Ayer tocamos el tema del síndrome del bebé zarandeado o sacudido y hoy he querido rescatarlo de nuevo para tratarlo un poco más en profundidad por lo serio que es y por lo fácil que puede llegar a ser que un padre o una madre llegue a perder el oremus si su hijo es de los de llorar y llorar.
Las razones que hacen que los bebés lloren durante un tiempo prolongado (digamos más de media hora seguida) pueden ser diversas, siendo la más común los llamados cólicos. Sea cual sea la razón, los padres tratan de calmar al bebé de todas las maneras posibles: cambiándole el pañal, la ropa, meciéndole, dándole de comer, paseándole, cantándole, poniéndole música, cambiándole de ambiente, cambiándole de postura, etc.
El caso es que hagas lo que hagas no consigues calmar al bebé y a medida que pasa el tiempo la paciencia empieza a agotarse hasta llegar a un estado peligroso en el que la madre o el padre están a punto de perder la razón y explotar.
En ese momento el riesgo para el bebé es alto, pues hay padres con un control elevado de sus actos en los momentos de furia o ira y otros menos capaces de frenarse. Dicho control va muy relacionado con el estado físico y mental y, si tenemos en cuenta que los padres recientes tienden a dormir poco y a dedicar mucho tiempo a su hijo, con pocas posibilidades de evadir la mente con otros estímulos, lo más habitual es que incluso personas con una paciencia envidiable lleguen a colapsarse.
Recuerdo algunas tardes de la época de bebé de mi primer hijo, con el llanto como única banda sonora y haciendo lo imposible para tratar de calmar su sufrimiento. Mi paciencia entonces era posiblemente menor, mi conocimiento acerca de los bebés también (y no comprendía por qué lloraba tanto) y recuerdo el sonido de su llanto entrando por mis oídos continuamente mientras mamá se duchaba o porque me lo cedía porque ella había llegado al límite y recuerdo la sensación de mi cuerpo segregando adrenalina para entrar en la fase de huida/lucha. En esos momentos empezaba a sentir ganas de explotar, algo que nunca llegaba a suceder porque mi parte racional llegaba (por suerte) a controlar mis actos.
Sin embargo no todo el mundo tiene un cerebro racional lo suficientemente controlador y hay quien, como vimos ayer, acaba dañando al bebé agitándolo y zarandeándolo.
Qué hacer para evitar llegar a esos extremos
Si un niño llora tanto como para acabar con tu paciencia y sientes que estás a punto de perder el control de la situación, huye de ella. Dale el niño a otra persona y vete a un lugar donde puedas recobrar el sentido y la calma, haciendo aquello que te ayude a ello (gritar, correr, saltar… lo que sea).
Si en cambio te encuentras sola (o solo) con el niño y no hay posibilidad de dárselo a nadie para que lo coja en brazos, huye igualmente. Deja el niño en un lugar seguro (la cuna, por ejemplo) y aléjate unos metros. No lo pierdas de vista por si acaso, pero mantenlo alejado mientras recuperas el control.
Sé que suena extraño recomendar que un padre o una madre deje a un niño llorar solo, pero cuando se trata de su vida, vale más que llore unos minutos que tener que lamentar una lesión cerebral o algo peor porque uno de los padres ha perdido el control de la situación y se empieza a sentir desbordado.
Foto | A4gpa en Flickr
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