No es la primera vez que hablamos de alguien con tal dedicación y amor por los niños, porque hace cosa de un año os hablamos de una mujer que recibía en casa a esos bebés y niños que tenían ya pocas posibilidades de vivir. Hoy lo hacemos de nuevo para explicaros la historia de Mohamed Bzeek, un hombre que hace lo mismo: adoptar a aquellos niños con enfermedades terminales y cuya única alternativa es vivir sus últimos días en un centro médico.
Lleva dos décadas adoptando niños
Según leemos en Los Angeles Times, Bzeek lleva prácticamente dos décadas adoptando niños. En ese tiempo ha cuidado de 10 niños, que acabaron muriendo todos, algunos de ellos en sus propios brazos.
Su historia ha salido a la luz porque ha llamado la atención que ahora esté haciéndose cargo de otra niña, una niña de 6 años que lleva con él desde que era bebé y que está postrada en la cama por culpa de una extraña enfermedad que le afecta al cerebro. Es invidente y sorda, sufre convulsiones prácticamente a diario, y ha llegado a un punto en el que apenas puede mover sus piernas y brazos.
Bzeek cuida de ella día y noche con un único objetivo: hacerle sentir que no está sola. En palabras a dicho diario:
Yo sé que ella no puede oír y no puede ver, pero aún así siempre hablo con ella. Siempre la estoy cogiendo, jugando con ella, tocándola... Tiene sentimientos. Tiene un alma. Es un ser humano.
No hay nadie como Bzeek
El Departamento de Infancia y Servicios Familiares del condado de Los Ángeles cuenta con un gran número de niños que en algún momento tienen problemas de salud y acaban por requerir algún tipo de ayuda médica, por ser casos relativamente graves.
Hay familias dispuestas a acoger a algunos de estos niños para cuidarlos temporalmente, pero según dicen los coordinadores de dicho servicio, no hay nadie como Bzeek, porque sólo él dice que sí a los niños que están peor.
La alternativa para estos niños, como hemos mencionado, es la de pasar los últimos días, semanas o meses en centros médicos, donde las enfermeras cuidan de ellos. Está claro que se acaban convirtiendo en una especie de madres para ellos, pero está también claro que a nivel emocional no es lo mismo estar en un centro médico, que estar en un hogar, con alguien que se implique día y noche; con un padre.
Es tal su dedicación y labor, que las pasadas navidades, aun sabiendo que estaba muy ocupado con la niña, le preguntaron si podría hacerse cargo de otro niño. Pese a que le habría gustado decir que sí, tuvo que declinar la oferta.
No empezó solo
Hablamos de él porque ahora vive en su casa con su hija y con un hijo biológico que nació en 1997 con osteogénesis imperfecta (la enfermedad de los huesos de cristal) y con enanismo, pero todo empezó con** él y su pareja Dawn**, quien ya había adoptado a un niño antes de conocerle a él.
Juntos decidieron seguir con ese trabajo, y en 1989 abrieron las puertas de su casa a una niña con un trastorno medular que murió apenas dos años después. El dolor de su muerte fue inmenso, pero no les quitó las ganas de seguir haciéndolo.
Durante años cuidaron de un niño con el síndrome del intestino corto, que ingresó en el hospital 167 veces en ocho años. También de una niña con una malformación cerebral que tan solo vivió ocho días, y de otros niños y niñas, uno detrás de otro, a los que ha llegado a amar como si fueran hijos suyos.
Sé que están enfermos. Yo sé que van a morir. Hago todo lo que puedo como ser humano y dejo el resto a Dios.
Hace unos años su mujer falleció. Había estado enferma, sufriendo fuertes convulsiones que la dejaban muy débil, y decidió dejar de salir de casa. Esto provocó mucha tensión en muchos sentidos entre ambos, y en 2013 se separaron. Un año después ella murió, y Bzeek aún se emociona cuando habla de ella.
Su hija vive gracias a él
O eso dicen los médicos. Él se pasa el día yendo y viniendo a los hospitales, hablando con médicos, con las aseguradoras y con quien sea necesario para que su hija esté bien. Los pronósticos decían que la niña debería haber muerto hace tiempo, pero los médicos aseguran que gracias a los cuidados que recibe de su padre, sigue adelante.
Él la adora, y su hermano de 19 años, el hijo biológico de Mohamed, también. Para él es su hermana, como lo han sido los otros niños que han pasado por su hogar para recibir calor y amor. Dicen haber aceptado la muerte como parte de la vida, algo que les ayuda a que las pequeñas alegrías de la vida les parezcan algo mucho más importante.
Sin palabras...
Así estoy yo, y por eso no quiero decir mucho para que cada uno y cada una extraigáis vuestras propias conclusiones. La labor que lleva a cabo, y que durante años compartió con su mujer, es realmente encomiable, cuidando de niños que nadie quiere cuidar por muchas razones, y entre ellas el dolor de perderlos.
Yo no sé si existen los ángeles de la guarda, pero sí sé que él es uno de ellos.
Fotos | Los Angeles Times
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