Mi marido, mi compañero y amigo, el amor de mi vida, murió a causa de un tumor cerebral cuando mi hija mayor tenía tan solo siete años y nuestro hijo pequeño era solo un bebé de seis meses.
Desde entonces no han faltado los momentos en los que, sin quererlo, al ver algún logro (por muy pequeño que fuera) de nuestros hijos me he repetido, como si hablara con él: “¡Qué orgulloso estarías!”.
Así que coincidiendo con el Día del Padre he decidido plasmar todos esos sentimientos y emociones en palabras y escribir esa carta ficticia que tantas veces he repetido en mi mente: ¿Qué te diría si pudieras escucharme, si volvieras a nuestras vidas después de un largo viaje?
Kenya, una señorita responsable, decidida, pero huérfana de ti
Tu niña ha crecido y mucho. Se quedó sola, sin la persona a la que más quería, sin su compañero de juego, su confidente y apoyo: su padre con letras mayúsculas.
Y sobre todo porque después de nacer Yago decidiste pasar aún más tiempo con ella, regalarle aún más atención para que yo pudiera dar al bebé los cuidados que necesitaba sin que su hermana mayor se sintiera ‘abandonada’.
Así que perderte la dejó aún más vacío en su día a día. Intenté pensar qué harías tú si vieras a tu niña triste para animarla y procuré hacerlo. De hecho, me volqué por completo en ella, en darle cariño, demostrarle que podía contar conmigo para todo, que siempre estaría ahí para apoyarla, pero sé que no siempre lo logré.
Procuré esconder mi duelo, la tristeza por tu pérdida que no me dejaba respirar para no hacerla sufrir, pero no siempre lo lograba, y mientras la acariciaba pro las noches antes de dormir se me escapaban las lágrimas. Y ella me consolaba asegurándome que estabas con nosotros, que velabas por nosotros y que no ibas a dejar que nunca nos pasara nada malo. ¡Me hubiera encantado tener una pizca de su optimismo en esos momentos, pero no soy tan valiente ni tan fuerte como siempre afirmabas!
Por suerte, pero también por desgracia, porque tu recuerdo también se difumina de nuestras vidas, el tiempo ha seguido transcurriendo sin que tú estuvieras en él. Kenya ya no es aquella niña tan alegre y con la autoestima tan alta que dejaste.
Lo siento, no he sabido ayudarla lo suficiente para que no sufriera. El optimismo del principio, en el que pensaba que en cualquier momento regresarías (inventaría una especie de máquina del tiempo para traerte de vuelta) desapareció al año de tu muerte y siento decirte que su carácter cambió y se convirtió en una niña más triste, retraída y con muy baja autoestima.
Con ayuda del psicólogo y sus profesores pudo continuar adelante, aunque nadie ha podido llenar el vacío que dejaste. Te prometo que lo intenté, pero ya sabes que yo no soy divertida como tú, “mi niño grande” y que mi papel siempre ha sido el de tener los pies en el suelo... y es el que sigo asumiendo.
Tu niña sigue siendo guapísima, pero ella no se siente así y a pesar de todos sus premios y logros académicos, sigue pensando que “no vale, que no sirve para nada”.
De ti se ha quedado con tu afán de aventura y tu decisión por probar todo, y lo ha unido a mi actitud responsable y organizador y, de ambos, el carácter mimoso que nos caracteriza. ¡Le sigue encantando, como tú hacías, echarse encima mío para que le acaricie la cabeza y la espalda!
Pero también posee la combinación de tu mente privilegiada para aprender todo y el conocimiento del esfuerzo por alcanzar las metas y no rendirse nunca. Como resumen, ha sido y sigue siendo esa alumna que todo profesor quiere tener: brillante, reflexiva, inteligente y buena, siempre dispuesta a ayudar a los demás. Ha ganado premios de teatro, de matemáticas, de fotografía, de historia o alemán; ha participado en eventos internacionales, impartido charlas para jóvenes, participado en debates...
Y algo que no sé si te hubiera hecho mucha gracia: ganó una beca para estudiar en un instituto canadiense y estuvo fuera un año entero. De haber estado aquí, no sé si hubiera sido capaz de convencerte para que la dejaras partir. O sí, porque siempre has querido lo mejor para tus niños.
Hoy continúa su camino, destacando a nivel académico, tiene su grupo de buenos amigos, en los que se apoya cuando lo necesita, e incluso sale con un chico. ¿Recuerdas que siempre decías que ibas a tener que perseguir a cualquier bandarria que se acercara a tu niña? Pues ha llegado, y no sé cómo lo llevarías. Pero una vez más, estoy convencida de que la hubieras apoyado si es feliz, como siempre lo has hecho.
Yago, un clon tuyo (o casi)
Sé que insistías desde que nació en que no querías que nadie le comparase contigo. Incluso te negaste a llamarle Arturo como tú, porque querías que tuviera una personalidad propia y que nadie le subestimase como hicieron contigo.
Pues tengo que decirte, que en parte no lo conseguiste. Nuestro Yago ha sido, desde que le vimos por primera vez en el paritorio, una calcomanía de su padre, y más cuando él nos falta y le extrañamos a cada momento.
¡Nos recuerda tanto a ti! Físicamente tiene tu pelo rubio y tus ojos azules, pero, sobre todo, ha heredado tu risa.
Además, es igual de cariñoso que todos nosotros y no deja de abrazarme a mí y a su hermana, a sus abuelos, a sus tíos... Y lo hace porque sí, en cualquier momento e incluso delante de otras personas.
Otra característica muy curiosa y que te haría mucha gracia es verle caminar: mete las manos en los bolsillos y camina igual que tú, muchas veces dando saltitos o corriendo, porque es incapaz de estarse quieto ni un instante. ¿A quién te recuerda?
Pero se parece a ti en tantas cosas más... Vive con los pies flotando en las nubes, jugando con su imaginación en infinidad de ocasiones, su risa contagiosa no deja indiferente a nadie y, aunque es un poquito vago como tú en cuestión de estudios (no es nada amigo de hincar codos) dispone de tu inteligencia por lo que no tiene problemas en los boletines de notas. Aún en la última reunión con su tutora me confirmó que todos los profesores están muy contentos con él, que participa en clase y no da problemas, aunque “podría llegar a más”. ¿Te suena?
También es muy buen deportista y practica fútbol, bádminton o hockey, pero además es bueno en pingpong o snowbording, e incluso ya ha hecho su bautismo de submarinismo en mar abierto, aunque como tú es más de secano, de coger la bici en el pueblo o tirarse de cabeza a la piscina. ¡Se parece tanto a ti nadando! Es como si su abuelo, tu padre, os hubiera enseñado a nadar a los dos.
Pero no te preocupes. No se lo digo e incluso procuro callar al resto de amigos y familia cuando repiten, incluso delante de él, lo que todos sabemos: que es tu calco. Y, de tanto escucharme, replica “no soy Arturo, soy Yago”, aunque se le nota esa pizca de orgullo en el semblante por parecerse a ti.
Cuando era muy pequeñito me pedía que le mostrara tu foto en el salvapantallas y te daba un beso todas las noches antes de ir a dormir. En el cole tuvo algún conato de bullying de un grupo de niños que le atacaban porque no tenía padre. Por suerte, el psicólogo infantil (el mismo que años antes había tratado a su hermana) y su pandilla de amigos le han arropado y defendido siempre que ha hecho falta. ¿Sabes que siguen siendo los cinco inseparables desde que comenzaron a infantil?
Y antes de terminar, debes saber algo, aunque te duela: Kenya ha salido motera como tú, pero no hemos conseguido que Yago se suba a una moto. Sé que no te gusta oírlo, pero está bien que veas también diferencias.
¡Por cierto! A los dos se les dan bien los idiomas, así que mi empeño de que no fuera una asignatura pendiente en sus vidas (como lo fue en la nuestra) ha funcionado. Kenya incluso es totalmente nativa ya en inglés y Yago va camino de serlo, y los dos hablan también francés y alemán, así que el esfuerzo que hicimos de matricular a nuestra hija en un colegio público lejos de casa, con el esfuerzo que supone de logística, ha tenido su recompensa.
Gracias por haber estado en nuestras vidas y seguir presente cada día en nuestros pensamientos y en las fotos y recuerdos tuyos que aún llenan nuestra casa, esa que compramos con toda la ilusión del mundo para convertir en el hogar de nuestra familia.
Nos faltas cada momento de nuestra vida
No recuerdo aún ni un día en que no te hayamos extrañado. Siempre fuiste mi complemento perfecto, rellenabas mi parte coja en carácter y habilidades, me la compensabas con creces. Eso sí, ¡te sorprenderías viéndome montar muebles de Ikea, cambiando un enchufe o incluso convirtiendo la silla de paseo de Yago el mismo día que te despedimos. ¡Confiaba en que te curarías y podrías hacerlo tú mismo!
Siempre pensé que no era capaz, pero cuando te fuiste me convertí de repente en única cabeza visible de la familia y asumí todas tus tareas, hasta que Kenya comenzó a sobresalir en esas habilidades tan propias tuyas y desde entonces la he dejado hacer. ¡Está claro que ha heredado tu habilidad manual!
Nos faltas a cada instante, pero sobre todo en los momentos importantes de nuestra vida, como cuando Yago dijo su primera palabra o comenzó a andar. También te necesité en su primer día de guardería o el cada vez que pataleaba y lloraba porque no quería entrar al cole y no tenía con quién compartir esa angustia que solo conocen los padres.
Así te extrañamos la primera vez que se vistieron juntos de chulapos, o en los Carnavales del colegio, cuando no tenían a su padre mirándoles con orgullo, cuando aprendieron a montar en bici, en patinete, a nadar...
Pero también cuando se graduaron en cada etapa educativa, en las fotos familiares incompletas, cuando hicieron su Primera Comunión (sí, Yago también quiso hacerlo, aunque nosotros nunca estuvimos de acuerdo), en las obras de teatro de Kenya, en los partidos de hockey o bádminton de Yago o cada vez que han recogido un premio o una medalla...
Sabes que procuraré estar a su lado en que cada paso que den, pero sé que no es suficiente. La foto de su vida siempre será incompleta sin ti.
Y aún me quedan tantas cosas que contarte, tantas dudas que me gustaría resolver contigo, tantas anécdotas de estos años que te harían reír sin parar... Pero tendremos que esperar a que regreses de tu largo viaje para mostrarte todo lo que ha cambiado desde que te marchaste.
Solo queda hablar de cómo ha sido mi vida desde que no estás aquí. Pero esa es otra historia y prefiero contártela apoyando mi cabeza sobre tu pecho como tantas otras veces.
Tu mujer y madre de tus hijos, que te quieren hasta el infinito y más allá.
Karmen
Fotos | Familiares
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