Las revueltas en Oriente Próximo no son ninguna novedad, pero el conflicto actual en Siria iniciado junto a los levantamientos en distintos países árabes del Norte de África en 2011, se ha recrudecido. La importancia de este país en la estabilidad (o lo contrario) de la zona es clave, de hecho – en opinión el escritor Hussein Ibish – “en Siria, todo está en juego, incluido el futuro de Oriente Medio".
Es un país cuyos habitantes pertenecen a varias comunidades religiosas, y cuyos bandos en oposición se enfrentan violentamente: todos hemos oído hablar del dirigente Asad (perteneciente a la dinastía dominante desde los años 70), y de los ‘rebeldes’.
Sabemos que en las guerras la población civil, los hospitales y la cultura son objetivos de los ataques, pero en Siria están sucediendo cosas que hacen que nos llevemos las manos a la cabeza. Nuestra vida cotidiana se reduce al entorno más inmediato, y en Occidente solemos estar bastante ‘embebidos’ con los progresos que logramos, y también (cómo no) con la crisis económica que sufrimos. Sin embargo ‘¿son comparables nuestros recortes sanitarios con el hecho de que hace un mes murieran 30 bebés prematuros en Hama (al oeste de Siria) debido al corte en el suministro de electricidad? Y si desconocíamos este hecho, seguro que nos suena el caso de Rena, esa niña de cuatro años que falleció hace unos días en Alepo debido a un balazo que recibió en la mejilla estando en su casa. Tras ser llevada a un hospital rebelde, y posteriormente tratada en dos centros hospitalarios del régimen, falleció, convirtiéndose en un símbolo de la barbarie.
Yo me niego a acostumbrarme a este tipo de noticias, me cuesta admitir que la crueldad no tenga límites, porque en este país entran grupos armados a las salas de los hospitales y disparan a las personas ingresadas. Pero más intolerable aún resulta que el régimen sirio reclute a niños para la guerra, utilizándolos además como escudos humanos (aunque tampoco es novedad que los menores sean utilizados de esta forma)
Según la organización internacional independiente ‘Human Rights Watch’, se estima que desde que comenzó el conflicto en febrero de 2011, han muerto 1176 niños en Siria a causa de la guerra (esta información es del pasado mes de junio)
Un conflicto de estas características es muy difícil de entender en todas sus dimensiones, y más aún de explicar. Aunque una visión sesgada de la atención hospitalaria durante el conflicto, nos muestra a familias que tienen miedo de llevar a sus hijos a los hospitales gubernamentales porque temen represalias, y por otro lado hospitales privados que son incapaces de atender en condiciones a todo el que llega a sus puertas (sean niños o adultos). Todo depende de en qué zona se ubique el establecimiento, y un ejemplo de ello lo tenemos en Dar alShifa, que ha visto mermados los suministros por estar emplazado en territorio rebelde.
Y a priori, si tuviera que escoger ejemplos de personas con coraje capaces de luchar por los verdaderos ideales que ennoblecen al ser humano, me decantaría por los médicos que en hospitales clandestinos luchan cada día por proporcionar la mejor atención posible a los niños. Sin el instrumental adecuado (y sin apenas medicamentos) a veces no pueden más que acompañar el dolor y velar la muerte, aunque en ocasiones tienen la esperanza de poder enviar algunos heridos a Líbano. ¿Imagináis como debe ser recibir a familias enteras con heridas de metralla mientras el centro dónde atiendes a las víctimas presenta múltiples impactos provocados por las armas?
Por desgracia el devenir de Siria es muy incierto, hay demasiados intereses en juego, y muchos factores que se intercalan. Pero el abuso de poder contra las familias y el menosprecio a los derechos de los más pequeños es un denominador común en conflictos de este tipo.
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