Así ha cambiado la relación con mi hermana al convertirme en madre
Tener hijos es una transformación trascendental en la vida de cualquier persona. Pero la llegada de un bebé, no solamente cambia por completo todo en la vida de la pareja, pues también lo hace en la familia extendida: los abuelos y los tíos.
Hoy quiero compartirte una reflexión muy personal y especial, en la que hablo acerca de cómo cambió la relación con mi hermana al convertirme en madre, pues indudablemente, comienza otra etapa de la vida.
La magia de ser hermanas
Si bien todas las relaciones de hermanos son especiales, la que existe entre las hermanas lo es aún más. Y es que debido a que las mujeres solemos ser más emocionales por naturaleza, el amor que crece entre las hermanas desde la infancia es uno de los más fuertes y emotivos.
Tener una hermana, es tener una amiga, cómplice y compañera de juegos desde que se es pequeña, que además nos acompañará en distintas etapas de nuestras vidas, estando a nuestro lado en las experiencias buenas, y también en las que no lo son tanto.
Al ir creciendo y madurando como mujeres, esa relación también lo hace a través de las diversas etapas de nuestro crecimiento físico y personal, transformándose en un poderoso vínculo que nos queda para toda la vida. Naturalmente, al tener hijos, esa conexión vuelve a transformarse.
La relación con mi hermana al convertirme en madre
Aunque ambas ya somos madres, yo fui la primera en tener una hija, y desde mi embarazo, pude notar cómo la relación con mi hermana comenzaba a entrar a una etapa diferente. La ilusión, emoción y nervios que viví en mi embarazo, también fueron experimentados y compartidos por ella.
Y es que ahora ya no solamente era yo, su hermana a la que le sucedía algo muy especial, también se trataba de su sobrina próxima a nacer, que en cuestión de meses la convertiría en tía.
Vivir un embarazo y poder compartir cada emoción y novedad con ella fue maravilloso. Aún recuerdo el día que supimos que esperaba una niña: corrí a contarle la noticia y ella saltó y gritó de alegría como nunca antes la había visto.
Mientras esperábamos su llegada, me apoyó y escuchó cuando tenía dudas, y como toda buena tía, comenzaba a ver por su sobrina. Cada vez que veía algo que le gustaba para mi bebé, o que nos pudiera ser de utilidad, me lo comentaba emocionada.
Finalmente, cuando nació mi bebé, no solamente me convertí en madre, también ella se convirtió en tía, y así ambas pudimos volver a vivir juntas una transformación más en nuestras vidas. Ver cómo se enamoró perdidamente de mi hija es sin duda uno de los recuerdos más bonitos que tengo de mis primeras semanas como madre.
Poco más de medio año después, mi hermana quedó embarazada de su primer bebé, otra niña que en nueve meses llegaría a nuestras vidas, para ser la primera compañera de juegos de mi hija. Con la poca o mucha experiencia que tenía, pude aconsejarla y acompañarla como ella lo hizo conmigo.
Cuando nació mi sobrina, entendí todo aquello que sintió mi hermana cuando yo me convertí en madre, y al igual que ella con mi hija, me enamoré perdidamente de su bebé.
Ahora que ambas somos madres y vemos a nuestras hijas crecer, nos hemos hecho aún más cercanas. La maternidad nos ha unido más, especialmente porque compartimos y pasamos por las mismas experiencias, teniendo incluso modelos de crianza parecidos, que nos ayudan a que nos apoyemos mutuamente en esta titánica tarea de ser madre.
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