Durante dos días os estamos ofreciendo una serie de entradas con cinco consejos para lograr que los niños acaben por no querer sentarse en una mesa a dibujar.
Como ya dijimos ayer, son muy fáciles y simples de seguir, tanto que muchas personas ya los ha llevado a cabo con sus hijos, muchas otras no lo han hecho pero recuerdan que alguien los siguió con ellas y muchas están viendo que el método puede funcionar y se lo están planteando.
Hoy os ofrecemos los últimos dos consejos y para acabar, dejando un poco la ironía a un lado, os explicaré cuáles son las conclusiones que se pueden extraer después de tres días de lectura ofreciendo cuál sería el proceder ideal para no entorpecer el proceso natural de aprendizaje y juego que proviene del dibujo.
4. Enséñale a dibujar
El colmo de los colmos para la creatividad llega cuando decidimos intervenir activamente y, sentándonos con él, cogemos un bolígrafo (a veces su bolígrafo) y le decimos cómo puede hacerlo: “mira, un sol se hace así… una casa, así, con la chimenea y el humo que sale… un caminito… ajá, ya está, toma”.
Entonces entregamos ese dibujo al niño, orgullosos de estar enseñando a nuestro hijo a dibujar, cuando lo que estamos haciendo es ofrecerle un modelo a copiar, un estándar. Un guión que puede seguir para dibujar como lo hacen la mayoría de los niños y de nuevo le trazamos un camino a seguir que no es el suyo, sino el que nosotros creemos que es el correcto. Curiosamente nuestro dibujo pretende ser un modelo hecho por una persona que, hablando de tú a tú con un adulto, suele decir que “yo dibujo fatal”.
5. Evalúa lo que ha dibujado
Siguiendo con el orden más o menos cronológico de los sucesos, después de enseñarle a dibujar esperamos que lo haga parecido a como nosotros lo hemos hecho. Entonces, cuando el niño ha ejecutado su dibujo, más o menos parecido a lo que a nosotros nos parece bien, damos una opinión, un juicio, normalmente un “me encanta”, “está muy bien” o similar, aprendiendo el niño que cuando dibuje, cuando trace, cuando plasme algo en el papel debe enseñarlo a los demás para que sea evaluado.
Pasa el tiempo y cuando el niño entra en el colegio empieza a rellenar fichas, colorear formas, completar dibujos, seguir las líneas de puntos, pintar el más grande o el más pequeño, si puede ser sin salirse de la línea, y de todo ello recibirá una valoración: está bien, o una cara contenta =:), o una cara regular =:s, o incluso una cara triste si la cosa no ha ido como la profesora esperaba =:(.
El niño se sentirá forzado siempre a mostrar lo que hace para que los demás le digan si está bien o mal y se verá en la obligación de explicar qué ha dibujado y qué representa.
De este modo, ante el miedo a hacerlo mal, preguntará durante el proceso, quizás nada más empezar: “papá, ¿lo estoy haciendo bien?”, a lo que el papá le responderá que sí o quizás que podría hacerlo mejor (en el peor de los casos).
Con el tiempo se sentará ante un papel y antes de hacer el primer gesto con la muñeca preguntará “¿qué podría dibujar?”, para acertar en la elección según los gustos de los demás y así hasta llegar un día en el que ni siquiera se siente ante un papel porque ya no disfruta dibujando ni de hecho cree que pueda hacerlo bien.
Conclusiones
A lo largo de estas tres entradas hemos explicado los errores más comunes que cometemos los adultos que, con toda nuestra buena intención, fastidiamos las ganas de dibujar de los niños, básicamente, porque nos creemos que los dibujos de los niños responden a una necesidad de hacer algo bonito (llamémosle arte) y que si no son más sofisticados o complejos es porque no son capaces de hacerlo mejor y que con nuestra ayuda lo lograrán.
Sin embargo, los niños no conciben los dibujos de la manera que nosotros creemos. Ellos no tratan de hacer arte. No tratan de agradar. Para ellos es un juego, nada más (que no es poco). En ese juego ellos expresan lo que les apetece expresar. Quizás sus alegrías, sus miedos, sus experiencias, quizás nada en concreto. Quizás una sucesión de trazos y colores sin demasiado sentido, que a la pregunta “¿qué es?” no podrían explicar.
Sea lo que sea lo que estén haciendo, tienen que poder hacerlo a su manera, con sus limitaciones y sus capacidades que, poco a poco, irán aumentando. Nuestra función debe ser, únicamente, ayudarles a estar cómodos, bien sentados, a que tengan papeles y herramientas suficientes para elegir las que consideren más adecuadas en cada momento y, si por casualidad les da por regalarnos un dibujo, aceptarlo agradecidos: “¿Es para mí? ¡Muchas gracias, cariño!”, sin emitir juicios al estilo de “me encanta” ni preguntas sobre “qué es”.
Incluso podemos ir guardando sus dibujos en una carpeta, ordenados por fecha, mostrándole así que para nosotros es importante lo que está haciendo (digo esto porque a muchas personas les da la sensación de estar “pasando” de su hijo o de no estar prestándole la suficiente atención si no le dice lo bonito que es el dibujo ni le interroga para saber más) o incluso podemos colgarlos dos o tres de los dibujos en la pared (o un corcho), que podemos ir variando a medida que nuestro hijo nos va dando más dibujos.
Para quien quiera profundizar un poco más en este tema, que a mí personalmente me parece más que interesante, os recomiendo la lectura del documento “Introducción a la semiología de la expresión”, al que podéis acceder clickando aquí.
Fotos | Travis isaacs, meg.dai En Bebés y más | Cómo conseguir que los niños pierdan el interés por dibujar en cinco pasos (I) y (II), La importancia de la expresión artística, Claves para interpretar los dibujos de los niños, Educando la creatividad: la imaginación es uno de los mejores juguetes que existen