestras expectativas de ese perfeccionismo artificial en el que nos hemos instalado o nos hemos dejado instalar.
¿Nos hace feliz no llegar nunca a subir la escalera del todo?
¿Nos cuesta tanto asumirnos y aceptarnos como realmente somos?
Es inevitable que en el fondo eso se lo traslademos a nuestros hijos, aunque sólo se enfrenten a ello a partir de nuestro comportamiento, no dejamos nunca de ser su ejemplo.
No puedo olvidar esa máxima que dice que “tus hijos no siempre te escuchan pero siempre te ven”.
Sería bueno, sería sano para ellos y para nosotros que aprendiéramos a ser maravillosamente felices con nuestras imperfecciones.
¿Imperfecciones? ¿Por qué?
Además, las imperfecciones… ¿quién decís que ha decidido que lo sean? Las podemos llamar peculiaridades o características, les podemos quitar cualquier componente peyorativo, cualquier aspecto negativo, podemos querernos como somos y enseñar con nuestro ejemplo a nuestros hijos. Dejemos de lado el “findelmundismo” que se genera en nosotros por esas expectativas que sabemos, si nos paráramos a pensar sólo un minuto, que son de todo punto inalcanzables.
No digo que no soñemos, no digo que no tengamos intenciones, metas, propósitos… digo que si mido un metro ochenta nunca podré ser una gimnasta de sincronizada, por poner un ejemplo muy tonto, o si mi pelo es liso y fino, nunca tendré un look como el de Beyoncée en lo que a melena se refiere, por mucho que me empeñe o que quieran que me empeñe (en lo personal y en lo económico, no nos olvidemos de ese detalle) o puede que mi hijo no sea un Pelé del fútbol aunque se deje la piel en cada partido, hasta el punto que deje de jugar y de disfrutar…
A fin de cuenta si no lo hacemos por la nuestra hagámoslo por la suya, porque debería importarnos mucho más su imperfecta pero auténtica felicidad más allá del "findelmundismo" que nos rodee ¿no os parece?
Fotos | iStockphoto
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