Siempre me ha llamado la atención todo lo que empieza a girar alrededor de un embarazo cuando una incipiente barriga ya no puede ocultarlo más: los comentarios de si estás más guapa (o no, que también hay quien lo dice), los consejos que empiezan a llegar a borbotones, y de forma muy especial, los augurios de todos aquellos que tienen el súper poder de adivinar si lo que esperas es un niño o una niña, tan solo verte con el primer vestido premamá.
Yo no me libré de eso. De hecho, fue una de las primeras sorpresas que me llevé cuando llevar ropa premamá se hizo obligatorio: familia, amigos y desconocidos sentenciaron que esperaba un niño gracias a la "forma puntiaguda" de mi barriga y yo, embarazada primeriza y con muy pocos conocimientos sobre las creencias que años de tradición se han encargado de afianzar en el ideario, empecé a creer lo que me decían.
En la ecografía de las 12 semanas el ginecólogo confirmó lo que "todo el mundo ya sabía": era un niño y estaba todo bien. Su padre, que también se había dejado llevar un poco por la emoción de saber que su mejor compañía para desempolvar los Scalextric venía en camino, celebró la noticia como si de un mundial de fútbol se tratase.
Pero las ecografías también pueden fallar
Sí, las ecografías y los ojos clarividentes de todas aquellas que han parido (y de los que no), también se equivocan. En la segunda ecografía un "la niña está perfectamente" nos dejó helados. Tal vez si nos hubiesen dicho que eran dos nos habíamos sorprendido menos.
Aún recuerdo la cara de mi marido. Enfadado con el mundo por haberle hecho ilusionar con la llegada de su tan anhelado partner in crime, no atinó a mediar palabra. Confieso que en ese momento, aunque muy sorprendida, por supuesto, mi corazón latió más fuerte que nunca: mi niña venía de camino y en medio de toda la confusión, me sentí aún más feliz. Juro que hasta ese momento me daba igual lo que fuese, pero a partir de ahí ya no me cambiaba por nada del mundo.
Y fue lo mejor que nos pudo haber pasado jamás
Yo sabía que la llegada de nuestra pequeña iba a cambiar nuestra vida y que su padre se enamoraría hasta los huesos de ella (el enfado le duró menos de una hora, en realidad). Estoy segura de que si hubiese sido un niño la cosa habría sido igual, pero esa confusión nos hizo plantearnos de forma muy distinta algunas cosas como por ejemplo la elección del nombre -que a la familia no le gustó, dicho sea de paso-, y por supuesto la forma en la que nos tomaríamos los comentarios de todas las personas que opinaban de todo lo que tuviese que ver con el bebé. Fue un gran giro de guion, no lo puedo negar, aunque en la siguiente ecografía volvimos a preguntar si era niño o niña, por si acaso.
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