Robándole el término a mi amigo Elvis Canino, autor del blog No me maltrates, soy un niño, de quien destacaba precisamente un post sobre este tema en nuestro último repaso de blogs de papás y mamás, quiero hablaros hoy de la crianza caprichosa.
Y es que es una cuestión con la que, cada vez, me encuentro más desconcertada. He tardado años, supongo que los que ha tardado mi hijo en crecer, en darme cuenta de que es preciso explicar claramente que la crianza respetuosa no es una crianza caprichosa.
Mi tránsito personal por la crianza respetuosa ha sido sencillo, mi hijo ha sido respetado en sus necesidades, acompañado en sus emociones, pero también ha recibido explicaciones para que pudiera entender que los demás, igual que él mismo, merecen respeto y tienen necesidades.
Cuando hablamos de criar sin azotes, sin castigos y sin violencia suelo encontrarme con críticas de padres que citan a familias que conocen que, al final, no han sabido entender bien la esencia del respeto y han convertido a sus hijos en pequeños tiranos que se creen que cualquier apetencia, deseo o idea debe ser cumplida inmediatamente por sus padres.
Confunden, entonces, los que les critican y los que han dejado que el niño se convierta en dueño absoluto de las vidas de todos, el respeto con el capricho.
Pero no es lo mismo, más bien es todo lo contrario, porque el respeto no es algo unidireccional, el respeto es comprender las necesidades del otro y darles cabida en nuestra vida, diferenciando la necesidad básica de seguridad, afecto y cuidados con los caprichos puntuales o las expresiones de necesidades que se disfrazan de peticiones no lógicas.
La crianza caprichosa
Los padres, en esos casos, son los responsables de encauzar al niño, educándolo en valores, explicándole, abrazándolo si es necesario, pero no poniéndolo por encima del mismo Universo.
Niños que, pasada la edad de las rabietas, esos momentos en los que la emoción les supera y no saben expresar ni canalizar sus sentimientos, se desbordan naturalmente, siguen montando dramas por verdaderas tonterías y, sus padres, sin autoridad ni argumentos, ceden ante ellos poniendo a los niños por encima de todos y de la misma lógica.
Niños impertinentes, que no son capaces de marcarse el límite del respeto hacia los demás, que tratan de imponerse sobre otros niños o adultos, que no se comportan de forma educada. Niños caprichosos que no devuelven respeto, que hablan a sus padres de forma airada mientros ellos se humillan para calmar al pequeño rabioso.
No, eso no es crianza respetuosa. La crianza respetuosa es ejemplo y educación, los niños realmente educados en el respeto saben respetar a los demás. Eso es crianza caprichosa.
Las necesidades del bebé
Las necesidades de un bebé son soberanas. No tienen cabida para las explicaciones y solamente, los límites reales de los padres, deberían ser un freno a las necesidades del bebé. Dormir acompañado, ser abrazado, llevado en brazos, alimentado a demanda y atendido en su petición de contacto y cariño son necesidades. Ante eso, a los padres, nos queda dormir poco, salir poco y dejar nuestras apetencias personales aparcadas cuando nuestro hijo nos necesita.
Pero a medida que crece el niño y es capaz de entender el lenguaje y a los demás, la función de los padres aumenta en su exigencia aunque pueda ser menor la exigencia real de atención directa. Ahora debemos educar, no controlar ni encauzar todo lo que el niño pida, sino entender que la necesidad real es una cosa y la expresión de esas necesidades es otra.
Necesidades y caprichos
Un niño que pide un juguete, ser el primero en sentarse en el coche, elegir su puesto en la mesa, comer determinados alimentos poco adecuados para su salud o simplemente, ver cumplidos todos sus deseos, lo que expresa no es que necesita esa cosa concreta, sino que está pidiendo otra cosa: a veces son límites, a veces son explicaciones, a vecer es la seguiridad de que es amado, comprendido y también, y eso es fundamental, guiado.
Una excesiva creencia en que los niños, inocentes y libres, deben ser nuestra única guia es un error en mi opinión. El niño necesita unos padres seguros, comprensivos, capaces de empatizar con él, pero también de demostrarle que los demás, ellos mismos incluídos, son personas con derechos y necesidades.
Darle a un niño pautas y límites en los que crecer libremente y de forma respetuosa no es castigar, ni mucho menos pegar o amenazar. Es más complicado, más cansado y exigente, implica una gran dedicación y un enorme aprendizaje personal. Pero desde luego tampoco la alternativa al castigo es la crianza caprichosa.
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