"Mamá, ¿qué pasa cuando morimos?" Son muchos los padres que reciben este tipo de preguntas y muchas veces es difícil saber cuál es la mejor respuesta, sobre todo si no sabes hasta qué punto debería ser acorde con tus creencias religiosas (seas creyente o no) o si es mejor 'endulzar' el asunto. Las últimas investigaciones en psicología del desarrollo nos dan algunos consejos.
La muerte puede ser un tema fascinante para muchos niños, algo que se pone de manifiesto cuando se encuentran con un animal o una planta muertos. Sus observaciones y sus preguntas muestran una curiosidad sana en una edad en la que se esfuerzan por darle sentido a un mundo tan complejo.
Sin embargo, para muchos padres la muerte es un tema tabú a la hora de hablar con los niños, aunque sus preguntas puedan ser una buena oportunidad para saciar su curiosidad y alimentar sus ganas de aprender (en este caso sobre biología y el ciclo de la vida), no obstante, hay situaciones en las que es mejor andarse con pies de plomo.
¿Qué saben los niños?
La mayoría de los niños en edad preescolar no comprenden la parte biológica de la muerte y tienden a creer que la muerte es un estado de vida diferente, como si fuera un sueño prolongado. A esta edad, los niños suelen decir que sólo se mueren los ancianos y los enfermos e incluso piensan que las personas muertas sienten hambre, necesitan aire y todavía pueden ver, oír o soñar. Para obtener una comprensión madura y biológica de la muerte, los niños primero deben adquirir unos conocimientos básicos clave sobre la muerte.
Normalmente es entre los cuatro y los once años cuando los niños entienden gradualmente que la muerte es algo universal, inevitable e irreversible a causa de un fallo en los órganos vitales que supone el fin de los procesos físicos y mentales. Es decir, que a los once años la mayoría de los niños ya han comprendido que a todas las personas (incluyendo sus seres queridos y ellos mismos) les llegará su día y que no hay vuelta atrás.
Sin embargo, hay niños que pueden llegar a entender algunos de estos componentes más temprano y de ahí que sus experiencias y las conversaciones al respecto les puedan influenciar. Por ejemplo, aquellos niños que ya hayan experimentado la pérdida de un ser querido o de una mascota y aquellos con más experiencia sobre el ciclo de la vida gracias a sus interacciones con animales, tienden a tener una idea más clara del concepto de la muerte.
Otro factor que puede hacer que los niños comprendan la muerte más temprano es el nivel de educación académica de lo padres, independientemente de la inteligencia de los niños. De esta forma se sugiere que los padres pueden ayudar a los niños a entender la muerte ofreciéndoles oportunidades para ello y explicando de una forma clara los factores biológicos durante los primeros años.
La religión y la cultura también juegan un papel importante a la hora de dar forma a las creencias de un niño. Durante sus conversaciones con personas adultas, muchas veces los niños aprenden no solo datos biológicos, sino también creencias "sobrenaturales" sobre el más allá y el mundo espiritual. Los psicólogos especialistas en el desarrollo han descubierto que a medida que los niños se hacen mayores y comprenden los factores biológicos sobre la muerte también suelen desarrollar un punto de vista "dualista" que combina las creencias biológicas y supernaturales.
Por ejemplo, un niño de diez años puede saber que una persona muerta ya no puede moverse o ver porque sus cuerpos han dejado de funcionar, pero al mismo tiempo puede creer que los muertos son capaces de soñar o de echar de menos a otras personas.
Sinceridad y delicadeza
Las últimas investigaciones sobre la forma en la que los niños entienden la muerte nos dan varias pistas sobre la mejor forma de tratar un tema complejo que muchas veces está cargado de emociones.
Lo más importante es no sentirnos intimidados por el tema: no ignorar las preguntas de un niño o intentar cambiar de tema. En su lugar deberíamos verlo como una oportunidad para saciar su curiosidad y contribuir a su educación y a la forma de entender el ciclo de la vida. De manera similar, escuchar atentamente lo que nos está preguntando el niño y lo que dice sobra la muerte nos permitirá entender sus sentimientos y hasta qué punto comprende el tema para poder saber qué es lo que hace falta explicar o si hace falta tranquilizar al niño. Un mensaje demasiado simplificado puede ser poco formativo o condescendiente, mientras que una explicación demasiado compleja puede añadir más confusión e incluso angustia.
Por ejemplo, dar información muy detallada o detalles gráficos sobre la forma en la que ha muerto una persona o lo que les pasa a los cuerpos sin vida puede provocar preocupación y angustia innecesarias, especialmente entre los niños más pequeños. Para algunos niños, la idea de que una persona muerta sigue pudiendo vernos puede ser una idea reconfortante, mientras que a otros les puede confundir y provocar angustia.
Otro aspecto importante es la sinceridad y evitar ambigüedades. Por ejemplo, decirle a un niño que una persona muerta está "durmiendo" puede hacerle creer que los muertos se pueden despertar. Las investigaciones demuestran que los niños que comprenden la normalidad, la fatalidad y la finalidad de la muerte normalmente están mejor preparados y están en una mejor posición de entender la muerte cuando ocurra a su alrededor. De hecho, los niños que mejor entienden cómo es la muerte suelen tenerle menos miedo.
La sinceridad también significa reconocer la incertidumbre y el misterio en torno a la muerte, así como evitar ser dogmáticos. Es importante explicar que hay cosas que nadie sabe y que es normal creer en ciertas cosas que se puedan contradecir. Independientemente de las creencias religiosas o de la falta de fe de cada uno, es bueno reconocer que otras personas tienen creencias muy dispares, algo que hará que los niños sean más respetuosos con las creencias ajenas y fomentará su curiosidad a la hora de intentar entender el mundo con todos sus misterios y enigmas.
Puede que lo más importante sea reconocer que la tristeza es algo normal y que es natural preocuparse sobre la muerte. Todos nos sentimos tristes cuando una persona querida fallece pero nos recuperamos de forma gradual a medida que pasa el tiempo. Una forma de hacer que un niño se preocupe menos es plantear el tema desde un punto de vista realista. Por ejemplo, puedes decirle que es muy probable que tanto ellos como sus seres queridos vayan a seguir vivos durante mucho tiempo.
Si un niño se encuentra en la situación de aceptar la muerte de un ser querido o está afrontando la muerte de primera mano hace falta tener mucho tacto a la hora de hablar del tema. Sin embargo, esto no significa que debamos ser menos sinceros o abiertos al respecto. Los niños gestionan su ansiedad y sus temores mejor si pueden apoyarse en explicaciones sinceras sobre la muerte de un ser querido. Para aquellos niños que saben que se están muriendo, es importante darles la oportunidad de hacer preguntas y de expresar sus sentimientos y sus deseos.
Independientemente de las circunstancias, los niños intentan suplir su falta de conocimientos cuando les ocultamos la verdad. Muchas veces su propia imaginación puede ser mucho más aterradora y les puede hacer mucho más daño que la verdad.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí
Traducido por Silvestre Urbón