Hace unos días os compartía mi experiencia criando a dos hermanos que tan solo se llevan 18 meses de diferencia. Como comentaba en el post, al principio no fue fácil, y de hecho vivimos en casa momentos de absoluto caos, frustración y tensión.
A esta corta diferencia de edad (que prácticamente suponía criar a dos bebés al mismo tiempo) se unieron los celos de mi hija mediana hacia su hermano recién llegado, y la dificultad que en esos primeros momentos encontró para hacerse un hueco en la nueva estructura familiar.
Hoy quiero compartir cómo lidiamos con aquellos meses de incertidumbre que tanto llegaron a agobiarme, deseando que mi experiencia pueda serviros de ayuda si estáis pasando por una situación similar.
De bebé a hermana mediana
Cuando decidimos ir en busca del hermanito para mi hijo, nos encontramos con innumerables dificultades que nos alejaron de nuestro sueño durante un buen tiempo: tres pérdidas gestacionales, una malformación uterina y un trastorno de trombofilia. ¡Qué difícil fue lidiar con todo aquello, y conseguir sobrevivir emocionalmente cuando por fin llegó el embarazo!
Mi hijo mayor tenía cuatro años y medio cuando su hermana nació, y la acogió con una gran ilusión y madurez. Tanto, que a pesar de que mucha gente nos auguraba que estaba en una edad complicada y que probablemente desarrollaría celos, estos jamás hicieron acto de presencia. Verlos juntos me llenaba el alma de amor, y sentía que realmente era imposible ser más feliz.
Durante sus primeros meses, mi niña fue una bebé cargado de luz; siempre con la sonrisa puesta y con sus ojillos verdes chispeando emoción y felicidad. Así son los bebés arcoiris, y la mía había llegado al mundo tras mucho tiempo de oscuridad y tormentas.
Pero nuestro sueño siempre fue el de tener una familia numerosa, y ahora que había visto que podía hacerse realidad, planeamos ir en busca de nuestro tercer hijo. Aunque después de todo lo vivido, ¡jamás pensamos que llegaría tan pronto!
Y así fue como de la noche a la mañana, mi hija de año y medio dejó de ser un bebé. Y aunque tuve nueve meses para prepararme emocionalmente para esa nueva etapa, no fue hasta que vi por primera vez a los hermanos juntos cuando fui realmente consciente de la magnitud del cambio que había experimentado nuestra familia.
Y de pronto, ¡mi bebita se había hecho enorme!
Nunca olvidaré el momento de su primer encuentro. Ocurrió al día siguiente de nacer mi tercer bebé. En mi mente se agolpaban los maravillosos recuerdos de mi hijo mayor conociendo a su hermanita, en un ambiente de paz, calma y muchas sonrisas. Recordaba la dulzura con la que la sostuvo, sus delicados besos, y el enorme abrazo cargado de amor en el que nos fundimos los cuatro.
Así que, ilusa de mí, esperaba que en aquella ocasión fuera a ocurrir lo mismo. Pero nada más lejos de la realidad.
Estaba dando el pecho a mi recién nacido cuando mis hijos entraron de la mano de mi marido en la habitación del hospital. Mi hijo mayor estaba emocionado, y en la carita de mi niña también se dibujaba una enorme sonrisa inocente que rápidamente se borró al vernos.
Cuando me di cuenta de su gesto contrariado, solté al recién nacido de mi pecho y le dejé en la cuna. Quería estar libre para hablar con ellos, aunque quien realmente me preocupaba era mi niña, pues el mayor, al igual que había ocurrido con su hermana, se mostraba feliz, pletórico y muy entusiasmado en conocer al nuevo hermanito.
Tras abrazarles, besarles y hablar con ellos un ratito, les pregunté si querían conocer al bebé, y al auparles para que pudieran verle bien, aprecié la enorme diferencia de tamaño que existía entre el recién nacido y mi bebita de tan solo 18 meses. Y lloré.
Los celos no se hicieron esperar
Los primeros días en casa fueron bastante caóticos. Mi tercer bebé había nacido en verano, y el buen tiempo y las vacaciones propiciaron un mayor trasiego de visitas.
Física y emocionalmente me encontraba en una especie de limbo: la cesárea de mi hijo había sido muy dura, lidiaba con una anemia que requirió de transfusión, y el post-operatorio estaba siendo complicado, así que no me encontraba con fuerzas ni ganas de marcar unas normas en lo que a visitas se refería.
Esto hizo que mis dos hijos mayores comenzaran a pasar gran parte del día fuera de casa, ya que los amigos y familiares que venían a vernos siempre se los llevaban a jugar al parque, a tomar un helado o a bañarse en la piscina. Todos querían ayudar a que yo estuviera tranquila y pudiera descansar, pero honestamente, viéndolo después en perspectiva, creo que aquello nos perjudicó.
El hecho de no pasar la mayor parte del tiempo juntos retrasó el momento de conocernos como familia de cinco, de acoplarnos los unos a los otros y de aprender a convivir. Además, mi niña y yo nunca habíamos pasado tantas horas separadas... al fin y al cabo, no era más que un bebé. Así que cuando esos primeros días "irreales" fueron pasando y las aguas volvieron a su cauce, nos encontramos con que mi hija no aceptaba a su hermano.
Los celos se manifestaron al principio en forma de mamitis. Mi pequeña pasó de ser una niña bastante independiente a reclamar de nuevo pecho, brazos y porteo, colecho... Todas estas cosas que gustosamente hacíamos antes, habían concluido hacía tiempo (muy a mi pesar) porque su carácter independiente y explorador así lo había decidido. Así que me encontré con una situación compleja que en ocasiones me sobrepasaba.
Poco a poco fue dejando la mamitis de lado para focalizarse en el bebé. Todo su afán era molestarle quitándole el chupete, pellizcándole sutilmente mientras dormía, culminando sus caricias con un manotazo... No podía perderla de vista ni un segundo, porque tan pronto le llenaba de besos como le metía un dedo en el ojo.
Así fue como lo solucionamos
Ni qué decir tiene que en el tiempo que duró esta situación leíamos todo lo que caía en nuestras manos sobre cómo debíamos actuar para fomentar una buena relación entre los hermanos desde el inicio.
Involucré a mi hija en los cuidados del bebé de forma respetuosa y sin forzar, y también pedí ayuda a la familia para que se ocuparan del recién nacido y así poder pasar tiempo en exclusiva con ella. Pero aunque la situación parecía mejorar ligeramente en momentos puntuales, siempre acabábamos volviendo al mismo punto.
Así que decidimos pedir consejos a un experto y fue lo mejor que pude hacer.
Nos explicó que mi hija se sentía confundida y no sabía cuál era realmente su papel en la nueva estructura familiar. Solo tenía claro que ya no era un bebé, pero que tampoco podía hacer las cosas que hacía su hermano mayor, como ir al colegio, jugar en casa de amiguitos, o montar en patinete. "¿Quién soy y qué se espera de mí?", probablemente se preguntaba.
El experto nos dio unas pautas para aplicar y todo comenzó a rodar. Básicamente, lo que hicimos fue elevar el grado de responsabilidad que mi hija tenía en casa, para que comenzara a darse cuenta de que sus aportaciones a la familia eran necesarias e imprescindibles.
Labores domésticas como poner la mesa, ayudar a clasificar la colada, colaborar a la hora de hacer la compra... fueron cosas que hasta entonces no hacía y que comenzó a poner en práctica con gran entusiasmo.
También la incluimos por primera vez en los planes que hacíamos habitualmente con mi hijo mayor, como ir a la biblioteca municipal, al cine o participar en talleres de manualidades. A priori, quizá podían parecer planes poco apropiados para un bebé de año y medio, pero ella los vivía con gran entusiasmo.
Pero creo que el cambio que resultó más notorio y gratificante para ella fue la iniciación a la pedagogía Montessori en el hogar. Adaptar el cuarto de baño, su habitación y su armario a sus necesidades le ayudó a ganar una gran autonomía en su aseo diario, además de fomentar la independencia de sus gustos a la hora de vestir.
De este modo, mi hija (que en el momento en que comenzamos a poner en práctica estas estrategias ya contaba con 20 meses) se dio cuenta de que su hermanito no había venido a "quitarle el puesto ni el cariño de sus padres", sino todo lo contrario. Había venido a demostrarle que era capaz de hacer muchas más cosas de las que hasta entonces hacía, porque su capacidad para crear y ayudar eran enormes.
Pero, sobre todo, volvió a ser la niña increíblemente feliz y risueña que siempre había sido.
Una relación de hermanos muy especial
En el post que os compartía la semana pasada os contaba que a pesar del caos y las dificultades iniciales, la situación mejoró mucho en el plazo de tres-cuatro meses. Situaciones cotidianas como la instauración de la lactancia tras muchas complicaciones, y el hecho de poder enlazar varias horas seguidas de sueño, fueron una gran ayuda. Pero sin duda, el cambio en el compartimiento de mi hija fue lo más determinante, y es por ello por lo que me he decidido a explicarlo en este post aparte.
Tras esos meses iniciales de frustración, lágrimas y sentimiento de culpa, la relación entre mi hija mediana y su hermano pequeño comenzó a mejorar a pasos agigantados. Tanto, que me cuesta describirlo con palabras sin emocionarme, porque es absolutamente mágica.
Se cuidan, se protegen, siempre están pendientes el uno del otro, juegan juntos sin importarles el resto del mundo, se piensan a cada instante, y tienen una empatía y una conexión tan grandes, que sus estados emocionales varían en función de cómo se sienta el otro.
Hoy quiero pensar que aquellos duros momentos que vivimos hace ya cuatro años, fueron necesarios para llegar a donde estamos actualmente. Y es que me he torturado muchas veces pensando en qué pudimos hacer diferente para haber evitado a mi hija aquellos días grises plagados de tristeza. Pero prefiero quedarme con lo que vino después, y lo que estamos viviendo ahora.
A tí, mamá, que estás pasando por lo mismo
Esta es tan solo mi experiencia y la forma en que conseguimos revertir la situación, pero cada familia es única, y cada niño vive el momento de conocer a su nuevo hermano de una forma diferente.
No hay fórmulas mágicas, ni visionarios con el poder de la verdad. Tampoco hay reglas que te aseguren que a una determinada edad vendrán los celos y a otra te librarás de ellos. Los celos entre hermanos son normales y naturales, pero cuando aparecen pueden llegar a golpear con fuerza el estado emocional de los padres.
Si os encontréis en una situación similar y os sentís agobiadas por las circunstancias, mi consejo es que os liberéis de la culpa que probablemente os aceche (y que muchos os harán sentir, seguramente sin ser conscientes de ello) y escuchéis a vuestro propio instinto. Y es que a veces, esos primeros días con un recién nacido resultan tan caóticos que cuesta pararse a conectar con una misma y hacer lo que realmente creemos que debemos hacer.
Recuerda que el niño que tiene celos lo está pasando mal, y necesita de tu comprensión, tu acompañamiento emocional y todo lo que creas que está en tu mano hacer para ayudarle. Confía en ti, lo harás bien y todo acabará pasando, pero no dudes en buscar ayuda si te sientes sobrepasada.
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