Nueve cuentos cortos con mensaje para leer a los niños a la hora de dormir

Nueve cuentos cortos con mensaje para leer a los niños a la hora de dormir
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Una bonita costumbre que podéis poner en práctica cada noche si todavía no lo hacéis, y de la que todos disfrutaréis, es leerles un cuento a los niños a la hora de dormir. Es una experiencia muy bonita, además de ser muy enriquecedora para ellos, tanto desde el punto de vista emocional como para su desarrollo y adquisición del lenguaje.

Os dejamos nueve relatos cortos infantiles con valiosos mensajes de grandes autores como los Hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Oscar Wilde o La Fontaine. Podéis leerlos en pocos minutos, y algunos van acompañados de vídeos que los niños pueden ver.

1) 'El clavo': cuento infantil de los Hermanos Grimm

Después de haber hecho muy buenos negocios en la feria, vender todas sus mercancías y llenar su bolsa de oro y de plata, quería un comerciante ponerse en camino para llegar a su casa antes de la noche. Metió su dinero en la maleta, la ató a la silla y montó a caballo. Detúvose al medio día en una ciudad, y cuando iba a partir le dijo el mozo de la cuadra al darle su caballo:

–Caballero, le falta a vuestro caballo un clavo en la herradura del pie izquierdo trasero.

–Está bien –contestó el comerciante–; la herradura resistirá todavía seis leguas que me restan que andar. Tengo prisa.

Por la tarde, bajó otra vez para dar de comer un poco de pan a su caballo. El mozo salió a su encuentro y le dijo:

–Caballero, vuestro caballo está destrozado del pie izquierdo; llevadle a casa del herrador.

–No, no hace falta –contestó–; para dos leguas que me quedan que andar aún puede andarlas mi caballo así como está. Tengo prisa.

Montó y partió. Pero poco después comenzó a cojear el caballo, algo más allá empezó a tropezar, y luego no tropezaba ya sino que cayó con una pierna rota.

El comerciante se vio obligado a dejar allí al animal, a desatar su maleta, echársela a las espaldas y volver a pie a su casa, donde no llegó hasta muy entrada la noche.

–Aquel maldito clavo del que no quise hacer caso –murmuraba para sí– ha sido la causa de todas mis desgracias.

  • Mensaje: corre despacio, no te apresures por llegar antes

2) 'El cuento de las mentiras', de los Hermanos Grimm

Voy a contaros una cosa. He visto volar a dos pollos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y suavemente, mientras una rana devoraba una reja de arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés.

Tres individuos, con muletas y patas de palo, perseguían a una liebre; uno era sordo; el otro, ciego; el tercero, mudo. Y el cuarto no podía mover una pierna. ¿Queréis saber qué ocurrió?

Pues el ciego fue el primero en ver correr la liebre por el campo; el mudo llamó al tullido, y el tullido la agarró por el cuello. Unos, que querían navegar por tierra, izaron la vela y avanzaron a través de grandes campos, y al cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron.

Un cangrejo perseguía una liebre, y a lo alto de un tejado se había encaramado una vaca. En aquel país, las moscas son tan grandes como aquí las cabras.

Abre la ventana para que puedan salir volando las mentiras.

  • Mensaje: las mentiras deben salir a la luz

3) 'La princesa y el guisante', de Hans Christian Andersen

Hace muchísimo tiempo, había un príncipe que buscaba esposa. Tenía menudo problema el joven, pues deseaba casarse con una princesa auténtica. Recorrió el mundo entero y conoció a muchas princesas, pero todas ellas tenían algún aspecto sospechoso que le impedía saber si eran verdaderas.

Por tanto, se dio por vencido y retornó a su reino.

Cierta noche en que una tormenta terrible arreciaba, sintieron que alguien golpeaba en el castillo.

Cuando el sirviente regresó, lo acompañaba una joven empapada que aseguraba ser una princesa.

La reina no creyó en su palabra y dispuso una prueba. Ordenó al ama de llaves que preparara el lecho para la princesa y le dio instrucciones de cómo hacerlo.

El ama obedeció a la reina y colocó un guisante sobre la cama y sobre éste, colocó veinte colchones y sobre ellos veinte edredones. Así estuvo listo el lecho para la princesa.

La princesa pasó la noche en la recámara que le asignaron y a la mañana siguiente, cuando se levantó y bajó a desayunar, los reyes le preguntaron cómo había pasado la noche, a lo que respondió:

-No pude pegar un ojo. Había algo duro en la cama y tengo el cuerpo lleno de magulladuras.

Al oír esto, los reyes supieron que estaban delante de una verdadera princesa, pues solamente una, podría sentir el guisante debajo de tantos colchones.

Esta noticia puso feliz al príncipe, quien le propuso matrimonio de inmediato. La princesa aceptó y se casaron.

El guisante fue llevado al museo, donde todavía se exhibe, a menos que alguien lo haya comido.

  • Mensaje: las cosas no siempre son lo que parecen.

4) 'El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen

Había una vez un emperador al que le encantaban los trajes. Destinaba toda su fortuna a comprar y comprar trajes de todo tipo de telas y colores. Tanto que a veces llegaba a desatender a su reino, pero no lo podía evitar, le encantaba verse vestido con un traje nuevo y vistoso a todas horas. Un día llegaron al reino unos impostores que se hacían pasar por tejedores y se presentaron delante del emperador diciendo que eran capaces de tejer la tela más extraordinaria del mundo.

-¿La tela más extraordinaria del mundo? ¿Y qué tiene esa tela de especial?

-Así es majestad. Es especial porque se vuelve invisible a ojos de los necios y de quienes no merecen su cargo.

-Interesante… ¡entonces hacedme un traje con esa tela, rápido! Os pagaré lo que me pidáis.

Así que los tejedores se pusieron manos a la obra.

Pasado un tiempo el emperador tenía curiosidad por saber cómo iba su traje pero tenía miedo de ir y no ser capaz de verlo, por lo que prefirió mandar a uno de sus ministros. Cuando el hombre llegó al telar se dio cuenta de que no había nada y que lo que los tejedores eran en realidad unos farsantes pero le dio tanto miedo decirlo y que todo el reino pensara que era estúpido o que no merecía su cargo, que permaneció callado y fingió ver la tela.

-¡Qué tela más maravillosa! ¡Que colores! ¡Y qué bordados! Iré corriendo a contarle al emperador que su traje marcha estupendamente.

Los tejedores siguieron trabajando en el telar vacío y pidieron al emperador más oro para continuar. El emperador se lo dio sin reparos y al cabo de unos días mandó a otro de sus hombres a comprobar cómo iba el trabajo.

Cuando llegó le ocurrió como al primero, que no vio nada, pero pensó que si lo decía todo el mundo se reiría de él y el emperador lo destituiría de su cargo por no merecerlo así que elogió la tela.

-¡Deslumbrante! ¡Un trabajo único!

Tras recibir las noticias de su segundo enviado el emperador no pudo esperar más y decidió ir con su séquito a comprobar el trabajo de los tejedores. Pero al llegar se dio cuenta de que no veía nada por ningún lado y antes de que alguien se diera cuenta de que no lo veía se apresuró a decir:

-¡Magnífico! ¡Soberbio! ¡Digno de un emperador como yo!

Su séquito comenzó a aplaudir y comentar lo extraordinario de la tela. Tanto, que aconsejaron al emperador que estrenara un traje con aquella tela en el próximo desfile. El emperador estuvo de acuerdo y pasados unos días tuvo ante sí a los tejedores con el supuesto traje en sus manos.

Comenzaron a vestirlo y como si se tratara de un traje de verdad iban poniéndole cada una de las partes que lo componían.

-Aquí tiene las calzas, tenga cuidado con la casaca, permítame que le ayude con el manto…

El emperador se miraba ante el espejo y fingía contemplar cada una de las partes de su traje, pero en realidad, seguía sin ver nada.

Cuando estuvo vestido salió a la calle y comenzó el desfile y todo el mundo lo contemplaba aclamando la grandiosidad de su traje.

-¡Qué traje tan magnífico!

-¡Qué bordados tan exquisitos!

Hasta que en medio de los elogios se oyó a un niño que dijo:

-¡Pero si está desnudo!

Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo pero aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuó su desfile orgulloso.

  • Mensaje: No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad

5) 'El señor, el niño y el burro', cuento popular de México

Venían por un camino un señor con su hijo, que tenía unos 11 años de edad. También les acompañaba un burro, que el hombre utilizaba todos los días para cargar leña. Sin embargo, en ese momento el burro ya no tenía que cargar ningún peso, y como el hombre estaba muy cansado, se subió al burro.

Al cabo de un rato, pasaron cerca de un grupo de personas, que se quedaron mirando al hombre y al niño y dijeron una vez que pasaron:

– ¡Qué hombre tan egoísta! Él tan cómodo en el burro y el pobre niño andando… ¡Menudo caradura!

Así que el hombre, abochornado, se bajó del burro y le dijo a su hijo que subiera él. Anduvieron así un buen trecho hasta que se encontraron con otro grupo de personas que les miraron de arriba a abajo y murmuraron:

– ¡Qué niño tan malcriado! Su pobre padre, ya mayor, andando y él tan cómodo en el burro…

Así que el hombre le dijo al niño que bajara del burro y comenzaron a andar, los dos, detrás del animal.

En esto que se encuentran con otro grupo de personas que dijeron:

– ¡Menudo par de tontos! Los dos andando detrás del burro, que va la mar de descansado. ¿Es que a ninguno se le ocurre subir para ir más cómodo?

Y el hombre decidió que debían montar los dos en el burro: su hijo delante y él detrás. Y así anduvieron un rato hasta que otro grupo de personas dijeron:

– ¡Qué barbaridad! ¡Pobre animal! ¿No ven lo cansado que está para cargar con los dos?

El hombre pasó de largo, se encogió de hombros y dijo a su hijo:

– Ya ves, hijo… ¿ves como nunca hay que hacer caso de lo que digan los demás?

  • Mensaje: no hagas caso de las opiniones de los demás, confía en tí mismo.
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6) 'El hombre que contaba historias', de Oscar Wilde

Había una vez un hombre muy querido en su pueblo porque contaba historias. Todas las mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del pueblo, tras haber trabajado duro todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:

-Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?

El hombre explicaba:

-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un corro de silvanos.

-Sigue contando, ¿qué más has visto? -decían los hombres.

-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus verdes cabellos con un peine de oro.

Y los hombres lo apreciaban porque les contaba historias.

Una mañana el hombre dejó su pueblo, como todas las mañanas… Pero al llegar a la orilla del mar vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos verdes con un peine de oro. Y, caminando, llegó cerca del bosque, vio a un fauno que tocaba su flauta y a un corro de silvanos… Aquella noche, cuando regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:

-Vamos, cuenta: ¿qué has visto?

Él respondió:

-No he visto nada.

  • Mensaje: muchas personas fabulan al contar historias. No creas todo lo que cuentan.

7) 'Los duendes y el zapatero', de los Hermanos Grimm

Había una vez un humilde zapatero que era tan pobre que no tenía dinero ni para comprar el cuero que necesitaba para hacer zapatos.

-No sé qué va a ser de nosotros - le decía el zapatero a su mujer-. Si no encuentro un buen comprador o cambia nuestra suerte no podré seguir trabajando. Y si no puedo trabajar, no tendremos dinero para comer.

El zapatero preparó el último trozo de cuero que le quedaba con la intención de terminar su trabajo al día siguiente.

Cuando amaneció el zapatero se dispuso a comenzar su trabajo cuando, de repente, descubrió sobre la mesa de trabajo dos preciosos zapatos terminados. Los zapatos estaban cosidos con tanto esmero que el pobre zapatero no podía creer lo que veía.

Los zapatos eran tan bonitos eran el primer cliente que entró se los llevó y pagó más de su precio por comprarlos. El zapatero fue enseguida a contárselo a su mujer. Después, con el dinero recibido, compró cuero para hacer dos pares de zapatos más.

Como el día anterior, el zapatero cortó el cuero y lo dejó todo listo para terminar el trabajo al día siguiente. Y de nuevo se repitió el milagro. Por la mañana había cuatro zapatos, cosidos y perfectamente terminados, sobre su banco de trabajo. Esa misma mañana entraron varios clientes a la zapatería y compraron los zapatos. Y, como estaban tan bien hechos, pagaron al zapatero más de lo que habitualmente pagaban.

La historia se repitió otra noche y otra más, y otra… Pasó el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le faltaban clientes en su tienda, ni tampoco dinero, ni comida. Todo le iba de maravilla.

Ya se acercaba la Navidad, cuando el zapatero le dijo a su mujer:

-¿Qué te parece si nos escondemos esta noche para averiguar quién nos está ayudando a hacer los zapatos?

A la mujer le pareció buena la idea. Cuando llegó la noche, los dos esperaron escondidos detrás de un mueble para descubrir quién les ayudaba.

Daban las doce cuando dos pequeños duendes desnudos aparecieron de la nada. Los duendes se subieron a la mesa de un gran salto y se pusieron a coser. En un santiamén terminaron todo el trabajo que el hombre había dejado preparado. De un salto desaparecieron y dejaron al zapatero y a su mujer estupefactos.

-¿Te has fijado en que estos pequeños hombrecillos que vinieron estaban desnudos? -dijo el zapatero a su mujer.

-Podríamos hacerles pequeñas ropitas para que no tengan frío dijo al zapatero su mujer -dijo ella.

El zapatero estaba de acuerdo con su esposa. Y ambos se pusieron a trabajar. Cuando acabaron dejaron colocadas las prendas sobre la mesa en lugar de los patrones de cuero, y por la noche se escondieron tras el mueble para ver cómo reaccionarían los duendes.

Dieron las doce y aparecieron los duendecillos. Al saltar sobre la mesa parecieron asombrados al ver los trajes y, cuando comprobaron que eran de su talla, se vistieron y cantaron:

-¿No somos ya dos chicos bonitos y elegantes? ¿Por qué seguir de zapateros como antes?

Y tal como habían venido, se fueron. Saltando y dando brincos, desaparecieron.

El zapatero y su mujer se sintieron muy contentos al ver a los duendes felices. Y a pesar de que habían anunciado no volvieron nunca más, no los olvidaron, pues estaban muy agradecidos por todo lo que habían hecho por ellos.

El zapatero volvió a trabajar y, como su trabajo era tan famoso, nunca más le faltaron clientes. Y fueron muy felices.

  • Mensaje: el cuento nos enseña a ser agradecidos con los demás.

8) 'La lechera y el cántaro de leche'

Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la cabeza.

Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posible a la ciudad, a dónde iba para vender la leche que llevaba.

Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la leche.

-Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!

La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación iba cada vez más y más lejos.

-Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compra?e una vaca, y a su ternero también….

Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.

  • Mensaje: la ambición puede jugarte una mala pasada. Aprende el valor del esfuerzo.

9) 'La ratita presumida'

Había una vez una ratita que era muy presumida. Estaba un día barriendo la puerta de su casa cuando se encontró con una moneda de oro. En cuanto la vio empezó a pensar lo que haría con ella:

-Podría comprarme unos caramelos… pero mejor no, porque me dolerá la barriga. Podría comprarme unos alfileres… no tampoco, porque me podría pincharme… ¡Ya sé! Me compraré una cinta de seda y haré con ella unos lacitos.

Y así lo hizo la ratita. Con su lazo en la cabeza y su lazo en la colita la ratita salió al balcón para que todos la vieran. Entonces apareció por ahí un burro:

-Buenos días ratita, qué guapa estás.

-Muchas gracias señor burro - dijo la ratita con voz presumida

-¿Te quieres casar conmigo?

-Depende. ¿Cómo harás por las noches?

-¡Hiooo, hiooo!

-Uy no no, que me asustarás.

El burro se fue triste y cabizbajo y en ese momento llegó un gallo.

-Buenos días ratita. Hoy estás especialmente guapa, tanto que te tengo que pedir que te cases conmigo. ¿Aceptarás?

-Tal vez. ¿Qué harás por las noches?

-¡Kikirikíiii, kikirikíiiii! - dijo el gallo esforzándose por sonar bien

-¡Ah no! Que me despertarás

Entonces llegó su vecino, un ratoncito que estaba enamorado de ella.

-¡Buenos días vecina!

-Ah, ¡Hola vecino! - dijo sin tan siquiera mirarle

-Estás hoy muy bonita.

-Ya.. gracias pero no puedo entretenerme a hablar contigo, estoy muy ocupada.

El ratoncito se marchó de ahí abatido y entonces llegó el señor gato.

-¡Hola ratita!

-¡Hola señor gato!

-Estás hoy deslumbrante. Dime, ¿querrías casarte conmigo?

-No sé… ¿y cómo harás por las noches?

-¡Miauu, miauu!, dijo el gato con un maullido muy dulce

-¡Claro que sí, contigo me quiero casar!

El día de antes de la boda el señor gato le dijo a la ratita que quería llevarla de picnic al bosque. Mientras el gato preparaba el fuego la ratita cogió la cesta para poner la mesa y…

-¡Pero si la cesta está vacía! Y sólo hay un tenedor y un cuchillo… ¿Dónde estará la comida?

  • ¡Aquíi! ¡Tú eres la comida! - dijo el gato abalanzándose sobre ella.

Pero afortunadamente el ratoncito, que había sospechado del gato desde el primer momento, los había seguido hasta el bosque. Así que al oír esto cogió un palo, le pegó fuego metiéndolo en la hoguera y se lo acercó a la cola del gato. El gato salió despavorido gritando y así logró salvar a la ratita.

-Gracias ratoncito

-De nada ratita. ¿Te querrás casar ahora conmigo?

-¿Y qué harás por las noches?

-¿Yo? Dormir y callar ratita, dormir y callar

Y la ratita y el ratoncito se casaron y fueron muy felices.

  • Mensaje: no te fíes por las apariencias ni te apresures a tomar decisiones.

Esperamos que estos cuentos clásicos para la hora de dormir con bonitos mensajes os acompañen durante muchas noches en la infancia de vuestros hijos. Y que el día de mañana puedan recordar ese momento de irse a la cama con una sonrisa en los labios y calor en el corazón.

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