Siempre me gusta transmitir la enorme importancia que tiene que nuestros hijos crezcan sintiéndose felices, valorados y con una sana autoestima. Y hay algunas claves sencillas y accesibles a cualquier persona que desde luego les van a ayudar mucho. Por eso hoy os contaré dos cosas que hacen los padres de hijos felices.
Saben poner límites a sus hijos
Los niños necesitan crecer en un ambiente seguro en todos los sentidos. Solamente en un ambiente seguro y confiable pueden ejercitar su libertad, descubrir que tienen derecho a ser respetados, desarrollar sus capacidades y encontrar la manera de relacionarse con otras personas de forma respetuosa también ellos. Esto son los límites que los padres debemos establecer.
Los límites no son normas arbitrarias y mucho menos son el imponer a los niños cosas que realmente perjudican sus necesidades. Los límites son parte de la vida, son naturales como concepto, aunque también tienen muchos aspectos culturales que nuestros hijos irán entendiendo si los acompañamos poniéndolos a ellos en el centro de la ecuación.
Los límites básicos e innegociables son no hacerse daño a ellos mismos, no hacer daño a otros y también, importantísimo, no hacernos daño a nosotros. Cuando queramos marcar que un comportamiento no es adecuado y no se acepta en nuestra familia debemos ser muy claros y procurar autolimitarnos en la imposición de esas normas para que realmente respondan a esas premisas. Y hay que ser capaz de negociar lo que no sea innegociable, pues es parte de su aprendizaje también. Pero no debemos educar niños sin límites porque nos de miedo el autoritarismo o entendamos, erróneamente, que el niño va a descubirlo todo por él mismo. Nos necesitan seguros.
Esto puede hacer necesario que no permitamos determinadas maneras de expresar el enfado o la frustración, como cuando pegan a sus hermanos o le hacen daño a la mascota. En esos casos hay que poner un límite clarísimo, sin necesidad de violentar al niño ni castigarlo, sino impidiendo la acción y explicando las razones para hacerlo, ayudando al pequeño a comprender y nombrar sus emociones y ofreciéndole apoyo y otras maneras de canalización.
También puede ser necesario que tomemos la responsabilidad de evitar conductas exploratorias de riesgo, pues, la realidad, es que los niños no tienen todos los datos que nosotros tenemos del peligro físico o psicológico de las conductas.
Pero, atención, no podemos estar diciendo "no" a todo. No podemos pretender que un niño entienda todas las costumbres culturales o nuestras propias necesidades de comodidad u orden. Los niños necesitan pocos límites, lógicos y claros.
Pero también necesitan ser niños y eso implica que vamos a tener que dejarles jugar, correr, saltar, mancharse, explorar e incluso probar si los límites que marcamos son realmente incuestionables. Cuando discuten un límite no nos retan, están aprendiendo, por eso debemos ser asertivos, comprensivos y pacientes con ellos.
Tenemos que poner los límites justos, no tenerlos encerrados en jaulas de cristal para que no molesten ni en casa ni en el cole. Los niños son niños y necesitan moverse mucho y sentirse escuchados también en sus deseos.
Cuantos menos límites y normas pongamos más facil les será cumplirlos. Cuando más naturales y beneficiosos para su desarrollo evolutivo sean esos límites mas seguro se sentirá el niño y antes comprenderá que son justos. Si le enseñamos a no dañar a los demás será una persona más apreciada por otros y podrá tener una vida más feliz.
Pero tanto si nos da miedo poner esos límites básicos como si nos excedemos en ellos nuestro hijo se resentirá.
Son coherentes
Los niños necesitan confiar en nuestro criterio, al fin y al cabo, instintivamente saben que dependen de nosotros para su supervivencia y desarrollo. Necesitan que seamos coherentes.
Eso no quiere decir que nunca debamos rectificar, pues como humanos que somos podemos equivocarnos y ellos tienen derecho a que seamos capaces de pedir disculpas o cambiar de parecer. Pero atención, si pensamos antes de poner un límite y si pensamos antes de decir un "no" menos veces tendremos que recular.
La coherencia debe ir, incluso, más allá de esto. Es indispensable que lo que decimos que se debe hacer lo hagamos nosotros. Si no se pega, no pegamos nosotros. Nunca. Si no se grita, nosotros aprenderemos a no gritar. Si se debe escuchar a otros, nosotros tenemos que ser buenos en la comunicación con otras personas y, sobre todo, los escucharemos a ellos. Si uno no debe burlarse de otro, insultar, atacar verbalmente, minusvalorar o dañar a otros con nuestra palabra o actitud, debemos ser ejemplo de ello y aplicarlo con especial cuidado a la relación con los niños.
También, en este aspecto, es importante que sepas cumplir lo que les prometes que harás. Pues, aunque los niños son mucho más comprensivos que nosotros con los fallos de quienes aman, tienen que poder fiarse de nuestra palabra. Debemos cumplir nuestros compromisos con ellos, si hay que defraudar a alguien porque no llegamos a todo, que no sea a las personas más vulnerables y más importantes de nuestras vidas: ellos.
Jugar con ellos, llevarlos al parque, leerles un cuento o ver juntos una película son cosas que hay que cumplir si los niños han recibido el mensaje de que eso vamos a hacerlo, asi, si realmente surge un imprevisto, lo aceptarán mejor, pero si cada vez que les decimos que haremos algo juntos lo posponemos por otras actividades, van a pensar que no somos de fiar.
Estas dos cosas son realmente importantes para que nuestros hijos sean felices: saber poner límites y poner los adecuados y ser lo más coherentes posible con los niños. Lo notan y lo agradecen.
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