Para las mujeres creyentes, tomar la decisión de abortar a un bebé que no querían era durísimo por dos razones: la propia de la decisión, de someterse a una intervención relativamente breve pero con un desenlace que muchas recuerdan toda la vida (para lo bueno y para lo malo) y la relativa a la posición de la iglesia, que suponía la excomunión automática.
No había perdón posible a la decisión de abortar un bebé, a no ser que llegaras hasta el obispo y le mostraras tu arrepentimiento. Esto hacía que muchas mujeres, sin capacidad de lograr confesarse con un obispo, o sin saber que debían hacerlo así, quedaran, como digo, expulsadas directamente de la fe cristiana.
Hasta dentro de poco, pues el Papa Francisco ha anunciado que a partir del 2016 el pecado del aborto podrá ser perdonado en las iglesias, a través de los sacerdotes, en su objetivo de renovar la Iglesia y hacerla más abierta, más cercana y más inclusiva.
La lucha interna de muchas mujeres
Al parecer, lo ha decidido así por comprender las circunstancias de muchas mujeres que se vieron en una encrucijada, entre la espada y la pared, en una lucha interna entre sus deseos como mujeres y sus creencias, sufriendo por un acto que cometieron y sabedoras de que ya no forman parte de la iglesia por ello.
En palabras del mismo Papa:
He conocido a muchas mujeres que guardan en su corazón el miedo de esta agonizante y dolorosa decisión.
Para darles paz, para calmar esa angustia, ha decidido que no solo los obispos puedan perdonar el pecado del aborto, sino también los sacerdotes, los curas de la iglesia más cercana.
Cada cual que saque sus propias conclusiones, aunque a mí me parece perfecto: durante mucho tiempo el aborto se consideró delito y hasta ahora pecado. De igual modo que sería deleznable meter a una mujer en la cárcel, entre rejas, por abortar, suena absurdo excomulgarla por hacer algo así. Si son sus creencias, si es su fe, ¿cómo va a ser juzgada de manera tan dura cuando es un pecado que en realidad Dios sí perdona, a través de los obispos?
Vía | Público
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