Curso de maternidad y paternidad: manejando los berrinches

Curso de maternidad y paternidad: manejando los berrinches
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Hemos explicado, dentro de nuestro Curso de maternidad y paternidad, lo que son los berrinches y las causas que los desencadenan. Estoy segura que, comprendiendo de lo que estamos hablando, va a resultaros mucho más sencillo manejarlos.

Hacia los dos años y a veces hasta los cinco es normal que los niños tengan berrinches o que pasen por una etapa negativa en la que, a todo lo que les pedimos o les sugerimos, se nieguen vehementemente. Y, por supuesto, puede resultar desesperante.

Y lo es sobre todo si nosotros no estamos centrados y relajados para la crianza. Falta de tiempo, preocupaciones, jornadas agotadoras, inexistencia de una red de apoyo, desavenencias sobre la crianza con la pareja o los familiares, todo eso influye en nosotros y hace especialmente complicada esta etapa, que, por otro lado es normal y puede ser normal en diferentes versiones.

La etapa del NO y las rabietas no significa que estéis malcriando a vuestro hijo, ni que os esté retando.

Es una etapa normal en su desarrollo y su intensidad y duración dependerá de muchos factores, pero sobre todo de tres: el propio niño, el ambiente y vuestra forma de reaccionar.

El propio niño

No todos los niños son iguales, como no lo somos todos los adultos. Una de las circunstancias que más influye en la duración e intensidad de las rabietas es la maduración del niño, tanto emocional como cognitiva y lingüistica. Un niño que entiende bien lo que le decimos, es capaz de empatizar con nosotros y comprendernos y puede expresarse bien tendrá menos posibilidades de caer en rabietas de manejo complicado. Pero como todo, no hay fórmula exacta, pues lo que más influye es la propia personalidad del niño.

Estando atentos a que no exista un problema real, debemos entender que esta etapa forma parte de su proceso normal de maduración. El niño ha descubierto que es una persona independiente y que además, es capaz de desarrollar acciones elegidas por él y debe ejercitar su voluntad. Esto puede sobrepasarlo y, a veces, conducirlo a que se niegue a cosas tan normales como lavarse las manos o meterse en el baño, ponerse la ropa o sentarse para comer.

Mi consejo es ser muy flexibles. Muchas de las cosas que exigimos que los niños hagan y que hagan en el momento que nosotros decidimos pueden ser demoradas o negociadas. Juguemos con eso, dejándoles tomar decisiones en lo que sea posible, reorganizándonos si hay conflicto y teniendo muy claras las razones para lo que consideramos no negociable.

Cuanta más autonomía dejemos al niño cuando la pida mejor podrá ceder cuando llegue una situación en la que no podamos dejarles decidir. Con autonomía no me refiero a presionarlos para que hagan las cosas solos si no están preparados, sino a que les permitamos decidir en lo que no es de inmediata e indispensable realización.

El niño necesita crecer en madurez, ejercitar su voluntad. Pensemos las pocas cosas que pueden decidir ellos: toda su vida está regida por la autoridad del adulto, escuchan tantos “NO”, tantos “espera”, tantos “haz esto” que merecen su espacio y su tiempo para desarrollarse como personas conscientes de ellas mismas.

Observemos el entorno emocional del niño

Otras causas que influyen en que el niño tenga una especial actitud negativa o no pueda manejar sus enfados o miedos son sus propias vivencias: una mala adaptación a la escuela infantil, problemas con un compañero o con la cuidadora, la llegada de un hermanito o una situación poco armónica en la propia familia les afectarán.

Nuestro papel, cuando detectamos una actitud especialmente conflictiva, es el de analizar el entorno emocional del niño para poder darnos cuenta de que puede estar desequilibrándolo y haciendo que saque su tensión en las rabietas. Y, por supuesto, solucionarlo en lo posible.

Cuanto más pequeños sean, además, más percibirán del estado emocional de su madre, de las cosas que no llega ella misma a enfrentar de su pasado o de su presente, y eso repercutirá en la estabilidad del niño. Sin culpabilizarnos, pero entendiendo que muchas de nuestras tensiones o miedos se reflejan en ellos.

La forma en la que reaccionamos

Cuanto peor reaccionemos, cuanto más perdamos los nervios o nos enfademos, cuanto más tratemos de imponerles silencio y obediencia peor se solucionará esta etapa. Va a ser fundamental la forma en la que reaccionemos para lograr que el niño pueda sentirse seguro y confiado en su maduración.

La flexibilidad en las normas es fundamental. Hay que saber qué es indispensable y que puede ser optativo. Tenemos que analizar cuantas veces al día les mandamos cosas o les negamos algo, y rectificar si estamos siendo demasiado rígidos.

Hay que ser capaces de entender que el niño tiene necesidades: jugar, saltar, descansar, comer cuando tiene hambre y no comer si no la tiene, respetar sus gustos y su personalidad. Eso no quiere decir que en todo deban hacerse lo que el niño quiere, pero si definir bien si nuestra forma de organziación del tiempo y las actividades es la que el niño necesita para crecer de forma armónica.

No existe una receta infalible contra los berrinches, pero si hay una que casi, casi, podemos decir que lo es: el amor, la empatía, el respeto, el autocontrol y la paciencia.

Las rabietas y el “NO” pasarán. Si somos conscientes que es una etapa necesaria para su maduración como personas, que solamente están aprendiendo que pueden tener deseos propios, que sus emociones les sobrepasan y tienen miedo de sus reacciones y de las nuestras, podremos manejar los berrinches de forma mucho más sencilla de lo que pensamos.

Dentro de nuestro Curso de maternidad y paternidad os hemos dado hoy algunos consejos para manejar los berrinches o la negatividad de los niños. En la próxima entrega os daremos algunas ideas para hablar con vuestros hijos y lograr una mejor comunicación.

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Comentarios cerrados
    • Hola Alicia, la verdad es qe hay niños que tienen caracteres menos dóciles y otros que se reafirman más intensamente, no hay edad para eso. E igualmente otros empiezan antes a tener berrinches.

      La verdad es que estáis reaccionando muy bien, con flexibilidad. Aumentad la paciencia y seguroque las cosas van a ir mejorando.

      Porque ¿el niño si tiene buenos momentos y juega, es cariñoso y alegre? ¿tiene un buen crecimiento y tolera bien todos los alimentos? ¿descansa (aunque se despierte de noche que eso es normal)? ¿que rutina diaria tiene? ¿se comporta asi en todos los contextos?

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    • Avatar de mireia.long.1 Respondiendo a Mireia Long

      Gracias por responder. Mi hijo es muy alegre y cariñoso, pero se niega a todo lo que he descrito antes. Pero no siempre ha sido así, durante el primer año ha sido muy llorón y yo no sabía por qué lloraba tanto. Lo de comer y crecer, pues regular. Hasta hace muy poco no comía prácticamente nada. Parecía no darse cuenta de que la comida también le quitaba el hambre, solo la probaba y si tenía hambre no quería comer más, quería teta. Bajó del percentil 25 al 3. Le hicieron una analítica muy completa (que fue la peor tortura a la que se le podía someter a este niño) y no tenía intolerancia a ningún alimento, pero sí tenía mucha anemia. Ha estado tomando hierro tres meses y ya come mejor. No es que coma mucho, pero sí que sacia el hambre con la comida. Mañana tenemos cita con el pediatra y sabremos si sigue con la anemia y lo pesarán (a la fuerza, como todo, por eso no lo peso en la farmacia). En cuanto a descansar, ahora sí descansa bien. Pero durante el primer año, no descansaba bien. Ha sido un año horrible. No había manera de dormir al niño, ni al pecho ni en brazos ni cantándole ni meciéndolo... El niño lloraba y lloraba y lloraba. Y eso que colechamos. Todo este jaleo todas las noches, cada vez que se despertaba de noche y en todas las siestas (que como estaba cansado, eran muchas siestas). Me compré el libro Elisabeth Pantley y me ha ido muy bien. Además, el médico le mandó unas gotas, melamil, que ha tomado un par de meses, y desde entonces duerme mejor. No soy muy partidaria de las gotas, pero era ya algo desesperante. Y en cuanto a las rutinas, no tenemos unas rutinas muy estrictas. Yo no trabajo, así que el niño no va a la guardería, está en la casa conmigo. Mis suegros viven en la planta de arriba. Así que también pasan bastante tiempo con el niño. También tenemos jardín, y mi suegra tiene mucho gatos, una gallina y una tortuga, y al niño le encanta todo eso. Algunos días vamos a la playa, otros al parque, otros a casa de mi madre... No hacemos todos los días lo mismo. Cuando cambiamos de contexto (por ejemplo, si vamos a casa de mi madre que está a media hora en coche) se pone algo más nervioso, le cuesta más trabajo dormir la siesta y entonces tiene más rabietas y come peor (incluso el pecho lo toma peor). Así que cualquier cambio lo hacemos adaptándonos mucho a él. Por ejemplo, si se duerme en el coche, no lo saco hasta que se despierte, aunque me tenga que quedar un rato esperando con el coche aparcado. Curiosamente, hemos estado todo el mes de agosto fuera de vacaciones, y le ha venido muy bien. También influye que mi marido lleva un par de meses en el paro y pasa más tiempo con el niño. Ahora es más payasete. Es muy sociable, quiere jugar con todos los niños que ve, con los adultos... comparte sus juguetes, no se enfada, incluso hace tonterías para que los demás se rían, y él se parte de risa. Todo genial... hasta que hay que cambiarle el pañal o cortarle las uñas o lavarle el pelo...

    • Estoy totalmente de acuerdo contigo. La corriente mayoritaria estima que no se debe ceder nunca (para que sepan quién manda y demás lindezas), sin embargo, a mi modo de ver, si ven que cedemos cuando es posible ellos también estarán más dispuestos a hacerlo. Creo que también es importante tener en cuenta que a menudo los resultados se aprecian a largo plazo, el niño tratado con respeto tiene rabietas igual que cualquier otro, pero más adelante aprenderá a dialogar.

    • Me llama bastante la atención que aquí se diga que entre los dos años y los cinco los niños pueden entrar en una etapa en la que "se nieguen a cosas tan normales como lavarse las manos o meterse en el baño, ponerse la ropa o sentarse para comer". Mi hijo tiene 19 meses y se ha negado a todo eso desde que tiene movilidad suficiente para hacerlo. Desde que aprendió a darse la vuelta estando tumbado, cambiarle el pañal es una odisea. Se niega en redondo. Desde que sabe estar sentado con la espalda erguida, no hay manera de bañarlo. No quiere que le lave las manos, ni que lo cambie de ropa. Y lo de sentarse a comer lo hace solo durante unos segundos. El resto del tiempo come de pie al lado de su mesita. No es que todo esto vaya acompañado de rabietas todos los días, porque como él siempre ha sido así, nos hemos hecho flexibles y hacemos estas cosas distrayéndolo mucho, o esperando a un momento que esté más tranquilo. En vez de bañarlo, lo ducho conmigo. No intento sentarlo en la trona, sino en una silla pequeñita para que él pueda sentarse y levantarse cuando él quiera. Intentamos hacer las cosas, no como se supone que hay que hacerlas, sino como nosotros vemos que nos funciona con nuestro hijo. A lo único a lo que sí hemos tenido que obligarle vez tras vez es a sentarle en la silla del coche. Y muy a mi pesar, lo hemos tenido que hacer a la fuerza, porque no había más remedio. Y después iba todo el camino llorando a gritos. Menos mal que eso ya se le ha pasado. Se niega a sentarse muchas veces, pero no siempre. Y una vez que he conseguido sentarlo, se tranquiliza y no llora. Pero el caso es que me extraña que diga que esto es algo que puede pasar a partir de los dos años y que a mi hijo le haya pasado siempre. ¿Es normal que haya sido así siempre? Como el artículo se escribió hace varios meses, no tengo muchas esperanzas de que nadie me conteste, pero la verdad es que me gustaría.

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