Por fortuna, cada vez más padres y educadores son conscientes de la importancia de educar a los niños con respeto, desterrando el autoritarismo, los castigos y los gritos, que tan perjudiciales resultan. Sin embargo, muchos no ven problema en educar utilizando recompensas y premios.
Así, es frecuente premiar a los niños por sus buenos comportamientos, su ayuda en casa o sus buenas notas, volviéndolos poco a poco dependientes del juicio externo y la motivación extrínseca (es decir, "hago esto así para obtener mi recompensa").
Pero es fundamental inculcar a nuestros hijos desde pequeños que el verdadero valor de nuestros buenos actos no radica en la recompensa externa que vayamos recibir, sino en por qué lo hacemos y cómo nos sentimos después.
No hay mejor premio a la conducta que la recompensa interior que sentimos cuando actuamos con responsabilidad
Mediante los premios a la conducta, los niños aprenden a actuar movidos por una recompensa o motivación externa.
Gracias a los premios, muy probablemente harán las cosas bien (entendiéndose por "bien" lo que el adulto considere en ese momento), nos obedecerán o estudiarán, pero no estarán actuando por propia voluntad, ni siendo conscientes de sus propios actos y de la repercusión que estos tienen en los demás.
Además, y aunque podamos pensar que los premios hacen felices a los niños, realmente es un espejismo que acaba afectando a su autoestima, ya que el niño no crece con la seguridad y confianza de actuar de forma libre y tomar sus propias decisiones.
De igual modo, los padres tenemos que educar a nuestros hijos para que entienden que todo acto tiene consecuencias sobre la propia persona ("si no estudio y afianzo contenidos me costará seguir el ritmo de la clase y entender las explicaciones del profesor") y/o sobre otros.
Estas consecuencias serán las que les motiven para seguir haciendo así las cosas ("cuando presto mi balón me doy cuenta de que todos los niños pueden jugar y nos divertimos mucho juntos") o por el contrario, aprender de los errores y mejorar.
Así pues, más allá de incentivar a los niños con recompensas externas, inculquémosles la importancia de actuar de manera responsable y respetuosa con él mismo y con quienes le rodean.
"Cuando actúo con responsabilidad, me siento bien conmigo mismo"
Cuando uno hace las cosas que debería hacer en cada momento, actuando desde la responsabilidad y la atención plena, y poniendo en ellas todo su esfuerzo y sus ganas, se siente bien consigo mismo.
Y es que más allá del resultado obtenido, es necesario aprender a valorar el esfuerzo empleado, y ser conscientes de la satisfacción, alegría y orgullo que nos produce cumplir con nuestras responsabilidades.
"Me siento capaz, confiado y seguro de mí mismo"
Cuando educamos al niño para que haga las cosas por sí mismo, sin la dependencia de un juicio o recompensa externa, crecerá sintiéndose valioso y capaz. Y no hay sensación más agradable, poderosa y positiva para un ser humano que saberse capaz de actuar de manera independiente, de perseverar, superarse, aprender y no tener miedo a enfrentarse a nuevos retos.
"Me siento valioso al comprobar que mi aportación es importante para mi comunidad"
Cuando un niño es consciente de que sus actos responsables repercuten de forma positiva en otros, su autoestima se verá reforzada pues sentirá que su ayuda o su aportación son importantes para otros.