Siempre digo que en mi casa sabemos cómo nos acostamos pero no cómo vamos a levantarnos. Y es que aunque ya no practique el colecho de manera habitual con mis hijos, mi cama siempre está abierta para recibirlos cuando lo desean.
El hecho de que los niños duerman con sus padres no solo es algo propio de su etapa de bebé. También cuando son mayores pueden necesitarlo, ya sea por miedo, porque no se encuentran bien o simplemente porque les apetece pasar la noche a nuestro lado.
Como madre, admito que me encanta dormir con mis hijos, aunque ya no sean bebés. A veces incluso soy yo la que se lo pide a ellos, porque tenerlos cerca me da paz, me calma y me llena. Te cuento las razones por las que me gusta dormir con mis hijos: ¿te identificas?
No quiero que estén solos cuando tienen miedo
El miedo y las pesadillas no es algo exclusivo de los niños pequeños. Y es que, en general, todos asociamos la etapa de miedos nocturnos con los primeros años de vida, pero nada más lejos de la realidad.
El miedo es una reacción que se produce ante un peligro real o imaginario, y ninguno estamos exentos de sentirla. Además, en muchas ocasiones ese miedo se hace más palpable al caer la noche, acrecentándose con la soledad, el silencio y el runrún de nuestros pensamientos.
Ya sea porque tengan pesadillas, les de miedo irse a dormir o estén inquietos, mamá y papá siempre van a estar ahí, y así se lo hemos hecho saber a mis hijos siempre: "si teneis miedo, si os despertais en mitad de la noche y sentís angustia, o simplemente no podeis volver a dormiros porque estais intranquilos, venid a nuestra cama sin dudarlo".
Actualmente, la situación que estamos viviendo ha aumentado los miedos de mis hijos. A veces se sienten inseguros por el futuro incierto que se nos plantea a todos, y otras veces temen enfermar o que lo hagamos los de alrededor. Últimamente siento que me necesitan más que nunca cuando llega la noche, y por eso quiero estar ahí para calmarlos desde el amor y el acompañamiento respetuoso.
Quiero acompañarlos cuando están enfermos
¡Qué mal lo pasamos los padres cuando nuestros hijos enferman! Todavía recuerdo la primera noche que pasé en vela cuando mi hijo mayor se puso malito por primera vez. Tenía 10 meses y enfermó con una laringitis terrible que no le dejaba descansar.
Pero aún hoy, después de tres hijos y sobrada experiencia con las enfermedades típicas de la infancia, admito que soy incapaz de dormir cuando enferman, si no están a mi lado. Ya sea para controlarles la fiebre, darles un vaso de agua que alivie su tos, arroparles cuando se destapan, o simplemente ofrecerles la mano para que se calmen, me tranquiliza dormir a su lado.
Me gusta tenerlos a mi lado
La siguiente razón por la que duermo con mis hijos es puramente egoísta, es decir, lo hago porque me agrada.
Me encanta notar su respiración pausada, hundir mi nariz es sus cabellos alborotados con olor perenne a champú de fresa, o posar mi mano sobre su pecho y sentir los latidos de su corazón. Me gusta cuando me rodean con sus manitas, cuando me acarician la cara segundos antes de quedarse dormidos, y cuando elevan el culete y encogen las piernas, con esa pose tan de bebé que todavía conserva mi hijo pequeño.
Así que cuando quiero volver a sentir todo eso les pregunto si quieren dormir conmigo, y su respuesta eufórica no se hace esperar. Puesto que dormir los cinco juntos es complicado cuando se cuenta con un colchón estándar, optamos por hacerlo con un divertido sistema de turnos (un día uno o dos, y otro día el otro), aunque en alguna ocasión hemos llegado a colechar todos con ayuda de camas auxiliares adosadas a la cama de matrimonio. ¡Querer es poder!
Es tradición en casa
Pero al margen de estos motivos, dormir junto a mis hijos también forma parte de un plan que llevamos a cabo algunos fines de semana, tras una cena especial con cine y palomitas. Y es que nos encanta meternos en la cama grande y ver una película todos juntos, especialmente cuando llega el invierno y nos acurrucamos y cobijamos debajo del calentito edredón nórdico.
Pero lo mejor llega al día siguiente, cuando mi marido nos despierta con un desayuno especial, música y guerra de almohadas. Son esas pequeñas tradiciones familiares que todos disfrutamos enormemente, y que se estoy segura de que siempre quedarán grabadas en la memoria de mis hijos.
El hecho de que sean mayores no hace que nos necesiten menos que antes
Hemos dormido con nuestros hijos desde que eran bebés. Al principio lo hacía para controlar que todo estuviera bien (la clásica preocupación de todas las madres por saber si su hijo respira), y por supuesto, porque el colecho me facilitaba enormemente la lactancia materna.
Con el tiempo, - y en contra de los malos augurios de algunos - mis hijos nos pidieron "independizarse" y tener su propia habitación, lo que además demostró que el colecho no hace niños inseguros y dependientes, sino todo lo contrario. De esto hace ya algunos años, pero seguimos durmiendo juntos de vez en cuando.
No diré que el colecho es siempre maravilloso, porque al menos en mi caso hay días en los que me levanto como si un camión me hubiera pasado por encima. Y es que con diez, seis y cuatro años ya no son bebés, y cuando tienen una noche inquieta, mi marido y yo lo sufrimos especialmente.
Pero a pesar de todo, el colecho es una de las experiencias más bonitas que me ha regalado la maternidad, y mientras mis hijos nos sigan necesitando, nuestra cama seguirá estando siempre abierta para recibirles cuando lo deseen.