Se acerca el final de curso, y los padres de niños que terminan la escuela infantil para comenzar el colegio en septiembre ya están empezando a recibir las primeras directrices e indicaciones por parte de quienes serán los tutores de sus hijos el próximo curso.
Una de las indicaciones que suelen darse en estas primeras reuniones informativas es la de que los niños comiencen el colegio sin pañal. Para algunas familias esto no supone ningún problema, pero a otras les genera una gran ansiedad, pues sus hijos siguen llevando pañal y no parecen tener interés en dejarlo.
Con dos de mis tres hijos me encontré justamente en esta situación, y con cada uno de ellos tomé una decisión diferente: al mayor le retiré el pañal en verano sin estar preparado para ello, mientras que con el pequeño decidí respetar sus ritmos. ¿Queréis saber qué pasó y qué lecciones saqué de ambas experiencias? ¡Os lo cuento!
Mi primera experiencia sin respetar ritmos: caos logístico y mucha ansiedad
A pesar de cada niño madura y evoluciona siguiendo su propio ritmo, cuando comienzan el colegio con tres años los adultos nos empeñamos en "meterlos a todos en el mismo saco", como se dice de forma coloquial.
Esto dignifica que si hasta entonces habíamos tenido en cuenta sus ritmos madurativos, a partir del segundo ciclo de infantil tendemos a creer que todos los niños deben haber alcanzado unos determinados hitos, por lo que sin darnos cuenta -o quizá obligados por lo que otros nos dicen- dejamos de respetar sus necesidades y les apremiamos para que avancen rápido.
Y esto es justamente lo que me ocurrió con mi primer hijo.
Estando en pleno proceso de búsqueda de colegio, recuerdo que una de las cosas que más llamaba mi atención era lo mucho que se recalcaba que los niños comenzaran en septiembre sin pañal, controlando perfectamente esfínteres incluso durante la siesta, y siendo autónomos a la hora de ir al baño (es decir, subirse y bajarse los pantalones y la ropa interior ellos solitos, y limpiarse el culete sin ayuda).
Cuando en junio formalicé la matrícula para el colegio, mi hijo aún seguía con pañal y eso me agobiaba. "Tranquila, tienes todo el verano por delante para retirárselo", me decían algunas madres amigas mías. Pero lo cierto es que la experiencia no resultó nada fácil.
Y es que cuando los padres nos empeñamos (o nos vemos obligados) a retirar el pañal a un niño que no muestra ninguna señal de estar preparado para dejarlo, el drama está servido. Mi peque se pasó todo el verano haciéndose pis en cualquier esquina de la casa, e incluso evitando hacer caca si no era en su pañal.
En él no surtieron efecto los cuentos para dejar el pañal, los orinales multicolores o las pegatinas de refuerzo. Todo parecía en vano y mi paciencia se agotaba conforme el verano avanzaba.
Ni qué decir tiene que a nivel logístico fue un auténtico caos; siempre con la fregona en la mano, buscando charcos de pises por cualquier rincón de la casa, y con la precaución de tener siempre cubiertos con empapadores los colchones, sillas y sillones en los que se sentaba.
Quince días antes de empezar el colegio, por fin mi hijo comenzó a mostrar avances significativos en el tema del pañal, aunque aún le llevaría algunas semanas más dejarlo definitivamente (no así el pañal nocturno, que lo mantuvo hasta casi los cuatro años).
Mi segunda experiencia respetando ritmos: calma, naturalidad y comodidad
Con la lección bien aprendida, y dado que me encontré con el mismo problema cuando matriculé a mi tercer hijo en el colegio, decidí hacer justamente lo contrario a lo que había hecho con el mayor: dejar fluir y respetar los ritmos que él fuera marcando.
Mi peque pasó julio y la práctica totalidad del mes de agosto con pañal. Él no daba señales de querer dejarlo y nosotros tampoco le obligamos a ello. Eso sí, leíamos cuentos relacionados de vez en cuando (su favorito era "¿Puedo mirar tu pañal?"), le invitábamos a venir con nosotros al baño para que nos viera hacer pipí, y también le compré calzoncillos divertidos que guardamos en un cajón a la espera de que tomara la decisión de querer ponérselos.
Pero en ningún momento le insistimos, le quitamos el pañal en contra de su voluntad o convertimos el tema en el centro de nuestras conversaciones, como sí hicimos erróneamente con mi hijo mayor.
Yo confiaba plenamente en mi hijo y a pesar de que hubo gente que se echaba las manos a la cabeza sorprendidos por nuestra actitud y el poco tiempo que quedaba para que empezara el colegio, siempre estuve convencida de que mi niño tan solo necesitaba tiempo para madurar y nuestro acompañamiento respetuoso.
Cuatro días después de soplar las velas de su tercer cumpleaños, y a tan solo una semana de comenzar el colegio, mi pequeño se acercó a mí arrancándose el pañal y con su lengua de trapo me dijo: "mamá, ya no lo quiero. Ya soy mayor".
Aquel gesto totalmente espontáneo y voluntario marcó el fin de su etapa con pañal, tanto de día como de noche. Desde entonces, mi hijo no ha tenido ni un solo escape diurno ni nocturno, y estoy segura de que ha influido el hecho de respetar enteramente sus ritmos y darle tiempo a decidir por sí mismo.
Pero os animo a tener paciencia y a confiar en vuestros hijos. Si física y psicológicamente están preparados para afrontar este hito tan importante en su desarrollo, ellos mismos tomarán la decisión de dejar el pañal, sobre todo si cuentan con el acompañamiento respetuoso de sus padres.
Y si, como le ocurrió a mi primer hijo, el momento no ha llegado todavía, por mucho que nosotros nos empeñemos no vamos a conseguir que el niño lo deje; al menos no como a todos los padres nos gustaría: sin presiones, con naturalidad y de un día para otro.
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