Desde que comenzara la cuarentena en Madrid, hace ya más de diez días, he tratado de mantenerme activa, positiva y con la mente ocupada. Admito que cogí el encierro con ganas, pues viendo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, deseaba que los colegios cerraran sus puertas cuanto antes para proteger mejor a los míos y a los demás.
Pero hoy siento que las fuerzas empiezan a flaquear y por lo que veo a mi alrededor, parece que es el sentir general de muchos padres y madres que se sienten desbordados e impotentes por esta situación que nos está tocando vivir.
Hoy no me alegran los arcoiris de las ventanas, los aplausos de los vecinos, ni las risas contagiosas de mis hijos. Hoy me siento superada por los acontecimientos, y aunque trate de desconectar de la sobreinformación que nos bombardea a cada instante, reconozco que estoy sobrepasada.
Y por si todo esto fuera poco, a través de las redes sociales veo a madres bailar sonrientes junto a sus hijos, compartir sus preciosas manualidades y posar en salones impolutos bajo el hasthag #yomequedoencasa. E irremediablemente, me derrumbo.
Porque al miedo y la incertidumbre creciente que me provoca esta situación, se suma la impotencia de sentir que mi vida y mi casa se han convertido en un auténtico caos, y que mi mente y mi cuerpo ya no dan para más.
Los deberes escolares que les mandaron a mis hijos pequeños se acabaron hace días, y para evitar colapsar ante sus continuos "me aburro", me he hecho experta en recursos educativos, app y fichas descargables.
Con mi hijo mayor cursando quinto de primaria todo se complica un poco más, pues es importante que su ritmo de trabajo y estudios se altere lo menos posible, por lo que debo estar al día en los e-mails y consejos que ofrecen sus profesores, y resolver sus dudas con precisión y dedicación.
Así que las pausas en mi trabajo, que antes hacía para estirar las piernas o beber agua, ahora las hago para ayudar ante un ejercicio que se ha "atascado", corregir tareas o simplemente motivar a unos niños para quienes esta situación también resulta desbordante en algunos momentos.
Y con el estrés de la situación se escapan los gritos... y de nuevo la culpa. Pero toca recomponerse rápidamente delante de los niños; no solo para evitar trasladarles mis preocupaciones y mi ansiedad, sino porque en manos de los padres está mantener la calma y la unidad familiar ante este panorama de locos que estamos viviendo.
Y a pesar de que en ocasiones cueste ver el lado positivo de esta situación, se que cuando todo haya pasado y volvamos a fundirnos en un inmenso abrazo con los nuestros, seremos capaces de valorar más la vida y los regalos que nos ofrece; esos que antes éramos incapaces de apreciar por la vorágine diaria que nos envolvía.
Por eso, si tú también te has sentido así en algunos momentos te animo a cerrar los ojos, respirar y permitirte SENTIR (en mayúsculas).
Porque esta situación es excepcional para todos, y aunque podamos llegar a creer en determinados momentos que no estamos a la altura de las circunstancias, lo hacemos lo mejor que podemos y nuestros hijos nos necesitan más que nunca, tal y como somos.
Pero sobre todo, recuerda: todo irá bien.