Si la vida se pareciera en algo a Instagram, la Navidad con un bebé sería lo más parecido al paraíso en la tierra. Adorables criaturas vestidas de Papá Noel, disfrazadas de reno o felices jugando con sus regalos.
Pero, ay amigos, cuán diferente es la realidad. No peor, eso lo tengo claro. Pero desde luego diferente. Y es que aunque las Navidades son una época mágica para los niños -especialmente en cuanto tienen un mínimo uso de la razón- para los padres se asemeja más bien a La Odisea de Homero. ¿Merece la pena el viaje? Sin duda. Pero eso no te libra de los mil cantos de sirena que oirás por el camino.
Viajar con un bebé es lo más
Y ya que hemos mencionado el tema de viajar con niños, abordémoslo. Porque viajar en coche con un bebé, y más en invierno, es lo más cerca que estarás nunca de ser un nómada. Carrito, trona portátil, bañerita y con un poco de mala suerte, hasta cuna plegable, además de varias maletas llenas de mudas y pañales, te miran desafiantes desde la acera como diciéndote: “ni aunque contrates a un estibador va a caber todo en tu maletero”. Al final, cabe, aunque lleves de copiloto a una maleta mientras tu pareja intenta entretener al pequeño para no tener que parar en cada gasolinera a que juegue un rato.
Viajar avión, en cambio, es un ejercicio de minimalismo vital. Por no pagar una maleta extra, descubres con lo poco que puedes llegar a subsistir y la cantidad de cosas que realmente no te hacen falta ni a ti ni a tu bebé. Aún así, pasar el control de seguridad con carrito, potitos, bebé en brazos y otros accesorios varios debería ser deporte olímpico.
Y si optas por el tren o el autobús, prepárate para distraerlo de mil maneras imaginables durante las horas que dure el viaje para no sufrir las miradas punzantes de aquellos viajeros que no empatizan con lo que es ser padre si llora.
¡Mi reino! ¡Mi reino por recuperar la rutina!
Durante semanas, meses incluso, has trabajado árduamente para tratar de lograr que tu bebé se acostumbre a una rutina y, más o menos, coma y duerma siempre a la misma hora. Y eso te da paz y alegría.
Pero llega la Navidad y se va todo al garete. Lugares desconocidos, nuevas caras y reuniones familiares que dejan al bebé con tal subidón de emoción que no se duerme ni aunque el mismísimo Morfeo venga a cantarle una nana.
Eso, por no hablar de las comidas, que es un tema aparte.
Despídete de los langostinos
Si tu pequeño es, eso, muy pequeño, todo es más fácil: pecho o biberón, y todos felices. Pero si ya ha empezado a comer, y le gusta, es más que probable que quiera echarse a la boca todo lo que haya sobre la mesa: desde las pinzas de un centollo hasta una peladilla.
Así que ahí estás tú, intentando que se coma su menú especial de Navidad que has preparado con tanto esfuerzo (porque no venden potitos de cordero lechal con patatas), con mil ojos vigilando que no alcance a coger nada que no deba comer (o que nadie se lo de, porque “qué más da, es Navidad”), que no tire ninguna copa o estire del mantel y la líe parda. Y para cuando te has dado cuenta, tu cuñado se ha comido todas las gambas y el jamón del bueno.
Le regalen lo que le regalen, preferirá la caja y el papel de regalo
No por ser un tópico deja de ser cierto: a los niños pequeños les gusta más un buen papel de regalo o una caja que lo que sea que contenga. A mi hija incluso a veces le envuelvo cajas vacías solo por la alegría que le da desenvolverla y jugar con el papel y la caja. Es mucho más ecológico y económico. Y si quieres ser el padre del año, gástate los duros en papeles de diferentes colores, texturas y “crujidos” al arrugarlos. O pon algo que suene dentro de esa caja. Fiesta asegurada a módico precio.
¿Árbol? No, gracias
Montar un árbol de Navidad o un belén con un bebé que ha empezado a gatear o andar es un deporte de riesgo. Por mucho que lo intentes alejar o hacer inaccesible, encontrará la manera de llegar a él y desmontarlo con minuciosidad. Eso sin hablar del peligro de que se trague alguna pieza pequeña.
Es verdad que parece como que falta algo en casa, como que no es Navidad sin un arbolito parpadeando con luces de colores, así que para las fotos de este año lo pondré de fondo con el Photoshop.
Y por supuesto, olvídate de las fotos perfectas
Hablando de fotos, creo que de la primera Navidad con mi hija, cuando apenas había cumplido el mes, la mejor foto que tengo es una medio borrosa medio movida, llorando en brazos de su bisabuela con un pijama de reno junto al árbol de Navidad.
Con un poco de suerte, puede que este año, que ya es más mayorcita, consiga alguna instantánea digna de Instagram, aunque la verdad, soy feliz con mis fotos borrosas y mis recuerdos nítidos. Porque aunque la Navidad con un bebé no es de película, tienes en brazos un regalo que ni Papá Noel ni los Reyes Magos podrán igualar jamás.