Abrazar es un gesto tan poderoso y con tantos beneficios que a veces dice más que cualquier palabra. Tanto es así, que cuando lo estamos pasando mal y alguien nos abraza nos sentimos en cierto modo reconfortados, acompañados y agradecidos. Los niños no son una excepción y también sienten el 'poder sanador' de los abrazos en los momentos más vulnerables y delicados.
Ningún padre dudaría en abrazar a su hijo cuando se cae o se lastima, pero en cambio, ante una rabieta o un mal comportamiento tendemos a enfadarnos, a dar la espalda o a ignorar esa actitud que no nos gusta. Te explicamos por qué en esos precisos momentos de extrema vulnerabilidad para el niño, nuestro abrazo es más importante que nunca.
Lo que hay detrás del mal comportamiento del niño
Lo que nosotros calificamos como 'mal comportamiento' es realmente la forma que tiene nuestro hijo de decirnos que no está bien. Así, una agresión a otro niño, un comportamiento inadecuado en el colegio, una rabieta o una mala contestación no es más que la punta de un iceberg que esconde debajo mucho más que lo que simplemente están viendo nuestros ojos.
Poner palabras a lo que sentimos y saber gestionar nuestras emociones no es fácil. No lo es ni siquiera para muchos adultos, por lo que mucho menos lo será para los niños, ya que carecen de la capacidad de comunicación y expresión que se va adquiriendo con la edad. Es por ello, que cuando algo les preocupa, molesta o afecta reaccionan con comportamientos inadecuados, a ojos del adulto.
Es normal que a los padres no nos guste que nuestro hijo pegue, se porte mal o no obedezca. Además, cuando el comportamiento del niño está siendo irrespetuoso con quienes le rodean no debe ser aprobado ni tolerado. Sin embargo, es importante hacer entender esto a nuestros hijos desde el respeto, el amor y el acompañamiento, y nunca desde los gritos y los castigos.
Y es que la actitud que tengamos a la hora de educar será decisiva en su aprendizaje, su bienestar, su personalidad, su gestión emocional y su forma de relacionarse con los demás. En definitiva, nuestra forma de educar repercutirá en su futuro de una forma positiva o negativa.
Esto es lo que sucede cuando pretendemos educar con castigos
Si ante un mal comportamiento de nuestro hijo decidimos quedarnos en la superficie (es decir, no averiguar las causas que le llevan a actuar así) y respondemos con castigos o gritos, es probable que consigamos de inmediato el efecto deseado (que el mal comportamiento cese), pero no porque el niño haya aprendido de lo sucedido, sino por miedo a nuestra reacción.
Por ello, hemos insistido en varias ocasiones en que los castigos, gritos, chantajes o amenazas no son la forma correcta de educar, aparte de tener consecuencias muy negativas para los niños, tanto a corto como a largo plazo:
Nuestra reacción producirá en el niño miedo e inseguridad que bloqueará el cuerpo amigdaliano de su cerebro, impidiendo que pueda pensar en lo ocurrido desde la calma, sacar conclusiones y tratar de encontrar una solución que ayude a arreglar el problema. En definitiva, no aprenderá de lo sucedido, por lo que el mal comportamiento se repetirá.
Ese miedo se traducirá en una amenaza que eleva los niveles de la hormona cortisol, provocando un gran estrés y ansiedad. Si esto ocurre con frecuencia, es decir, si cuando nuestro hijo tiene un mal comportamiento siempre encuentra en nosotros la misma respuesta en forma de gritos, castigos o falta de empatía, el niño acabará creciendo temeroso, desconfiado, asustadizo y con poca seguridad en sí mismo.
Como consecuencia de todo ello, la autoestima del niño se verá seriamente mermada, pudiendo llegar a pensar que no es importante para nosotros, que sus sentimientos no cuentan o incluso que no le queremos. A la larga, esto le afectará a la hora de gestionar de forma saludable sus emociones.
Como es lógico, todo ello acabará afectando a su relación con nosotros y a nuestra comunicación, así como a su felicidad, personalidad y bienestar emocional.
Y esto es lo que pasa cuando respondemos con un abrazo
Si pensamos realmente en todo lo que acabamos de mencionar, veremos que no tiene ninguna lógica tratar de educar de una forma que lejos de resultar positiva y conectar con el niño, le dañe y haga sentir mal. En este sentido, la psicóloga y educadora en Disciplina Positiva, Jane Nelsen, dijo una vez una frase que resumiría a la perfección la importancia que tienen los abrazos y el acompañamiento respetuoso en la educación de nuestros hijos:
Sin embargo, es habitual creer que si abrazamos a nuestro hijo cuando se ha portado mal le estaremos transmitiendo el mensaje de que aprobamos sus actos. Pero realmente ocurre todo lo contrario:
Al abrazar estamos acompañando emocionalmente a nuestro hijo, ya que como decíamos al inicio, el mal comportamiento esconde una serie de emociones que no estamos viendo. Recordemos que cualquier emoción que haya llevado al niño a actuar de la forma en que lo ha hecho es perfectamente válida y no debe ser reprimida ni castigada, de ahí la importancia de abrazar en esos momentos tan delicados.
Ahora bien, cuando esa emoción provoca un comportamiento que lleva al niño a dañar o faltar al respecto a otros, es necesario enseñarle que debe cambiar su forma de actuar (no su emoción). Pero para educarle ha de estar calmado y receptivo, algo que solo logrará si se siente arropado, querido y a salvo.
Por eso, el estrés y la ansiedad provocados por las circunstancias que le han llevado a actuar así (es decir, el iceberg que no vemos) se mitigarán al sentir nuestro abrazo. A medida que ese estrés vaya disminuyendo también lo hará el cortisol, logrando alcanzar el estado de calma que se necesita para pensar en lo ocurrido, buscar soluciones eficaces y aprender de los errores.
Con nuestro abrazos estaremos diciéndole a nuestro hijo que le queremos, que nos importa lo que siente y que puede contar con nosotros para solucionarlo. Como consecuencia de ello, el niño verá reforzada su autoestima y su confianza en nosotros, de manera que nuestros brazos se convertirá em un refugio al que acudir cuando las cosas no vayan bien.
Pero, ¿qué ocurre si nuestro hijo no quiere que lo abracen?
Hay padres que comentan que ante este tipo de situaciones sus hijos no quieren ser abrazados y prefieren estar solos. Pero aunque es fundamental respetar las necesidades del niño y jamás abrazar en contra de su voluntad, tampoco debemos dejarlo solo en su sentir.
En estos casos, aunque no haya contacto físico en forma de abrazo debemos permanecer a su lado, transmitiéndole con nuestra presencia y nuestro acompañamiento respetuoso y silencioso que estamos ahí si nos necesita. También podemos probara darle la mano, acariciarle la cara o poner nuestra mano en su hombro, pues aunque en un primer momento el abrazo no guste, por lo general los niños aceptan de buen grado estas muestras de cariño.
En cualquier caso, y para que no nos pille de sorpresa la reacción de nuestro hijo y sepamos cómo responder a ella, una buena idea es hablar de las emociones antes de que sucedan y contarnos cómo nos gustaría que nos trataran cuando estemos enfadados o hayamos hecho algo mal.